Sunday, October 30, 2005

Partículas

Estaba en la ducha mientras una lluvia de pensamientos, preocupaciones, recuerdos mojaban mi alma. Quisiera dejar de pensar, me dije. De pronto, tan solo sentí que el agua bañaba mi piel, y el sonido de la ducha era una tormenta... fue bello, muy bello el saber apreciar el momento en que vives, tan solo vives el momento haciendo que el milagro más grande te llene tu propia existencia.

Salí del baño y cuando me vi frente al espejo tuve que sonreír pues no era tan bello como pensaba. Las arrugas, el brillo en los ojos, el escaso cabello me hicieron entender que soy un ave de paso, que estoy deslizándome a través de este mundo sin saber mucho ni poco, tan solo vivir el milagro, el instante, nada mas...

Ya en mi cuarto no supe si ponerme a escribir, dormir, leer, ver una película, o nada de nada. Decidí escribir un momento, contar lo que decía mi fantasía, y escuché que unos hombres llegaban desde muy lejos, vestidos de harapos y no tenían manos ni pies, se arrastraban con culebras y de sus voces pude entender que todos eran una parte de mí. Me asusté y dejé de escribir un momento... pero no pude, así que volví a dejar que la nave de la imaginación me cargara y vi que todos los hombres y mujeres del mundo tocaban mi puerta, uno tras del otro en una cola interminable, y todos tenían un poema escrito en sus manos, y todos querían leérmelo... fue horrible cuando de sus voces salieron personas de todos los tamaños, colores, formas y cada uno flotaba en el aire... Dejé de escribir, me volví a asustar, pero no pude... vi que mi cama estaba fría, así que volví a soñar, y soñar, y soñé que vivía en Marruecos, y en mi cama había dos mujeres, las dos eran hermosas, pero estaban vestidas de negro, tan solo podía verles las caras, eran tan bellas, grandes como estatuas de carne, blanditas pues cuando las toqué mi mano se hundió en sus carnes, las apreté con fuerza y sin querer les arranqué un trozo de sus cuerpos, me asusté nuevamente... así que preferí dejar de soñar y no volver a escribir de cosas tan raras que flagelaban mi conciencia.

Decidí salir a la calle. Me puse un sobre todo y fui hacia las calles de mi vieja ciudad. Me encontré con un perro, me agaché y el perro movió su cola, luego comenzó a lamerme la mano, la cara, me gustó. Continué mi camino mas contento pues tenía al perro a mi lado. La gente que pululaba como sombras nos miraban con los ojos brillantes así como los gatos, me asusté y decidí volver a mi cuarto. Y cuando entré vi que una persona estaba escribiendo sobre mi máquina de escribir. ¿Quién eres?, pregunté con voz segura pues el perro aun estaba a mi lado... Pareció no escucharme. Volví a preguntar, pero nada de nada. Caminé hacia el tipo y cuando le vi de frente no supe quien era, pero esas manos, esos ojos, esa forma de escribir me hizo pensar que era una partícula de mí ser, y que yo en esos momentos estaba dentro de uno de sus millones de sueños... Miré al perro y ambos volvimos rumbo hacia la noche, como una de las tantas sombras que viven en la oscuridad del piso y paredes...

San isidro, octubre del 2005

Rios de vida

Quisiera contarte toda mi vida

pero este misterio es tan corto,

prefiero decirte que estoy solo

como un cactus en pleno desierto

chupando la vida escondida

que fluye de dentro de mi

Hay tanto de mí en mí

que puedo cerrar este hueco,

esta página en blanco

y suprimirme como un loco...

Seguro que mis padres,

hermanos y amigos

dirían mil cosas,

pero no importa cuando sé

que al fin puedo lanzarme al vacío

y flotar como un ave,

volar con mis plumas imaginarias

y mirar desde arriba,

desde abajo,

desde todos lados…

tu mundo y el mío,

y los otros también…

Te diré que hay luz

en la negra oscuridad,

que los coros resuenan

en la casa de dios

y que hay dulce en el aire

pues la alegría se puede respirar…

Pero es mejor que no

te diga todas mis cosas,

pues así podrás escapar

de todas tus sierpes

y dar pasos solitarios

hacia un llano de arena eterna,

con esos bichos que no dejan de chupar

este instante

y todos los demás…

Prueba la vida,

es dulce cuando puedes respirar la alegría

y cuando haces un río de todas tus cenizas…

Para un instante

y deja de respirar…

Sabrás que no hay nada

como esta bocanada que pasa y pasa

como esos ríos de piedras y agua

que suena bonita y sacian

todas las sedes…

Quisiera contarte más de mi vida,

pero mejor cuéntame tú…

¿qué has hecho hasta el día de hoy?

San isidro, octubre del 2005

Movimientos Verdaderos

Entre a su cuarto y encontré miles de libros, cuadros en cada una de las paredes de la mansión, muebles totalmente abandonados y apolillados... Caminé por entre todas las joyas artísticas hasta llegar al escritorio del poeta. Y allí le vi, tirado sobre miles de hojas en blanco, y en cada una de ellas revisé que tan solo una palabra se repetía y repetía, en todos los tamaños y en diferentes colores. Se volvió loco, pensé mientras cogía uno que otro papel, como buscando un poco de claridad, entendimiento del porqué un hombre de su riqueza y talento se hubiera encerrado de aquella manera, pero no pude entenderlo, tan solo recordaba aquella palabra escrita, aquella palabra que mi hizo dejar de soñar y vivir aquella palabra.

Salí de la mansión y tomé un coche que me llevaría de vuelta al inicio de esta aventura, la aventura de la búsqueda de la verdad, el inútil esfuerzo de cada alma que camina sobre la tierra. Pensé que este hombre que había amado a través de su arte, cartas, vida, genio, tenía la respuesta al fin de mi búsqueda, pero me engañé. Tan solo era uno como muchos que bordeaban como esos tiburones la sangre de un ser humano buscando saciar su hambre y curiosidad.

Bajé en el Diario y me puse a escribir la muerte del poeta. Mi artículo saldría al día siguiente, y sabía que nadie creería lo que puse, pero esa era mi experiencia. La verdad no existe, no hay que temerla. Luego de terminar de escribir mi artículo se lo puse encima del escritorio de mi editor al mismo tiempo que le anunciaba mi renuncia.

Llegué a mi casa y cogí mi maleta, llenándola de ropa y cosas necesarias para mi último viaje. Dejé una nota a mi amiga en donde rompía todas nuestras relaciones. Llamé al aeropuerto y separé un boleto para Roma. Sí, iría nuevamente a buscarme a mi mismo, a mi pueblo, en Florencia, Toscana... Alquilaría un cuarto y me pondría a pensar y pensar, en paz.

Llegué a mi pueblo y todos mis amigos habían envejecido, o se había ido hacia América. Todos mis familiares estaban lejos. Esto era ideal pues no deseaba que nadie me reconociera. Cada día salía a pasear por los parques, las calles de la vieja ciudad, las Iglesias, las viejas rutas y posaderas... Todo estaba más muerto que antes, pero, había algo en ellos que me decía que debía quedarme allí para siempre. Sí, pensé, para siempre. La verdad, la verdad, verdad, en eso pensaba de día y noche, recordando la palabra que el gran poeta italiano había escrito millones de veces..."Verdad".

Todo seguiría igual sino fuera porque una mañana, en uno de mis paseos, vi a un niño que era idéntico a mí mismo. Me le acerqué y el se acercó.

- ¿Qué buscas?

- La verdad... - le dije.

El niño, que era yo cuando niño, o en todo caso una ilusión, o qué se yo, comenzó a reír y reír y reír sin parar... Y cuando le quise decir que callara, sentí que su risa se volvía como una onda que me arrastraba hacia un lugar lleno de millones de voces. Traté de gritar pero no pude. Y cuando cobré la razón me vi echado en una banca de mi vieja ciudad con cientos de niños que no dejaban de mirarme. Me traté de levantar y no pude. Estaba sin piernas ni brazos. Es un sueño, me dije. Cerré los ojos rezando para que despertase de aquella sombría ilusión y cuando los abrí me encontré con mis hermanos que me miraban asombrados diciendo que al fin había hablado. Traté de moverme y mi cuerpo era la de un recién nacido. Maldije mi locura y nuevamente cerré los ojos, pensando en el lugar en donde caería, y cuando los abrí, me vi sentado en un escritorio escribiendo una y otra vez sin poder dejar de escribir una sola palabra: "Verdad"... Grité, y perdí la conciencia, luego vi que alguien muy especial, se acercaba, miraba mis manos inmóviles, mis hojas escritas, mi oscura casa, y luego, lo vi alejarse de mí... llevándose mi esencia, mi conciencia, mi ser, sobre sus hombros, sobre cada partícula de sus sentimientos... Y entendí, realicé, que yo, que yo era un viajero, una pluma movida por el viento, un instante fluyendo a través de los momentos eternos… La Verdad era todo, todo movimiento entre movimientos...

San isidro, octubre del 2005

El creador

Acabada la sesión hubo un segundo, quizá un momento de silencio. El primero en levantarse fue el menor de toda la familia, luego, le siguieron la madre, los hermanos, los tíos, primos y por último cuando ya no había nadie mas en la sala, se paró el patriarca y cogiendo todos sus libros se fue directo a su biblioteca… Mientras pasaba por todas las piezas atiborradas por todos sus familiares agudizó su oído y escuchó lo siguiente:

“Quizás debamos esperar los resultados, dijo uno. La verdad es que no lee bien es preciso aclararle ese punto, dijo otro. No creo que su obra esté terminada, como dicen los artistas es mejor dejar que la masa se fermente para apreciar su aroma verdadero, dijo otro mas.”

Imbéciles, pensó el patriarca y se prometió no volver a escucharlos mas y se juró no compartir su obra con nadie que no sea el menor de su hijos que contaba con escasos siete años. Entró a la biblioteca, cogió una pluma y papel y continuó escribiendo sus poemas y cuentos a lo largo de toda la noche… Qué importaba si su esposa le tocaba la puerta si su vida estaba mientras se entregaba a sus líneas, qué importaba que nadie se le acercase con los oídos destapados si el arte es tan solo cuestión de gusto y no de opiniones generosas… Eso pensaba cuando en medio de las sombras apreció el menor de todos sus hijos cuando ya eran pasadas la media noche. Le tocó el brazo y le dijo si podía leerle un cuento porque no podía dormir. El padre sonrió y cogiendo su recién acabada obra se puso a leerle a su hijo menor. No pasó un instante cuando el niño cayó dormido en su regazo. Lo miró con ternura y en toda la oscuridad y silencio de su casa lo llevó a su hijo a su cuarto para echarlo a dormir en su cama.

Ya estaba por amanecer pero él continuaba escribiendo. Narraba la historia de dos personas que habían viajado tan lejos de sus hogares, jurándose mientras se despedían que se escribirían cada semana. Cosa que hicieron al principio pero con el tiempo ambos se olvidaron. Y cuando llegaron a viejos, con fortuna uno, y el otro con miseria, quiso el destino unirles un instante en la esquina en que se despidieron ambos jurándose escribirse. Miraron la misma salida del tren, el piso de madera que ahora, después de más de cincuenta años había cambiado por uno de mármol blanco. Y ambos, mirando en paralelo la hora en que ambos iniciaban la partida en los trenes que llevaban uno hacia el sur y el otro hacia el norte, pensaron un instante en sus propias vidas… “No fue como pensaba”, pensaron ambos al mismo tiempo. Sacudieron el ensueño que se instalaba en sus conciencias y se encaminaron hacia la realidad. Uno se apretó su lujoso sacó de piel de oso, cogiendo su maleta de cuero llena de documentos y dinero en efectivo, pensando en la cita que le esperaba cerca de una hora mas por lo que tenia que tomar el tren hacia el sur. Mientras que el otro cogió su deshilachado sacó, se ajustó su chalina y sombrero y cogió su puñal buscando a quien asaltar pues hacía más de dos días que su precaria familia no recibía bocado… Ambos tuvieron suerte. El rico creyó reconocer a su viejo amigo mientras que el pobre miraba con ojos asesinos el lujoso saco y maleta… Cuando ambos se alejaron, el miserable llevaba una daga ensangrentada, una maleta llena de dinero y un saco fino de piel de oso. Y mientras se alejaba comenzó a recordar que su suerte cambiaría, y pensó en su viejo amigo que hacía mas de cincuenta años no veía…

Es un buen cuento, pensó el patriarca, mientras escuchaba los primeros trinos de las aves matutinas. Cogió las hojas y las guardó en su portafolio. Bajó a tomar su desayuno y se dispuso irse a trabajar. No encontró nada servido. Miró su reloj y aún no eran más de las seis. Alzó los hombros y salió hacia el taller, pero antes fue a ver a su menor hijo a su cuarto. Lo vio que estaba vestido con ropas miserables y llevaba un cuchillo en las manitas, le miró a su padre vestido elegantemente cogido de una maleta de cuero y notó que sus ojos brillaban de temor, como si fuera una presa a quien cazar…

San isidro, octubre del 2005