Monday, June 19, 2006

El hombrecillo

Era un tipo bajito, de mediana edad y solitario, y siempre, como pocos, con una mirada clara, amigable, con una sonrisa tímida y alegre, que inspiraba a otros hombres a no dejar de sentir que muy dentro de ellos, todos somos niños… Una tarde, me le acerqué y le vi sentado en una banca, con un cuadernillo en las manos, escribiendo algo que, parecía, ser una especie de confesión, o comunión... Cuando se percató de mi presencia, dejó de escribir, y, con su sencilla sonrisa, me invitó a sentarme junto a él. Me extendió la mano y me dio su nombre; yo le di el mío, y luego calló. Continuó escribiendo en su especial cuadernillo de color azul como si estuviera totalmente extasiado. Me sentí incómodo y me dispuse a retirarme cuando detuvo su quehacer y dijo que tenía algo para mí. Me sentí extrañado porque jamás, antes, le había hablado. Le he escrito un cuento... ¿Desea que se lo lea? Sonreí, crucé mis brazos y le dije que sí, que con mucho gusto. Fue hermoso lo que contaba, aunque no logré entenderle nada pues hablaba bajito, casi como si leyera para él. Le iba a decir que alzara la voz un poco que no le escuchaba pero, de pronto, sentí como si de su voz saliera como un aroma, un perfume que me inundaba de paz, de mucho sosiego, era como si una ola, una nube me hubiera besado... Cuando terminó, aun quedé prendado de lo que había sentido. Este hombrecito me dijo si me había gustado. Le dije que mas que eso. Gracias, muchas gracias, me dijo... Se levantó de la banca, arrancó la hojita de su cuadernillo, lo dobló en dos, y, me lo ofreció como si fuera un ser vivo, como un ave a punto de despegar... Lo cogí medio anonadado. Le agradecí, y le vi caminar en medio del parque vacío mientras saludaba a los árboles, a las aves, al aire. Luego, creí que debía reposar y me senté. Desdoblé la hoja en mis manos y me dispuse a leerlo... pero, la hojita, estaba totalmente garabateada con rayas y dibujitos y una firma con, creí, su pseudónimo. La iba a echar, pero no lo hice. La guardé, y aun hasta el día de hoy la guardo en mi billetera, porque, cada vez que deseo sentir ese sosiego, la abro, y siempre, siempre, siento esa paz preciosa, ese aire que limpia y alivia mi existencia... Al hombrecito no volví a verle. Fui, casi diariamente, a encontrarme con él, hasta que una indigente me contó que el singular hombrecillo había fallecido hacía unos meses de un ataque al corazón, justo el día en que me le había acercado, dijo, además, que lo hallaron abrazado a un viejo y reseco árbol con un cuadernillo en las manos... Le iba a preguntar por el cuadernillo, pero ya el vagabundo se había alejado de mi presencia. Desde aquel día, me pareció verle y sentirle por todo el parque, me pareció que aún paseaba y escribía por las calles. Fue entonces que empecé a escribir. Quizá fue ese legado, esa vivencia lo que me hizo escribir historias increíbles y este relato que mientras lo garrapateo siento que no soy yo el que lo hace sino el extraño hombrecillo que me parece escucharle y verle reír dentro de mí, como quien escucha una flauta mágica y llena de bondad para quien lo puede escuchar, y, en este caso, leer...


San isidro, junio del 2006