Tuesday, August 30, 2005

Jaulas

No recuerdo cómo llegué, pero allí estaba... Siete o nueve personas dentro de una jaula, encerrados como animales peligrosos. Me senté en el suelo pues no había una sola banca, nada, tan solo las siete o nueve personas que comencé a revisar con mis ojos, uno por uno... Me llamó la atención el primero pues estaba vestido todo de blanco, sin zapatos ni medias, era calvo o se rapaba, no lo supe, y eso fue todo lo que vi de él pues tenía la cabeza colgada como si fuera un mango a punto de caer por estar maduro. El otro parecía ser un niño, pero no lo era, estaba en calzoncillos, pero usaba zapatos y medias, y tenía el cabello negro y muy largo, aunque parecía no haberse bañado por mucho tiempo, a este tampoco le pude ver la cara pues el gorro le cubría... Otro era un tipo bastante bajo y gordo, usaba una especie de túnica de color azafrán, era muy velludo pues sus manos y pecho rebozaban sus vellos, su cabeza estaba cubierta por una capucha al estilo monje, estaba de rodillas con las manos juntas y con la mirada hacia la reja que era la única ventana, oraba en un idioma que no pude entender... Luego habían dos que parecían ser hermanos, estaban vestidos con el mismo color de ropa, zapatos y usaban unos lentes oscuros, lo extraños de ellos es que se miraban las caras, casi pegados como si estuvieran frente a un espejo... Por último habían cuatro enanos, todos vestidos de negro y cuidaba a un hombre muy grande que parecía estar totalmente dormido, cubierto totalmente por unos trapos de varios colores, sus pies eran como los de un gorila, pero tenía cinco dedos, los conté, y vi que sus uñas parecían ser la coraza de una tortuga....

Esos eran todos, y parecían no darse cuenta de mi presencia ni ellos de cada uno de todos los demás. De pronto escuché una voz que salía de alguna parte de la cárcel que decía que ya era la hora de salir a comer. Yo pensé que nos iban a traer siete o nueve platos con comida pero no fue así. Desde la parte más alta del techo cayó una masa gigante de algo de color verde. Todos, como perros furiosos se tiraron sobre aquella cosa, yo no pude, y aunque quisiera, el ver cómo se peleaban cada uno de ellos me hizo sentir que yo sería igual a esa cosa verde... Cuando terminaron de comer esa cosa, todos, volvieron a hacer lo que estaba haciendo desde que entré en la jaula.

Ya habían pasado cinco tres días y cada día era igual, y yo, sin haber probado un solo bocado... Al cuarto día me sentí como si fuera una bestia salvaje, y vi que el animal que llevaba dentro salía dentro de mí como si fuera un gato... pues apenas cayó aquel amasijo de comida verde salté mas rápido que todos y cogí con mis manos todo aquello que cabía... y luego, casi sin respirar, salté hasta llegar a cogerme de la ventana que estaba en la parte mas alta de la jaula. Vi, por primera vez los ojos de cada uno de ellos, eran unos ojos redondos, brillantes y negros, así como los del perro. Parecían ladrarme, lanzar aullidos, querer comerme, pero no pudieron, y cuando asumieron su impotencia se lanzaron sobre las sobras de la comida verde...

Así estuve viviendo por cerca de meses y meses... Mis ropas se volvieron oscuras, mis manos se transformaron en garras, y mis ojos parecían ver todo brumoso, misterioso, casi podía palpitar los pensamientos de las siete o nueve personajes que estaba en la jaula. Eso fue bueno para mí, y con el tiempo me acostumbré a vivir pegado a la ventana de la jaula. Al principio veía como los enanos querían treparse al lugar en que yo estaba, el gigante los miraba y lanzaba una sonora carcajada que parecía a los gruñidos de un elefante, los demás me miraban por horas y horas así como los perros que miran la luz de la luna... y yo, empezaba a mirarlos ojo a ojo y reía como esos malignos demonios que se saben inalcanzables...

Todo seguiría igual sino fuera que un día entro un nuevo inquilino, era una hermosa mujer, desnuda totalmente, parecía ser una perra, pero no lo era, era una mujer, salvaje, pero mujer. Tenía unos senos preciosos, un pubis maligno y misterioso, sus piernas y brazos eran fuertes y limpios de toda vellosidad, era hermosa, sino fuera que cuando se sacó el cabello de los ojos tenía los ojos igual a los perros...

Los primeros en lanzarse fueron los enanos que salieron volando gracias al gigante que la deseaba para ella, y cuando la cogió en sus brazos, ella, empezó a besarlo... De pronto, el gigante velludo lanzó un fuerte aullido de dolor porque la mujerzuela le había arrancado la lengua... La quiso matar pero el gordo vestido de túnica se le abalanzó y se la quitó de los brazos, lo mismo hicieron el calvo vestido de blanco, y el niño de cabellos negros y largos... Ellos la cubrieron y la cuidaron como si fuera su reina... El gigante lanzó un gemido, escupió sangre al suelo mientras todos los enanos le jalaban de sus ropas, lo echaban al suelo para que volviera a descansar. Miré a la mujerzuela y noté que estaba masticando la lengua del gigante como si fuera una presa sabrosa.

Estoy en el infierno, pensé. De pronto vi que mi cuerpo había adelgazado tanto que podía cruzar los barrotes de la jaula. Eso hice, y con mucha suerte escapé, bajando por las paredes gracias a las uñas y a la gran agilidad que había cultivado mientras viví en aquel lugar...

Ya en la calle, y libre de nuevo, comencé a alejarme a través del bosque, y mientras huía, vi cientos de jaulas gigantes, iguales a las que yo habitaba momentos antes, pobladas de todo tipo de gente. Con gran asombro vi a extraños seres de otro planeta cuidando a toda una raza en total extinción... Cerré los ojos, y sentí ganas de vomitar. Mi mundo, estaba acabado, pero algo dentro de mí decía que todo esto podía cambiar, y por ese sentir huí, y huí hasta llegar a una montaña para tratar de sobrevivir como un ermitaño. Cerré los ojos nuevamente, y me puse a meditar, y mientras meditaba una bella luminosidad se acercó hasta casi tocarme el alma, y sentí que estaba mas vivo que nunca, que eso era lo mas hermoso, importante y que había una esperanza en que todo iba a cambiar, pues, la vida de un insecto no podría ser tan mala, reparé…



San isidro, agosto del 2005