Saturday, November 12, 2005

Las Voces

Todo comenzó cuando mi madre llegó del mercado con un paquetón de comida y al pasar por la puerta de servicio se cayó al suelo tan pesadamente como cuando cortan a un viejo árbol del parque. Y todo por mi culpa, pues yo había puesto una trampa para aquel que pasase cayera, yo pensaba que sería mi amigo, vecino, la empleada, un ratero, pero jamás mi propia madre que apenas pude acercarme a verla me dio pánico pues le vi toda las parte trasera de la cabeza como si fuera una sopa de color rojo... Corrí hacia el teléfono de papá y lo llamé, lo malo es que apenas llegó se acercó hacia mi madre y el tonto también cayó en otra trampa que hice en la otra pieza de mi cuarto y también se le partió el cráneo, así que, me volví en un asesino familiar... Iba a matarme pero, lo pensé mejor y decidí que apenas llegaran los policías les diría que todo fue por mi culpa.

Apenas llegaron me puse a llorar, traté de decirles que yo fui el causante de toda esta desgracia pero ellos me apretaban como si fuera un trapo de juguete y me llevaron a la casa de uno de mis tíos, y allí viví por varios años hasta que me hice hombre, por supuesto que callé, no dije nada de nada, pero en verdad no dije nada, pues desde aquella desgracia no abrí la boca mas que para comer, lavarme los dientes, lanzar un aullido sordo o para mirarme las amígdalas, nada mas. Y para comunicarme escribía en un borrador. Por más que me llevaron a ver a uno de esos doctores vestidos de blanco que se sientan frente a uno con esos lentes negros, con las manos cruzadas como esos adivinos o curanderos que se ven en la televisión, pero no hablé, tan solo escribía. Lo que hizo el maldito doctor fue algo ingenioso, pues mis tíos escondieron todo lapicero, papel que había en su casa y en verdad fue terrible y comencé a pensar en matarles así como a mis padres, pero esta vez lo haría con sapiencia... Iba hacerlo pero me dije que el causante de todo fue el doctor así que volqué todos mis pensamientos hacia el hombre de blanco y lentes negros que, así como yo, no hablaba, le gustaba que su paciente hablara primero, para luego bostezar y decir: "interesante". Así que fui a verle y hablé y hablé sin parar por espacio de dos o tres horas y le dije toda una serie de mentiras como que yo escuchaba voces, voces extrañas que salían de la noche pues padecía de insomnio, y que una de esas voces era de mi madre, la otra de mi padre, y otra era del doctor: "¡De usted señor doctor!". "¿Mía?", preguntó. Le dije que si, que su voz aunque no la había escuchado mucho era inigualable, era penumbrosa, metálica, cortante y siempre autoritaria... El doctor se paró y comenzó a caminar de un lado a otro en aquella sala semioscura, ocultaba por viejas negras cortinas que no dejaban ver todas las luces de la calle, tenuemente iluminada por una lamparita que estaba en un rincón del cuarto.

- ¿Mía, mía, mía...?

Callé por espacio de unos minutos, esperando que dijera otra cosa, y cuando iba a volverme a preguntar escuché voces, una voces que parecían que provenían de mi cabeza... "Me volví loco", pensé. Pero no dije nada, tan solo escuchaba las voces que susurraban y me decían que cogiera uno de esas barras de acero que estaba en un rincón del cuartillo del doctor y le partiera el cráneo. Las voces insistían y tuve que obedecerles para que callaran.

¡Fue increíble! Ver su cabezota en el piso, como si fuera un tomate con ojos y pelos llenos de sopa de sangre, y esos sesos como gruesos gusanos, y esos ojos que aun se movían a pesar que tenía sus anteojos puestos, y sus brazos que temblaban como esos pollos a los que recién se les a cortado la cabeza... Era terriblemente hermoso, pero, satisfactorio.

Me llevaron al manicomio y para suerte mía me separaron de los demás locos, pues yo era un extraño asesino... Y las voces, las voces, las voces no me dejaron nunca más, pero con el tiempo se volvió entretenido, me hice amigo de ellas. Mientras paseaba por mi cuarto me contaban extrañas historias de los vivos y los muertos, de la existencia de dios, del demonio, de las películas de terror, de blanca nieves, del doctor Jeckill, de mis padres, de mis abuelos... en fin no dejaban de hablar... Así la pasé por cerca de diez años hasta que pude convencer a una estúpida doctora que ya estaba curado, claro que mentí pues siempre escuchaba las voces, pero ellas me aconsejaron que me hiciera el tonto, que actuase como las demás personas que los escuchan pero viven como si no los escucharan. Eso hice y al cabo de pocos ensayos como electroshoks, pastillas, terapias grupales, golpes de agua con manguera, violaciones, etc., salí.

Y salí con cerca de cincuenta años, con las pocas ropas que tenía y sin un lugar hacia donde ir, así que me puse a mendigar. No la pasé bien pero vivía como los perros de la calle, pero las voces, las voces, las voces no me dejaron jamás, lo bueno es que ya no pedían la sangre de la gente sino que fuera a dejar uno que otro obsequio, encargo a una que otra persona que vivían por la ciudad, o en diferentes ciudades... En fin me volví su mensajero, un dependiente gratuito, pero algo recibía, pues cuando necesitaba abrigo, las voces me indicaban un lugar, una casa desocupada, y también conseguía alimento... Así que, como les cuento, no la pasé mal... pues en toda mi vida nunca mas volví a sentirme solo, así como me sentía cuando mis padres me encerraban en la casa para que no jugara con los muchachos de la calle... Nunca más, nunca más, nunca jamás me abandonaron mis viejas amigas, las voces...



San isidro, noviembre del 2005