Wednesday, September 14, 2005

Piedras de colores

Si alguien me preguntara: ¿cómo es que llegué hasta aquí? Le manifestaría que todo podría ser, o un sueño muy extraño y singular, o una de aquellas visiones que suelen tener personas de una gran imaginación. En verdad sería muy confuso responder con certeza el cómo llegué a la sima de este inmenso edificio de mármol blanco. Es agradable estar aquí, sin tratar de entender el cómo ni desde cuándo. El hambre y el sueño parecen haberse tomado un buen descanso, pues ni dolor ni ansiedad percibo, tan solo paz, mucha paz… Es hermoso cuando miro hacia el cielo, su color es celeste, y es el celeste más intenso que jamás haya visto, sin una sola nube. Observo al Sol brillando a lo lejos, dándole aquellas pinceladas doradas a todo aquello que uno alcanza a distinguir o imaginar.

Muchas veces me he puesto a pensar que estaba en el umbral del cielo y a punto de ser recogido por un ángel o algún ser divino, no tenía mucha certeza en mis pensamiento, sin embargo, aquella espera se hacía muy dulce y agradable, pues me llenaba apreciando el azul del cielo y los bordes de este edificio, e imaginando que muy pronto conocería el paraiso. Además, respirar el aire más puro que jamás había inhalado, era algo maravilloso. Todo era fantástico hasta que me nació el deseo de mirar los bordes de aquel edificio de mármol. El lugar en que me hallaba, que era el centro, era como estar sobre un gran disco blanco, con sus bordes tan alejados que parecían perderse en el horizonte azul del cielo, era como un islote blanco, pero desde que me nació aquel deseo, quise conocer sus bordes, y eso hice, es decir, me trasladé hasta el extremo del blanco edificio, y cuando llegué me puse a observar lo que había abajo… Era increíble, había una masa infinita de personas de todo tipo, es decir, hombres, mujeres, niños, ancianos de casi todas las razas del mundo, como un jardín de caras, ojos, cabellos, que ataviaban el gran edificio de mármol en que estaba. Agudicé mi mirada y pude notar que todos trataban de escalarlo, pero este coso no tenía puertas ni ventanas de acceso, por lo cual, cualquier esfuerzo era totalmente inútil. De pronto, una de los miles de personas se percató de mi presencia, me apuntó con su mano y luego todos comenzaron a señalarme y a gritar cosas que no pude entender, era como si quisieran saber quién era yo, y cómo había llegado a la sima. Traté de decirles que yo tampoco sabía el cómo, cuando noté que uno de ellos cogía una piedra y me la tiraba con todas sus fuerzas hacia la sima en donde me encontraba, luego, todos los demás seres de abajo hicieron lo mismo, y allí estaba yo, viendo cómo llovía una infinita cantidad de piedrecillas que, increíblemente, eran de colores, unos eran verdes, rojos, amarillos, grises, mezclados también, sin embargo, en vez de molestarme y sentirme agredido fue todo lo contrario, pues veía cómo la sima de mármol blanco se llenaba de piedrecillas de colores, hasta parecerse a una especie de cielo de colores, un paraíso de vivos matices, pues todas las piedrecillas que caían sobre el mármol empezaban a cobrar vida y brillo propio. Les observé acercarse hacia mí rodando y cuando estaban por tocarme me di cuenta que yo no tenía pies, pues flotaba sobre el piso cubierto por un manto del color del cielo, entonces me di cuenta que yo era, o un fantasma, o un ser divino. Sonreí, y mirando hacia las piedras de colores que parecían ser duendes rodantes comencé a volar por el cielo azul, buscando encontrarme con el gran Sol, y volé, y volé hasta estar frente a frente a él. Me detuve, y le hice una simple pregunta: ¿Quién era yo…? El Sol me miró y como si fuera una mujer avergonzada bajó su mirada, y todo empezó a oscurecerse hasta quedarse de noche... Miré hacia un lado y pude observar a la Luna que parecía brillar tan solo para mí. Me le acerqué, y le pregunté lo mismo. Ella se quedó mirándome, mirándome fijamente como si tratara de consolarme, hasta transformarse en un bello espejo en donde, gracias a Dios, pude verme reflejado, y pude saber quién era yo… No lo podía creer, y sin saber cómo ni cuando, y con el gran secreto frente a mí, viajé hacia la vida de abajo...

Bajé hasta la tierra, hasta el lugar en donde estaban todos los hombres del mundo. Les dije quién era yo, y quiénes eran ellos, pero todos me miraron y continuaron su inútil esfuerzo por escalar el blanco edificio de mármol sin ventanas ni puertas de acceso. No pude entenderlos, y por más que traté de explicarles, todo fue inútil… Entonces, me di media vuelta y fui a perderme por los bosques de toda la tierra que estaba poblada de esas piedras de brillantes colores, de esos pequeños enanitos de forma redonda… Y cuando estuvimos frente a frente, les dije quién era yo, y ellos me contaron su secreto, diciéndome quiénes eran ellos. Estallamos de alegría, pues entendimos que todos éramos una misma cosa, una sola unidad, un sentimiento puro…



San isidro, septiembre del 2005