Sunday, November 27, 2005

La mujer que no podía tener un hijo

Ella venía de una familia muy numerosa así que desde niña siempre soñó con ser una mamá, tener muchos hijos y ser muy feliz con el hombre más bueno y bello del mundo. Así fue creciendo hasta que conoció a un bello muchacho con quien se casó y fue muy feliz hasta que supo que jamás podría tener hijos de ningún hombre sobre la tierra. Cuando supo esta verdad no supo si morir, o continuar con su vida, con su sueño de niña... pero continuó viviendo. Dejó al bueno muchacho y se volvió a casa con uno, luego con otro, pero con cada hombre sobre la tierra no pudo tener un solo hijo...

El tiempo pasaba y su sueño se apagaba así como el día y la noche... Miraba hacia el pasado y veía a todos los hombres que tuvo, a todos los hijos que pudo tener. Miró los ojos de toda su numerosa familia y sintió que la vida sin sueños no valía la pena vivirla, así que decidió buscar a dios por todos lados.

Viajo a todos los rincones de la tierra pero no lo encontró. Hasta que una noche de luna llena sintió que dios estaba mirándola. Subió al monte más alto y se puso a orar y orar por toda la noche, pidiéndole a dios una sola cosa: Un hijo. Agotada, sintió en su alma que debía volver a su casa después de su largo viaje a través de todos los rincones del mundo y cuando llegó a la puerta de su casa encontró a un hombre de más de noventa años, sucio, lleno de llagas, y con una pata de palo. La mujer le miró, preguntándose quién podría ser...

- He escuchado tus ruegos, mujer. Yo soy el hombre de tu vida... - le dijo el decrépito anciano, mostrando sus escasos y escariados dientes.

La mujer le miró y no supo qué hacer. Se tiró la suelo y lloró y lloró por horas y horas, sintiendo en su alma que esto no podría ser, que sería terrible... Y cuando levantó sus resignados ojos hacia arriba vio que el anciano mendigo había desparecido. Intrigada por todo entró en su solitaria casa, y cuando prendió la luz de su cuarto vio a un hermoso recién nacido sobre su cama que abría sus bracitos, manitas y mostraba una bella sonrisa a su soñadora mamá...



San isidro, noviembre del 2005

El último poema

Estaba frente a una señora muy vieja acompañada por su hijo de casi mi edad, o sea, de más de cincuenta años. La anciana me miró y me dijo si yo podría escribirle un poema; le dije que si, que para el día siguiente se lo entregaría. Pero ella me dijo que tendría que hacerlo ahora pues mañana se iría de viaje. La miré a los ojos. Miré los ojos de su hijo. Me decidí. Cogí un lápiz y un papel. El blanco papel me miró a los ojos con gran frialdad y no supe qué decir, qué escribir... "No puedo señora", le dije. La anciana exhaló profundamente, bajó la mirada y se alejó de mi casa del brazo de su hijo que casi tenía mi edad, robándose un pedazo de mi vida, no sabía con exactitud lo que era, pero mucho dolía... así que nuevamente miré el blanco papel y le rogué si podía darme una empujadita. Los ojos de la hoja se hicieron cálidos, y de pronto, casi sin esfuerzo, mi mano se deslizó con el lápiz a través de su blanca piel... Fue bello, hasta que hube terminado el bello poema. Iba a ir de inmediato pero decidí postergarlo para la mañana siguiente.

Al día siguiente fui a la casa de la anciana señora. Salió su hijo diciéndome que su madre acababa de partir. "¿Adónde se ha ido?", pregunté. Me miró a los ojos con metálica frialdad, y sentí como si yo fuera una hoja blanca de papel, y sus ojos fueran como un bisturí que me hería, contándome que su madre había fallecido... Luego, el hijo que casi tenía mi misma edad cerró la puerta de su casa sin decirme ni una palabra… y sentí que algo dentro de mí se había muerto con la vieja señora. Sin embargo, guardé un sentimiento, y en un sobre guardé el bello poema.

Tomé un auto hacia el cementerio en donde dormía la anciana señora y decidí dejarle mi último poema. Se lo puse sobre su blanca lápida y cuando retornaba hacia mi casa un sentimiento de liviandad recorrió toda mi alma. Todos sonreímos.


San isidro, noviembre del 2005

El hombre mas rico del mundo

El hombre más rico del mundo es un hombre que no supo lo que tenía hasta que supo donar todo lo que tenía al hombre más bueno del mundo... Sin embargo, el hombre más rico del mundo aprendió a hacer su fortuna cuando entendió que todas sus decisiones dependían tan solo de él, que no debía pedir mas que lo que necesitase, nada mas... Y desde el instante en que entendió que era mejor ahorrar sus emociones que entregarlas a sus bajas pasiones aprendió que no había nada más importante que la justicia con el mismo por sobre todas las cosas. Supo que no había nada mas honesto que compartir toda gloria y honor con el resto del mundo. Supo que nada era duradero, que todo era como el río que va hacia la mar, por ello se entregaba con serenidad y humildad a cada situación, ya sea buena o mala, pues sabía que nada le impediría llegar a su sueño, a su océano.Y por eso es que al ver al hombre mas bueno del mundo supo que no había nadie mejor que él para distribuir toda riqueza que durante toda su vida había logrado... Pero el hombre mas bueno del mundo recibió toda aquella fortuna con gran alegría, pero le dejó al hombre mas rico del mundo la décima parte de todo, pues sabía que así podría generar mayor riqueza para todos los hombres y mujeres, buenos o malos, ricos o pobres, sabios o ignorantes... del mundo.