Tuesday, August 16, 2005

Aquella sonrisa

Tengo la pierna podrida... La miro y me da nauseas. Me gustaría tomarle una foto y sacarla y enviarla a cada persona que ve la Web, pero no creo que sea posible. ¿Cómo llegué a esta posición? No lo sé. Así como muchos yo navegaba en el mar de la mediocridad y creí, firmemente, en las palabras de las personas, pero, como todas las cosas, las palabras se esfumaron como pompas de jabón. Mi vida es triste, demasiado como para contarla. Tengo cuarenta y nueve años y hace diez años que he muerto y enterrado en un pozo donde colocan a los locos o personas que no se les conoce su nombre ni nada de nada... Si no fuera por mi amigo que estos momentos escribe este texto yo quedaría en la nada, pero su recuerdo de alguna manera me salva, me hace revivir. Aún me acuerdo cuando lo vi por la primera vez. Estábamos buscando trabajo en el norte del país. Yo era karateca y fácilmente conseguí trabajo en una sala de baile. El, se quedó como ayudante de cafetería. Los primeros días eran lindos, nos encontrábamos a la salida del trabajo y nos íbamos a un café a contarnos todas nuestras peripecias, él era un tipo tranquilo y tenía una sonrisa que daba gusto, uno le podía tirar bromas pesadas pero siempre las tomaba con esa sonrisa que nunca pude olvidar, quizá por eso es que siempre le comparé con el amigo, compañero, hermano que siempre deseé tener... pero, como dije, las palabras, las malditas palabras... Una tarde vino al trabajo el dueño con su hijo, y, ambos me miraron mal como si fuera un marciano, o un leproso, yo, no pude callarme y les dije que a quien miraban, ellos se miraron y me dijeron que estaba despedido, así de fácil. Me fui con rabia y le metí una pateadura al hijo del patrón, ¡para qué hice eso! Me costó una pierna rota, y la cabeza hecha puré de sangría. Estuve en el hospital, mejor dicho, en una posta médica que no es lo mismo pues no hay cama más que por horas, luego, te mandan al suelo... y, a ver quién te ayuda. Era horrible, el dolor, la gente, la indiferencia de las enfermeras... no existía piedad, nada, estaba en el infierno y recién me había dado cuenta... Después de cinco días de estar en el suelo y sin medicinas, me echaron, como un perro, creo que peor...

No se imaginan la cara que tenía... enrollado de gasa, los dientes rotos, la pata... en fin, yo era una momia pobre pero aun respiraba. Así fue como me volví en mendigo, sin amigos, enemigos, nada. La gente me tiraba una que otra moneda, y yo empecé a volverme loco de rabia y lloraba como un perro y la gente se asustaba y me echaban barro y agua hasta que una tarde vino un camión y me llevaron hasta las afueras de aquel infierno. Me quedé en la carretera, cojo, con hambre, y con el rostro desfigurado. No sé cómo es que llegué a mi ciudad, pero fue para peor. Mi pierna estaba podrida y los enfermeros querían cortármela. No quise y como si fuera un gusano, me escapé y volví a mendigar por la calle. Vi que la mejor manera de recibir algo de comida era acurrucarme a la basura, eso hice. Miraba como la gente me observaba como si yo fuera esas bestias salvajes a las que miran a través de las rejas y les avientan comida y algo con que cobijarse. Me acostumbré a vivir en los basurales y un día, un hermoso día volví a ver a mi amigo, sí, aquel amigo que había conocido en aquella ciudad del norte. Me miró, yo, no pude mirarle. Escuché que me llamaba, pero no quise escucharle. Cogí una piedra y se la tiré... Todos se asustaron menos él que, para suerte mía, mostró aquello que hacía muchos años no veía... esa sonrisa buena, ese candor que uno necesita para suavizar sus penas en el mundo. Lo vi alejarse y cuando me estaba por arrastrar para saludarle vi que un auto se me montaba encima de mí haciendo de mi cuerpo como un trapo que se intenta exprimir, luego, no vi más, pero... esa sonrisa, esa sonrisa no pudieron arrancármela, exprimírmela, ni siquiera la muerte... ¿La prueba? No ven que soy yo quien les escribe contándoles una partecita de mi desgraciada vida. Sí, aquel muchacho de la sonrisa generosa se volvió escritor, y yo, gracias a sus recuerdos, imaginación, he vuelto a su vida y a la mía, en verdad, una sonrisa puede darte la vida, o, la eternidad...



San isidro, agosto del 2005