Thursday, June 29, 2006

El innombrable


Cómo podría ponerme un nombre si hasta a mis padres los he olvidado, no es que se hayan muerto, simplemente no deseo verlos mas, de solo recordar sus caras, sus voces me dan ganas de vomitar. Nunca dejé de odiarles, pues la poca atención y cariño que me brindaron lo entregaba a la gente que tenía cerca, es decir, a los empleados, a los bichos, a todo aquel que tuviera ganas de recibir lo que tenía, y a quienes llegué a querer mientras me dieran gusto a cuanto deseaba, y que luego dejé de quererlos tal como los juguetes que pasaron por mi niñez. Cuando uno de mis padres preguntaba qué era lo que deseaba ser mas tarde, respondía que nada, que no quería ser nada de nada, tan solo estar en mi cuarto, mirar la televisión, masturbarme dos o tres veces a la semana y salir por la noche. Eso les dije, y por ello uno de mis padres me puso frente a un doctor que me recetó pastillas por mi falta de motivación, conformismo, y por mis deseos de no ser nada. Me gustaba las pastillitas de colores que me recetó el doctorsuelo, tanto me gustaban que una vez hice un cocktail con ellas. Las tomé con un poco de pisco puro, y de pronto, advertí que las paredes de mi cuarto se movían como una sábana agitada por el viento, y escuché un grito desde algún extraño cielo que parecía ser una especie de ambulancia estridente porque sonaba: ¡iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiihhhhhhhhhhhiiiiiiii...!, y que no cesó hasta senti que el techo de mi cuarto tambaleaba como si fuera la pezuña de un gigante de cemento, aplastando todo a mi alrededor, hasta volverse todo negro como el color de la nada, nada, así como quería sería ver siempre. Cuando abrí los ojos vi que todo mi cuerpo estaba lleno de vómito. Traté de levantarme y no pude, mi cuerpo pesaba como el plomo. Me arrastre como un gusano y llegué hasta mi cama. La escalé con esfuerzo, abrí el cubrecama y entré bajo ella. Fue lindo después... Dormí sin un solo sueño ni pesadilla, como un muerto, y cuando estaba sintiéndome livianito sentí que alguien entraba a mi cuarto. Eran mis padres, y con ellos todo se hizo gris así como una tarde de domingo en invierno. Luego,todo fue rápido. Al día siguiente estaba internado en un hospital junto a varios chicos con instintos suicidas. Le dije al doctor que yo no quería matarme, tan solo jugaba con los colores de la pastillas, pero no creyó... Viví en aquel lugar por cerca de tres años. Mis padres no frecuentaban sus visitas hacia mí, esto me alegró, pensé que estaban muertos o se habían olvidado de mí para siempre. Una tarde me puse a jugar con un muchacho del hospital con quien hablaba siempre de películas, de mujeres, de sueños, de todo, de pronto, una noche el pendejo se metió en mi cama y quiso que se lo enchufara por atrás, no sé por qué le di gusto, pero cuando quiso hacérmelo a mí, le dije que ni hablar, que no soy así, que tengo el culo, pero sólo para cagar. El mierda insistió y me metió el dedo en el culo. Eso me puso león, como un salvaje. Arranqué un madero de la cama y le golpeé por todos lados, hasta por el culo se lo metí… Me gustó pegarle, desahogarme de toda esta mierda de mundo, y sentí como una especie de placer ver su sangre chorreándole por todas sus partes mientras el madero se hundía en sus carnes... Por ese brutal motivo me encerraron aparte de todos ellos en un loquero, decían que era peligroso, y la verdad, ese lugar, oscuro como mis sueños y pensamientos, me gustó mas que nada… tan solo recibía la comida cada tarde, no deseaba bañarme ni cambiarme de ropa, era libre de todo ruído. Cagaba en un rincón del cuarto que olía a podrido pero, uno se acostumbra a todo… Había una linda ventana con cuatro barrotes de acero en una de las paredes, me gustaba treparme desnudo hasta la ventana y mirar hacia la calle, pues ésta, era una de las pocas que apuntaba hacia la calle, en donde habían casas, ventanas, gente, palomas, árboles, todo, me gustó eso de ver las cosas a la distancia, y decidí mirarlo todo desde la ventana, sobre todo por las mañanas en que había aguzado mi vista y podía ver clarito a la gente que cruzaba por las ventanas de sus casas… En una de ellas vi a una inmensa mujer de mas de treinta años que gustaba pasearse desnuda por su ventana, y, desde que amanecía, yo la miraba desnudo desde mi ventana de barrotes de acero. Mientras la esperaba, me masturbaba hasta que la veía, y cuando me venía, gritaba con todas mis fuerzas lo mucho que la amaba. Fue muy hermoso esos tiempos, aunque nunca supe quién fue ella, y nunca lo sabré, pero al cabo de un tiempo posterior, debido a los reclamos de la gente vecina al sanatorio, me encerraron en otro lugar por mis gritos que escuchaban por las mañanas, sin ventanas, con tan solo una luz en aquel cuarto, la cerradura de una puerta de madera… Uno a todo se llega a acostumbrar, hasta a morir lentamente, y eso hice. No comía, no respiraba mucho, no hablaba nada, no cagaba no orinaba hasta que ya no aguantaba, y me cagaba allí no mas, encima de mi cuerpo… me embarraba todo con mis excrementos, y no sé por qué. Esto duró poco tiempo, cuando volvieron a encerrarme en otro lugar, en otro loquero. Pueden creer que por más de diez años la pasé de cuarto en cuarto, de sanatorio en sanatorio, de ventana en ventana, de cama en cama… Lo único que no cambiaba era yo, siempre estaba yo con mi anhelo de no ser nada, de vivir tranquilo sin que nadie me jodiera, y creo que lentamente lo estaba consiguiendo… Una tarde, luego de no sé cuántos años, entró una linda señorita, me habló suavemente, me dijo cosas bonitas, como eso de los niños que son tan inocentes, de las aves con su vuela que inspira libertad, de las plantas y gran sabiduría, del amor entre la tierra y el universo, de la bondad de algo superior por no reventar este mundo que se mata a sí mismo… de muchas cosas mas habló, pero yo no le podía seguir hasta el final de sus historias, tan solo le miraba los ojos, me gustaban sus ojos, quería ver siempre sus ojos, que acariciaban algo dentro de mí que nadie podía tocar. Y no sé por qué, cuando, emocionado de tanta paz, se escapó de mi boca una paloma, era muy linda la paloma, era blanca así como las nubes, como aquellos sueños que tuve cuando miraba unos ojos enormes de color blanco sin iris ni retina, blancos así como los muertos. Y desde esa fecha hablé, volví a hablar a través de la paloma. Cuando alguien me preguntaba cualquier cosa, le decía que voy a consultar con la paloma. Todos me observaban y casi podía palpitar sus pensamientos y sentimientos, y esto podía hacerlo por mi paloma que me murmuraba cuando se metía dentro de mi, a través de mi boca, como si fuera su palomar. La doctora me hizo llevar a otro lugar, escuché a mi paloma que ese lugar era un lugar muy especial. Me gustó ese ambiente, silencioso, con parquecitos, con poca gente, y con esa gente de blanco por todos lados, paseándose como almas muertas esperando el purgatorio… Todos eran así, menos la doctora que tenía esos ojos luminosos que acariciaban mi palomita… Y así estuve por unos años mas hasta que una tarde mi paloma murió, sí, murió, la vi salir desde mi boca y caer por una pedrada que un loco le había tirado… Fui corriendo a salvarla pero ésta, ya no abrió más los ojos. Sus plumas empezaron a ensombrecerse hasta volverse de color rojo, como la sangre que veía cuando me cortaba las manos. Iba a llorar pero no lo hice, no quería sufrir hacia afuera. Tuve mucha cólera e iba a matar al maldito loco, pero tampoco lo hice, quería que desapareciera así como la gente de afuera... Miré a mi alrededor y sentí que nadie se fijaba en mi persona, como si no existiera, como si no fuera nada. Me alegré por aquel puro sentimiento. Primero caminé hasta llegar al borde del lugar, y vi que había un muro. No ví a ningún paseante de blanco, subí el muro y escapé. Corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a la ciudad. Era de noche y nadie se daba cuenta de mí. No soy nada, me decía, de pronto, vi que uno hombrotes se acercaron hasta donde estaba yo y me preguntaron cosas, extrañas cosas que hacían pinchar todo mi cerebro. No miraban como la doctora, no. Miraban como aquel sueño que tuve cuando un gigante me cogía del cuello y arrancaba mi cabeza del cuerpo. Yo gritaba pero este me ponía a la altura de su carota y me miraba con sus ojos de color gris, así como los ojos de esos sujetos. Ya estaba marchándome cuando uno de ellos me cogió de los brazos y me empujó al piso, y luego, sentí por todas partes del cuerpo los pies de estos sujetos… Me gustó mucho que ellos me molieran el cuerpo, odiaba el dolor de mi cuerpo, quería ser nada, no sentir nada, pero no pude lograrlo… entonces quise morir, pero, eso, tampoco lo logré. Cuando abrí los ojos vi que muchos niños me observaban, unos llamaban a sus padres y otros me miraban así como la señorita que acariciaba con sus ojos. Luego, escuché un griterío… Todo despues fue rápido. Vino la ambulancia, mientras la gente murmuraba que me había asaltado, golpeado y abandonado sin nada de ropa ni papeles, y que quizá había había quedado amnésico. Me gustó la idea y les dije que sí, que no recordaba nada, y que yo no soy nada. Estuve en esa posta médica unos días, y apenas me sentí mejor, escapé con una chica que vestía de blanco, y que era la que cuidaba mi cuerpo… Me llevó hasta su cuarto en una casa muy vieja y grande. Apenas entramos me enseñó su cama, luego se quitó la ropa y quedó desnuda, y a mí me desnudó. Puso su cuerpo hermoso encima de mí, se puso a cantar, y me mostró el amor entre los cuerpos mientras cantaba y cantaba como un ángel de dios, fue un éxtasis divino… Viví tan solo una noche con ella, al día siguiente me fui de su cuarto. Caminé por todos lados hasta llegar a la casa en que había nacido, la casa de mis padres. Quise entrar pero estaba con llave. Se vende, decía en la pared y en la puerta, pero yo conocía una entrada secreta, y entré. No había nada, me gustó eso y decidí vivir el mayor tiempo posible allí. No había un solo mueble. Subí a mi cuarto y encontré varios libros tirados por todos lados. Los cogí y me dediqué a leerlos de día y de noche. Para comer, salía a la calle y mendigaba un rato, lo suficiente para sobrevivir. No recuerdo cuantos libros leí, pero cuando hice un cerrito para contarlos noté que eran muchísimos, no soportaban estar tantos unos encima de otros... perdían el equilibrio. Creo que los libros eran de mis padres… Cuandp los terminé de leer, volví a releerlos varias veces hasta el día de hoy en que he encontrado a unas personas que entran y salen de la casa y siento que ya debo de irme lejos. Eso hice y ahora estoy viviendo en la calle, en un lugar en las afueras de la ciudad. Los muchachos me llaman loco, porque me ven sucio, con los pelos pegados a la piel, como culebras… En fin, como un loco, y no me importó nada… Lo único que deseaba saber era qué es lo que hacía aquí en este cuerpo tan extraño, rodeado de gente mas extraña aún. Deseaba saber si hay sentido para mí ignorancia, si la noche tienen sentido para el día, si la muerte para la vida, si un niño que nace sabe que morirá como esos juguetes a pilas. Pero, pasa el tiempo y no escucho respuesta, no siento nada, de mis labios no salen mas palomas ni ranas, ni cuentos ni gritos, nada, no sale nada, y creo que he llegado a comprender que nada tiene sentido para uno como yo que durante toda su vida ha querido saber, comprender y comprenderlos, entender y entederlos, quererme y quererlos, poco, pero querer a uno al menos, pero nada… Y parece que esto ha fallado con todos los que veo por esta ciudad, y por todas las ciudades que he conocido hasta ahora, en que estoy agotado de caminar y caminar, girar y girar... No hay nada, eso es lo que sé, y, eso, es suficiente para saber, al menos por este día. Quién sabe si mañana sea diferente, pues si algo he sabido es que no existe día ni persona que sean iguales, nadie es igual a nadie… Quién sabe si exista respuesta para uno como yo que quiso saber algo mínimo, y aunque quiso ser nada, nunca fue nada…

San isidro, junio de 2006

Tuesday, June 27, 2006

Memorias de un juego

Nunca le gustó perder, tampoco ganar, por ello, era un gran incomprendido. A todos lados iba solo, con su especial amigo, una pelota de fútbol, que lo mostraba a todos los chicos del colegio para jugar un mach de fútbol pero bajo sus reglas, que tan solo era una y esa era que él debía siempre ganar, sea como sea, porque si empezaba a perder, cogía su pelota y se alejaba de todos los chicos, por ello es que al poco tiempo se quedó sin un solo amigo, todos le miraban con asco, o cólera, a lo que él se iba a su casa, buscaba un lado de la pared y empezaba a patear la pelota una y otra vez contra la buena pared. Todo seguiría igual sino fuera que en una de esas peloteadas contra la pared, la pelota se metió dentro de una de las casas vecinas. Carambas, pensó, el muchachito. Vio la casa y sintió que nunca la había visto antes. Le pareció extraño ver esta inmensa casa rodeada de árboles y ramas que impedían ver su interior. Pero, si deseaba recuperar su pelota tenía que buscarla dentro de la casa. Cogió una escalera que su padre tenía en la casa y la puso sobre el muro cubierto por ramas. Subió la escalera y vio que al otro lado estaba su pelota de fútbol. Se alegró, pero eso duró poco al ver que muchos niños le miraban del otro lado. Uno de ellos fue hacia la pelota, la cogió y se puso a jugar con los demás chicos que vivían dentro de aquella inmensa y lujosa casa. ¡¡No jueguen, no jueguen, nooo…!! No dejaba de gritar el niño. ¡¡Es mi pelota, dénmela, es mía, solo es mía, mía...!!, repetía el niño mientras los demás chicos se burlaban de él. Uno de ellos al ver que este estaba a punto de llorar, cogió la pelota y la pateó con una fuerza sobrenatural, haciendo que esta saliera hacia la calle, en donde estaba el dueño de esta pelota. Este dejó de llorar y bajó a buscarla. Y cuando la tuvo en las manos se puso muy contento, pero muy contento, tanto que apenas vio a unos chicos del barrio les dijo si podían jugar un rato con él, y que no se preocuparan pues ya no se iba a molestar si él perdía el partido... Y así fue como desde aquel día todos los chicos del barrio no dejaron un solo día de jugar a la pelota hasta que los años pasaron, y todos crecieron, pero este niño del cuento nuca dejó de serlo, es decir, creció pero jamás dejó de jugar a la pelota. Había aprendido una lección que solo la vida puede enseñar, y esta era que no importaba si ganaba o perdía una cosa en la vida, siempre y cuando hubiera un amor, un amigo con quien compartir, un lugar en donde pudiera vivir una bondad, una alegría…


San isidro, junio de 2006

Friday, June 23, 2006

El portero

He notado que la gente que se cruza en mi camino cuando me dirijo hacia mi trabajo no acostumbra mirar de frente, la mayoría acostumbra a mirar hacia el piso como si estuvieran buscando algo, o tiene la mirada hacia algo que casi pueden tocarlo con los ojos, es extraño, pero es así, al menos para mí cuando voy rumbo hacia mi centro laboral.

Trabajo de día en un almacén gigantesco en donde diariamente llegan camiones y traileres a dejar toneladas mercaderías y de containeres. Soy el portero de la mañana, aunque hay veces laboro de noche. La vigilia me agrada porque puedo cabecear un poquito mientras me pongo a escuchar música que sale de mi pequeño radio portable. Trabajo junto a cinco perros negros de razas desconocidas. También hay uno que otro bicho que gusta picar la comida de los perros y la mía. Es una rata, bastante graciosa e inteligente. Cuentan de ella que hace mucho que está viviendo en el almacén, que tiene cría y que es bien pillo. Han probado de todo para matarla sin conseguirlo. Incluso trajeron a gente de otro país pero igual, todos quedaron sorprendidos por este roedor… Con el tiempo le tuvimos respeto; era verdad que era una rata ladrona pero, no era desmesurada como otras que he conocido a lo largo de mi vida en donde en mi propia cara salen a pasear y hasta se ponen a chillar, eso, sí que es provocador. Por esa razón fui el único portero que le daba atención y cuidado especial. A los perros, al igual que a la rata y su comunidad, les daba su alimentación. Es bueno que los bichos que a uno le rodean se encuentren contentos, y ya que no tengo parentela, ellos llegaron a ser eso, es decir, mi única familia. Cuando llegaba parecían estar esperándome. Los perros movían la cola y sus ojos parecían alumbrarme toda la cara, y el bicho salía hasta llegar a mi silla, mirándome a mí y a mi aposento. Es bonito llegar a un lugar y sentirse querido, extrañado, esperado, tal como veía en las casas de las demás personas, aunque en mi caso no había peleas, yo era el varón de la casa, sí señor, siempre que llegaba, el silencio y el respeto eran acogedor y sólido…

Todo iba normal hasta que una noche vino el dueño del taller para comunicarnos que este mes era el último para mí. Le pregunté el por qué, y este hombre, que no era malo ni bueno, era normal como todos los que miraban por la calle hacia abajo, pero sí bastante fácil de convencer, no respondió, pero mientras se iba parecía querer decirme que ni él lo sabía, pero que lo lamentaba mucho, mucho, mucho…. Mas tarde, con ayuda del personal de día me enteré que habían vendido el almacén a una constructora. Lo entendí y al día siguiente, pedí mi renuncia. Me pagaron hasta el último centavo, me abrazaron todos los compañeros de más de treinta años de labores, y cuando estaba por salir recordé a mis perros y mi rata… Muy despacio, sin que nadie se diera cuenta, fui caminando como un gato hacia el viejo almacén. Entré y vi a los perros que parecían ya saber nuestro destino porque no movieron la cola y sus ojos estaban así como los de la gente que me cruzaba cuando venía al trabajo. No sé por qué los abracé a uno por uno, como por última vez, luego, saqué un gran pedazo de queso podrido y lo puse cerca de donde habitaba mi rata… Ya estaba saliendo del almacén cuando, pegado al borde de la puerta, vi a mi rata, parecía estar esperándome. Le pregunté lo qué quería. Y este bicho se me acercó hasta rozar su piquito en mi zapato, como rogándome querer irse conmigo. Le dije que no, pero, si se pasaba por allí, me sentiría muy feliz de volvernos a encontrar. Me le acerqué y le pasé unas palmaditas sobre si mofletudo y apestoso húmedo cuerpillo. No me daba asco, no, era algo diferente, mas fuerte que mis sentidos. Lo cogí en mis manos y me lo puse cerca de mis ojos y sus ojos parecían querer llorar, sentí como sus bigotes se movían como la cola de mis perros cuando llegaba al almacén. Nos quedamos así un instante y sentí que muy pronto volveríamos a vernos…

Han pasado más de diez años y no he vuelto a ver a mis perros ni a la rata. Es mas, en el antiguo local en donde trabajé está orlada por un muro de color naranja, llena de alambres y vidrios partidos en su sima. Pedí entrar a un viejo portero y para mi suerte me dejó entrar. Y mientras este señor me hablaba desde la caseta de control, sentí una fuerza que me arrastraba hacia el antiguo galpón en donde había trabajado durante tantos años. Recordé a mis perros y a la rata. Pero cuando entré vi que todo había cambiado. Mi pesadilla se había vuelto realidad. Era imposible que los animales vivieran tanto tiempo, pero uno siempre tiene la esperanza de que su familia viva para siempre y no es verdad. Todo aquel lugar era una especie de edificios en donde habitaban familias y familias, también habían perros, niños, gatos, avecillas, árboles… Todo era diferente. Lo extraño de todo era que sus miradas eran como la gente que miraba como tratando de coger algo que no se podía tocar ni ver. Ya estaba por irme cuando este tipo, el guardián de la caseta, me dijo si tenía trabajo. Le dije que no, que no hacía nada más que vivir con mi pequeña jubilación. Me dijo que el dueño de este lugar buscaba a un guarda de noche. Me dio el teléfono y se fue. No perdí más tiempo y lo llamé. Me aceptaron, y desde aquel día he vuelto al mismo puesto pero ahora tengo una televisión, una radio y otros perros, mas mansitos, pero lindos perros, sobre todo cuando llego por la noche y me miran a los ojos como si llevaran linternas en los suyos, moviendo la cola sin parar, lamiéndome la cara y las manos como si fuera un manjar, es lindo volver a una familia, tener alguien que lo espera y le mira con tanto respeto y afecto… A mi rata no la he vuelto a ver jamás, pero sí he visto a uno que otro bicho que me miran a lo lejos, como preguntándose si soy el mismo u otra persona. Dentro de mí sabía que deseaban un poco de amistad. Le puse un poco de queso podrido y desde aquella noche me hice su amigo. Lo extraño es que, esta vez eran muchos, es decir, muchas ratas que me miran con sus largos bigotes, sus narices que parecen un lunar mojado y esos ojillos que son como pelotitas negras a punto de salírseles de la cara… Sí, en verdad he vuelto a sentirme tranquilo mientras escucho la radio o veo la televisión junto a mis perros y ratas que parecen tener los mismos gustos que yo, al menos por las noches…

Los días pasan, las noches también, y yo y mis bichos y todos los que estamos en este lugar, también pasaremos. Y hoy, que estoy escribiendo esta historia, me pregunto, hasta cuándo la gente mirará hacia el piso o mirara tratando de coger con los ojos aquello que no existe. Es como caminar entre sonámbulos, que no saben apreciar lo poco a mucho que tienen a su alrededor…

San isidro, junio del 2006

Thursday, June 22, 2006

Monstruo

El agotamiento de ser un creador es infinito, no puede terminarse, sobre todo si se está cansado. Me recuesto, cierro los ojos, y puedo ver con los ojos cerrados... aunque lo que se presenta ante mi negro universo es un ser extraño, hermoso y terrible que no cesa de mirarme mientras le observo tras mis ojos ciegos a pesar de un gran agotamiento, de una noche en que no he soltado a la deriva mi conciencia…

Sería mas allá del ensueño cuando, en ese espacio en donde antes de entrar a los sueños se siente uno deslizándose por la casa del terror, con imágenes que aún no existen mas que en nosotros mismos… cuando vi a un ser de color morado, enroscado en si mismo, cubierto por una piel llena de pelos brillantes y sedosos, mostrando pliegues de mucha grasa, descansando en la forma de un monte, y por ello no pude ver sus facciones, pero en aquel instante pude advertir sus muchas extremidades que parecen no tener dependencia con aquel monstruo de piel brillante, pues son como sierpes, delicadas lombrices de la misma piel que se mueven como los rizos de una enorme cabeza bajo el agua… y esta bestia tiene en la punta de cada extremidad un rostro de ojos brillantes, pequeños, una nariz embreada, un hoyo en el centro de esa carilla que hace notar sus fauces, mostrando delicados dientes en forma de púas. Advierten mi presencia como un cáncer en el cuerpo, algo sucio y terrible… Me le acerco y esta bestia se para ante mí, y veo que es inmenso mientras todas sus sierpes parecen tocarme, morderme con dulzura y sensualidad, pero no pueden pues chocan contra el vidrio de mi inconciencia… Me alegro ante esto y le hago una pregunta con mis pensamientos: Temo que soy parte de ti, que eres mi demonio, mi ángel negro del dolor... El monstruo se comienza a alejar de mi conciencia como las olas en la arena de la mar. Le ruego que no se valla, pero no escucha, mientras sus sierpes que al fin descubro que son sus hijos, que como hienas, hermafroditas, me observan y se burlan sin piedad. Me arden sus filosas risas pues las siento como parte de mi ser, de mis visiones, creación de un artista…

Abro los ojos un instante y noto que mi cuerpo está lleno de picaduras. Las observo mejor y noto que he tenido una verdadera pesadilla. Me levanto y llamo a un doctor. Y cuando viene le cuento mi sueño con el monstruo. Me escucha, me mira. Le siento lejos, muy lejos casi en la otra orilla de la vida y la muerte. Le digo que no deseo verle más. Le pago y este se va, y mientas se aleja, un aliento precioso me dice una gran verdad, que no hay mas que alientos en mi constante cambio por la vida, que es mi bastón, mi único amigo…

Camino hacia la ventana de mi cuarto y recuerdo aquel ser. Cojo un papel y empiezo a dibujarle, y cuado termino, noto que sus sierpes, lentamente empiezan a bailar para mí como las ghopis ante Krishna… Cuelgo el dibujo en la pared. Le pongo un nombre, y luego, salgo a la calle, y mientras camino me parece ver en cada persona las sierpes de mis suenos, con sus rostros burlándose de mí, como el monstruo recogido en mi mundo interior…

Los ruidos de la calle no cesan, les pido un minuto de silencio, parándome en la pista, arrodillándome y clamando a los cielos que se abra el mundo del ensueño para mí, que entre y coja todos los secretos de la vida, de la muerte, del dolor, de los sueños de todos, de esos que pueden hacerme entrar a un sanatorio para no salir jamás… Ya es tarde, nadie se percata de mi presencia, de mis gritos, y siento que mi cama me llama. Me levanto y corro hacia mi casa, hacia mi cama, y me zambullo en ella bajo las olas de mi aliento, cierro los ojos y me pierdo lejos, cuando veo el cuerpo escarlata de un ser que no cesa de mostrarme todos sus ojos atados en cada una de sus extremidades…. Me miro en un espejo irreal y veo que mis cabellos empiezan a flotar como si estuviera dentro de un estanque. Me siento especial, pero continúo caminando, escribiendo, cerrando mi conciencia para ver más de cerca, la telaraña de los sueños…



San isidro, junio del 2006

Wednesday, June 21, 2006

¡Rebelión de palabras!

Acababa de terminar de leer un cuento maravilloso cuando me fijé en la hora y ya era demasiado tarde para escribirte. Sentí pena, pero, aun así, quise escribir un texto, cualquiera que sea, aunque en el fondo no tenga nada que contar ni qué decir… aunque lo único importante sea decirte que te quiero, y mucho… Nuestras vidas yacen distanciadas por el espacio, y atadas a nuestras letras que es lo mas hermoso y terrible que sale de nosotros. Me pregunto cómo serás, si eres realmente como te imagino, y disculpa que te tutee, pero lo hago en forma amigable, como un hermano, como lo que somos… amantes de la vida. Seguro que estarás sorprendido de esta carta que no me atrevía a dártela, pero esta es, y es que, me agrada escribirte y decirte que te quiero, y creo que eso es lo más importante que decir… el recordarse que se tiene un lazo y que no está roto, mas que una sola cosa, un sentimiento, un poema escrito en un punto.

Ya despierto, y con la luz de un nuevo día me presto a escribir acerca de lo que mas amo, y eso es lo que tengo dentro de mí, como si fuera gestadora de alegrías, un cántaro que guarda la lluvia de los cielos para aquellos que tienen sed, esa sed que causa el mar de la mediocridad. Amo la vida, y espero que mi carne vuelva a ser polvo, que venga la dama oscura y me arranque este disfraz y vuele lejos, hacia ti, hacia el amor que da calidez y abrigo ante todo lo que se acaba… Es seguro que en mis pasos deje huellas, de esas que son garrapatos, que cuentan cuentos, para unos cuantos, y para ese corazón que busca su nido, su arroyo en donde saciar su larga sed de paz y tranquilidad… Vivo para eso, para escribirte día y noche por qué no, si la vida es un poema lindo, corto, alegre y triste como todo lado bueno y malo. Y mi vida es así de despierta pues no desea volver atrás en donde la sal de mi sombra me espera con las argollas de la duda… No, no deseo esperar a que la vida caiga como lluvia, anhelo siempre jugar a su regazo, como un tortolín, como un beso de una novia que permuta de rostro como el camaleón… Soy solo eso, un pedazo de polvo animado, que gusta mover sus sueños y poemas en busca de ser una sombra que pesa y hace un hoyo al infinito. Sí, eso soy en esta mañana de un día cualquiera en donde mis líneas son largas y sin final, como ese político que inmenso, miente a multitudes con palabras llenas de sangre negra que arranca los sueños de quienes creen en mentiras y sueños hechos una voz, cuando la verdad está bajo su conciencia, esperando su vuelta atrás, adentro, siempre cerca para que no escuche mas que una voz, una sola, la de este poema que no termino de escribir mientras la mañana me aplasta como una pared de ensueños…

Saldré como diariamente, y miraré a mi madre, padre, hermanos, a todos y les diré que soy feliz una vez mas, porque me da la gana de serlo a pesar que el dolor hierve en mis entrañas, y el mundo gira contra el tiempo, chupando todas las sangres de los que aun se animan a voltearse y sentir un poco los ojos de un niño, un siervo, un poema, un canto que fluye del corazón… Algo así haré esta mañana en que la vida me arrastra como esos colegiales en su primer día de clase, llorando ante los pies de su madre, rogando por no romper el cristal de la fantasía, pero, es así, saldré y seré feliz a pesar de esta mañana en que no ceso de mentirle al mundo que lloro a pesar que soy tan feliz…

San isidro, junio del 2006

Monday, June 19, 2006

El hombrecillo

Era un tipo bajito, de mediana edad y solitario, y siempre, como pocos, con una mirada clara, amigable, con una sonrisa tímida y alegre, que inspiraba a otros hombres a no dejar de sentir que muy dentro de ellos, todos somos niños… Una tarde, me le acerqué y le vi sentado en una banca, con un cuadernillo en las manos, escribiendo algo que, parecía, ser una especie de confesión, o comunión... Cuando se percató de mi presencia, dejó de escribir, y, con su sencilla sonrisa, me invitó a sentarme junto a él. Me extendió la mano y me dio su nombre; yo le di el mío, y luego calló. Continuó escribiendo en su especial cuadernillo de color azul como si estuviera totalmente extasiado. Me sentí incómodo y me dispuse a retirarme cuando detuvo su quehacer y dijo que tenía algo para mí. Me sentí extrañado porque jamás, antes, le había hablado. Le he escrito un cuento... ¿Desea que se lo lea? Sonreí, crucé mis brazos y le dije que sí, que con mucho gusto. Fue hermoso lo que contaba, aunque no logré entenderle nada pues hablaba bajito, casi como si leyera para él. Le iba a decir que alzara la voz un poco que no le escuchaba pero, de pronto, sentí como si de su voz saliera como un aroma, un perfume que me inundaba de paz, de mucho sosiego, era como si una ola, una nube me hubiera besado... Cuando terminó, aun quedé prendado de lo que había sentido. Este hombrecito me dijo si me había gustado. Le dije que mas que eso. Gracias, muchas gracias, me dijo... Se levantó de la banca, arrancó la hojita de su cuadernillo, lo dobló en dos, y, me lo ofreció como si fuera un ser vivo, como un ave a punto de despegar... Lo cogí medio anonadado. Le agradecí, y le vi caminar en medio del parque vacío mientras saludaba a los árboles, a las aves, al aire. Luego, creí que debía reposar y me senté. Desdoblé la hoja en mis manos y me dispuse a leerlo... pero, la hojita, estaba totalmente garabateada con rayas y dibujitos y una firma con, creí, su pseudónimo. La iba a echar, pero no lo hice. La guardé, y aun hasta el día de hoy la guardo en mi billetera, porque, cada vez que deseo sentir ese sosiego, la abro, y siempre, siempre, siento esa paz preciosa, ese aire que limpia y alivia mi existencia... Al hombrecito no volví a verle. Fui, casi diariamente, a encontrarme con él, hasta que una indigente me contó que el singular hombrecillo había fallecido hacía unos meses de un ataque al corazón, justo el día en que me le había acercado, dijo, además, que lo hallaron abrazado a un viejo y reseco árbol con un cuadernillo en las manos... Le iba a preguntar por el cuadernillo, pero ya el vagabundo se había alejado de mi presencia. Desde aquel día, me pareció verle y sentirle por todo el parque, me pareció que aún paseaba y escribía por las calles. Fue entonces que empecé a escribir. Quizá fue ese legado, esa vivencia lo que me hizo escribir historias increíbles y este relato que mientras lo garrapateo siento que no soy yo el que lo hace sino el extraño hombrecillo que me parece escucharle y verle reír dentro de mí, como quien escucha una flauta mágica y llena de bondad para quien lo puede escuchar, y, en este caso, leer...


San isidro, junio del 2006

Sunday, June 18, 2006

Alguien toca el timbre de la casa

De un lado hacia otro... Me paraba, sentaba. Prendía la televisión, la apagaba. Ponía un cd y lo veía hasta la mitad. Era uno de esos días en que no sabes lo que quieres y si no me hubiera pasado lo que me pasó no sé que hubiera ocurrido conmigo un domingo como hoy...

Resulta que tocaron la puerta y cuando salí no había nadie... Un fastidioso, pensé. Pero, esa curiosidad por saber quién era el que me fastidiaba me puso a pensar, y pensé durante toda la tarde en quién podría haber sido. Imaginé que era los hijos de mi vecino, el que tiene mas de doce años y le gusta matar a los perros de la calle, envenenándolos, o coger esos gatos y enjaularlos para juntarlos con perros y ver peleas hasta que uno de ellos quede; pero, en verdad eso era raro, a pesar que era un chico raro; su padre era militar y su madre trabajaba en un Banco y salía con su jefe, eso lo sé porque en todo el barrio se sabía, sobre todo cuando llegaba un auto todo de lujo y ella bajaba con la cara pálida... pero no lo creía. O, podría ser esos indigentes que diariamente les gusta tocar la puerta para pedirme dinero o comida, pero, por qué no se habrían quedado en la puerta... O, de repente sería un alma perdida, una piedra caída del cielo y que cayó justito en el timbre de mi casa, un pajarito que quiso descansar en un lugar y se posó en el timbre de la puerta, o un cartero que se equivocó a última hora y se fue a otro lado por error... Tuve que coger un pedazo de papel y escribir todas las posibilidades de la persona que había tocado el timbre de la casa. Creo que estuve en esa situación por cerca de cinco horas, tan solo interrumpida cuando sonaba el teléfono de la telefónica avisando que ya estaba cerca del corte total de la línea por falta de pago, y, también, mi hermana menor que quería invitarme a irnos al campo con toda su familia, al mismo tiempo que me avisaba que la próxima semana era el bautismos de su hija menor. Pero yo, aun seguía escribiendo las posibilidades hasta que nuevamente sonó el timbre de la casa. Dejé de escribir y antes de abrir la puerta, me asomé por la ventana para ver a la persona, y vi que era un señor que llevaba un caja medianamente grande. Fui hacia la puerta y la abrí. Le pregunté lo que deseaba, y este señor me dijo si yo me llamaba fulano de tal. Era mi nombre pero le dije que "este señor" había salido hacía más de un año de la casa y que yo, su amigo, me había quedado para cuidarla y recibir todos sus encargos. Si usted gusta puede dejarme el encargo, le dije. Oh no, me dijo, ud. no es fulano de tal, no es cierto, me dijo. Volví a repetir lo mismo, y luego, este señor me dijo que era vendedor y que deseaba hacer una demostración de una aspiradora-lustradora-enceradora. Le dije que estaba muy ocupado, pero este insistió, e insistió tanto que me convenció para encerar la casa, al menos la parte de abajo. Cuando entró noté que era un tipo bastante grande, vestía un traje barato pero, no le quedaba muy mal... Olía a cebo, y eso quería decir que había caminado durante horas y horas. Mientras aspiraba la salita de entrada ya se había quitado su saco y en verdad, me sorprendió su cuerpo, estaba lleno de pelos, tanto como un gorila, hasta tenía cara de mono. Será un hijo de hombre con mono, pensé. Yo me fui hacia mi mesa de trabajo y continué mi escrito acerca de todas las otras posibilidades acerca de la persona que había tocado la puerta de mi casa y no había aparecido en la puerta nadie. Antes de empezar a escribir le pregunté al gorila si había tocado la puerta unas horas antes. Me dijo que no, y yo continué mi extraño pasatiempo mientras el tipo hablaba y hablaba al mismo tiempo que ya estaba encerando la salita de casa... Creo que ya había pasado cerca de una hora cuando terminó. Le pregunté si ya había acabado. Me miró, me volvió a preguntar si yo no era fulano de tal, le dije que no, y este empezó a guardar todos sus materiales, me pidió un poco de agua, se la di. Se puso su saco de lana color café, su sombrero que era del mismo color y se sentó frente a mí. Le dije que estaba por salir de la casa, y este me dijo que ya se iba a ir. Un momento, por favor, hace mucho calor, y, aun, tengo que trabajar un poco más; esta es mi última máquina, ¿no es una maravilla?, me dijo. Le dije que sí, pero yo no podía comprarla, no era mi casa. Oh, claro, claro, respondió. De pronto, sonó el teléfono. Ambos lo miramos. Como estaba cerca a su mano, lo cogió, y habló. Me puse a sudar, y, no sabía por qué. Podría haber sido mi hermana, mi madre, mi sobrina, mi amigo, podría haber sido tantas personas, y este tipo estaba con el fono en la oreja mientras me miraba y yo continuaba sudando a chorros. Luego, colgó. Le pregunté quién había hablado. Me dijo que era para fulano de tal. ¿Y, qué dijo?, pregunté. Es ud. fulano de tal. No, no lo soy, respondí. Me miró y cogiendo su aparato salió de la casa, se sacó el sombrero y cerró la puerta... Volví a mi mesa y cuando iba a continuar trabajando, sonó nuevamente el timbre de la casa. Esta vez no quise abrir. Me tapé los oídos y no volví a escuchar más el timbre de la casa...




San isidro, junio del 2006