Wednesday, February 28, 2007

una vida normal

… tenía mucho calor. el día fue terrible. gané mucho dinero, mucha plata, y tuve la suerte de enamorarme y hacer el amor con una linda muchacha. es lindo estar enfermo de esa manera, tan solo deseas estar a su lado, besarla por todos lados, mirarte en sus ojos, acariciar su piel infinitas veces, verla sonreír una que otra vez... es una bella manera de vivir, aunque te sientas atado a muerte. aún continuaba el calor, y cada vez que hacíamos el amor, terminábamos mojados, así como los caballos. pero, la verdad, en medio de ese calor, todo llega a cansarte. le dije que estaba un poco cansado de estar enamorado y que me gustaría que se fuera un poco lejos, es decir, no tanto como para no verla en un par de horas, pero lejos, lo necesario, ¿me entienden?. bueno, parece que ella tampoco me entendió, pues cogió todas sus cosas y se fue a la calle. aún hace calor y la veo salir y entrar al cuarto de un hombre negro y alto. deben de estar locos de amor, así como lo estuve yo. tengo pena por ellos, y siempre que les veo entrar, les llevo una jarra llena de agua. esto de ser medio tonto, o generoso, casi es lo mismo, te da mala suerte. lo primero que hicieron fue darme las gracias, pero con el paso de los días, ambos me miraron mal, y cada vez peor. hasta que un día en que llevaba la jarra, se la tomaron allí mismo, y me tiraron la jarra vacía en la cabeza. quedé medio mareado y se me fueron las ganas de ser tan idiota. pero, en verdad, cómo sufría al verla entrar y salir del cuarto del negro. una noche la esperé escondido tras un árbol, aún hacía calor. apenas salió le pedí si podíamos hablar. está bien, me dijo. le dije que la amaba pero a la distancia, ni tan cerca ni tan lejos, pero deseaba verla una que otra vez. le dije que inclusive podía pagarle una vez por semana por cada visita que me hiciera, también si así lo deseaba, podíamos hacer el amor, eso sólo si ella lo deseaba. puse mi cara de perro que trae un hueso a su dueño, y esperé. me miró con pena y me dijo que no, que no deseaba verme jamás... lo siento, terminó diciéndome. la vi alejarse y con ella se iba mi amor, mi pasión... la vi casi desaparecer por la oscuridad, y subir a un auto mas raro aún pues tenía luces por todas partes. corrí para ver mejor qué tipo de carro era, y vi que era un carro de la ambulancia. ella y el chofer, me miraron y se rieron como si fuera un idiota. no me gustó esa mirada y empecé a odiarles con toda mis fuerzas. me di media vuelta y corrí a tocarle la puerta del negro. éste salió y gritó: ¡qué es lo que quieres!. le miré y le conté todo lo que vi. el negro me cogió del cuello y me dio un empujón. salí volando hasta caer en medio de la pista. justo en ese instante pasaba un carro. pero no pasó por encima de mí. tuve suerte. me paré y fui a darle las gracias al chofer, pero este me preguntó si estaba loco. le sonreí como un idiota, me sentí bien de sonreírle al chofer, pero a este no le gustó mi sonrisa y me escupió a la cara, luego, partió. Me fui caminando hasta llegar a mi cuarto y antes de entrar vi a chica, la misma que no deseaba verme jamás, parada en la puerta de mi cuarto. estaba tan bien vestida que sentí que me amaba. ¿me amas?, pregunté. no, dijo, no puedo amar a una persona como tu, pues estás loco… ¿acaso no te das cuenta?. le dije que no me daba cuenta, pero si a ella le parecía, eso no me molestaba. me cogió de la mano y entró a mi cuarto. se desnudó totalmente, y vi sus senos nuevamente, su pubis lleno de esa pelambrera que tanto me gustaba frotar. era ella nuevamente, pero había algo diferente. su cuerpo estaba gastado como guantes de boxeador viejo. Ya no era tan terso como cuando la besaba infinitas veces, no, ahora era la piel estirada de una perra. perra, le dije. parece que eso le gustó. me desnudó y me hizo el amor, y como una perra, me mordió en cada parte de mi cuerpo… a la mañana siguiente, se fue, dejándome todo el cuerpo con las huellas de sus dientes. dios mío, cómo me ardía el cuerpo. fui a la farmacia y me compré unas pastillas para el dolor, pero, no sé porqué, sentí deseos de suicidarme y me compré un pomo de somníferos de colores. cuando llegué a mi cuarto puse frente a mis ojos ese pomito, un vaso de agua y… dios mío, tuve deseos de dormir, aunque no sufría por nada terrible, tan solo deseaba saber cómo era eso de morir porque me daba la gana, o por curiosidad. y allí estaba, frente al pomito de colores y el vasito. de pronto, la puerta sonó. no quería ver quién era, pero siguió sonando, luego, escuché gritos. era el negro. me paré y fui a abrirle la puerta. ¿qué deseas?, le pregunté. me siento mal, la perra esta, me ha dejado, me dijo, y luego se puso a llorar como un idiota, un niño en otras palabras. de pronto, la puerta sonó de nuevo. cállate, le dije al negro. yo sabía que era élla. me paré y abrí la puerta, pero antes, escondí al negro dentro del baño. ella entró y me dijo que necesitaba plata. ¿cuánto?, le pregunté. mucha plata, quiero mucha plata, me dijo y sonreía feo, así como los diablos. está mal, pensé. ¿no quieres morderme de nuevo?, le pregunté. no, respondió, quiero plata, mucha plata… saqué todo el dinero que tenía en los bolsillos, le firme un cheque con todo lo que guardaba en el banco y se lo di. gracias, me dijo, luego, se fue. fui a mirar con quién se iba y vi de nuevo el carro de la ambulancia. ya iba a dejar de mirar cuando vi al negro que la seguía con un cuchillazo, clavándoselo infinitas veces, así como yo, cuando besaba toda su piel. luego, vi como el cuerpo de la chica manaba sangre, mucha sangre, así como la plata que le di momentos antes. sentí pena por todo y cuando iba a dejar de mirar vi al negro entrar a mi cuarto, cerrar la puerta y sentarse en la silla de mi cuarto. le vi tan cansando que le alcancé el pomito de colores, que lo iba a hacer dormir para siempre. él me miró y sus ojos se agrandaron como dos huevos, volvieron la mirada al pomito y yo aproveché para alcanzarle el vaso con agua. le sonreí y este sonrió como un niño. le puse el pomito y el vaso en la boca, y este se la tomó tranquilito. fue extraño ver su cuerpo convulsionarse como si tuviera mil demonios, hasta quiso ahorcarme el muy loco, pero le empujé y pude librarme de esos demonios… al cabo de un rato, le vi botar espuma negra por la boca… cogí una sábana y le tapé para que sigua durmiendo. miré hacia la ventana y aún hacía calor, mucho calor. sentí envidia del negro…


san isidro, febrero de 2007

Monday, February 26, 2007

una historia sin tiempo, espacio ni lugar

escribí un poema, lo borré. escribí un cuento, hice lo mismo, e igual con una novela, ensayo, biografía, autobiografía, carta, epístola, texto dadaísta, etc. todo lo borré, con el codo del tiempo, cuando escribía sobre la pizarra de la noche. no quería salir, pero todos estos escritos, aunque muertos y olvidados, me jaloneaban la conciencia... ¿por qué nos dejas?, gritaban, pero sólo yo podía escucharlas. salí de mi cuarto y saludé a mis hijos, esposa, perros, empleadas, vecinos, amigos, a todos saludé. tomé el desayuno. ya me levantaba cuando uno de mis perros me preguntó si había escrito algo. lo miré desconcertado pues jamás había visto que un perro hablase. iba a decirle qué te ocurre, o que me ocurre, pero cuando miré a toda la gente que estaba sentada en la mesa, me di cuenta que todos esperaban mi respuesta, pues, todos tenían la misma mirada expectante que uno de los perros. dejé de tomar mi desayuno y salí de mi casa ante el silencio de toda aquella gente que, por primera vez, la veía tan extraña. lo raro de todo es que aun estaba con pijama y sin zapatos, iba a volver a mi casa, pero me dije que no, que no debía volver nunca mas... sé que estoy enloqueciendo, pensé. seguí caminando y empecé a cantar muy suavecito, como para que nadie me escuchara. sin embargo, vi que toda la gente que se cruzaba en mi camino me miraba y miraba mis ropa. ¿por que no canta mas fuerte?, escuché y vi que tenían los mismos ojos que mi perro. me asusté porque ya no tenía adónde refugiarme. seguí cantando mas fuerte y ellos seguían mirándome y pidiéndome que lo hiciera mas fuerte. me detuve y al primero que volvió a cruzarse en mi camino, le escupí la cara. en ese instante, toda la gente me cogió de las manos, piernas, de todos lados y empezaron a pegarme. perdí la razón, todo se volvió como si fuera una masa de pan que está dentro de una amasadora. el tiempo pasó, o no sé, algo por el estilo, pero cuando abrí los ojos vi que no había nadie a mi alrededor. también noté que estaba desnudo. miré mi desnudez y no sentí vergüenza. tenía un cuerpo bonito. mis piernas eran rosadas y con vellosidades doradas. mi pecho estaba erguido y potente. mis brazos largos pero firmes. pero, cuando miré mis manos, no estaban, aunque no me dolían. traté de gritar, pero no salía sonido de mi boca. iba a tocarme la lengua pero no tenía manos... me paré y corrí hasta encontrar un espejo. vi en una esquina una luna de una tienda. no había una sola persona y fui hacia la luna. me miré, pero no pude verme reflejado en ella... lo extraño era que sí veía a una muchedumbre de gente que caminaba por la misma calle en que estaba yo, sin que pudiera escucharla ni verla. alce mis brazos sin manos y nada, parecían fantasmas. caminé hasta llegar a mi casa. llegué y entré por la ventana. no había nada ni nadie, ni siquiera un solo mueble. recordé el espejo y fui a buscar uno. lo puse frente a mí y me vi reflejado. en el estaba yo, vestido aún con pijama, con mis manos completas, mi lengua larga y rosada. me sentí mas calmo. busqué un rincón para dormir y me eché y enrosqué como los perros. de pronto, sentí los lamidos de un perro. abrí los ojos pero no vi a nadie. ¿soy un fantasma o la casa es fantasmal?, me pregunté. escuché de nuevo la misma pregunta: ¿porque nos dejas?, y, ¿qué has escrito?. sonreí un poquito y empecé a recordar todos los cuentos, poemas, historias, novelas, etc., que había escrito un día, y mientras recordaba, toda la casa empezó a llenarse de mis seres queridos. mis manos volvieron a salir, mi lengua también pues la toqué con mis manos. vi que estaba vestido con mi pijama, aunque estaba medio jaloneando, roto, pero cubría mi desnudez. seguí recordando mis historias hasta que toda la gente en mi casa terminaron llorando por mis historias. me paré y fui a mi cuarto. cerré la puerta y volví a escribir, a pensar en voz alta, y esta vez nada me detendría jamás...


san isidro, febrero del 2007

Friday, February 23, 2007

Franco y Sincero

Llegué a mi cuarto tarde. Había un plato de comida, una jarra llena de agua, cubiertos, servilletas, nada más. Me senté y vi una carta. Primero quería comer algo, pero la carta parecía tener más hambre que yo. La cogí y la abrí. Era una carta de mujer en donde decía que yo le gustaba desde hace mucho tiempo. Pucha, me dije, una mujer que le gusto. Nunca antes me había sucedido, jamás, pero allí estaba la carta. Me fijé en el sobre para averiguar el nombre del remitente y leí: S. M. ¿Quién será?, me pregunté, ¿Será hombre, mujer, niño, anciano, loco, o, simplemente una broma de alguien? Todas estas preguntas me hice. Volví a leer la carta y decía que me observaba desde que entraba a mi centro de labores. Que le gustaba la forma en que caminaba, corría, entraba, miraba, sonreía, escupía, me quitaba los mocos de la nariz, etc. Contaba que acababa de irse a otro lugar, muy lejos y que jamás volvería a verme y por esa razón me dejaba esta carta, que era la primera que me mandaría y que la próxima me daría su nueva dirección. Coloqué la carta en su sobre y la eché a la basura. Comí pensando en la chica. Me la imaginaba loca. Tendré que cuidarme al salir a la calle. Voy a cambiarme de ropa con más frecuencia. Llamaré a mis padres, hermanos. Saludaré a mis familiares y amigos. Voy a cambiar. Seré una buena persona. En ese preciso momento supe que estaba asustado. Miraba la ventana y me sentía observado. Terminé de comer. Me bañé y antes de echarme en la cama, prendí la televisión. No había nada nuevo ni bueno. La apagué. También apagué las luces de mi cuarto. Traté de dormir pero no pude. El sonido del motor de la refrigeradora no me dejaba en paz. Me puse una almohada sobre la cabeza, pero hacía mucho calor. Me paré y fui a desconectar la refrigeradora. Volví a mi cuarto y traté de dormir. Escuché el sonido de un zancudo. Prendí la luz y con un periódico la busqué para matarla. Tuve suerte, allí estaba la maldita, pegada al techo. Me subí sobre la mesa en que había comido y con le periódico en la mano, traté de matar al zancudo. La maldita se escapó apenas yo levantaba la mano. Pero en el intento, me caí de la mesa y me golpeé la cabeza contra la pared. Empezó a salirme un chorrito de sangre. Me levanté y fui hacia el baño. Me miré en el espejo y vi que me había salido un chichón, estaba la sangre saliendo como si fuera un dique a punto de reventar. Cogí un poco de agua y me lave la cabeza. Dolía un poco, pero me limpié la cabeza. Salí del baño y fui hacia la cama. Las luces estaban prendidas y en una esquina vi la carta que había echado a la basura. Me dio pena verla así. Me le acerqué y la puse encima de la mesa del comedor. La volví a leer. Leí nuevamente y no sé por qué, me dieron ganas de responderle, y le respondí. Por supuesto que le mentí acerca de mi vida. Le dije que estaba separado hacía más de cinco años y que me gustaría conocerla apenas ella se instale y que es buena la amistad, etc. Terminé de escribir y guardé la carta para cuando me llegara la carta con la nueva dirección. Y con esa certidumbre, me fui a dormir. Por suerte dormí muy bien. Al día siguiente salí al trabajo y me fijaba en cada persona que pasaba por mi lado. Miraba las ventanas de las casas por donde pasaba. Vi a una chica que me sonreía. Le sonreí. Me le acerqué y le pregunté su nombre. Me dio un nombre de iniciales diferentes, pero, no sé por qué, nos hicimos buenos amigos. Cada día iba a saludarla y ella me recibía hasta que una noche salimos a bailar. Bailamos y le dije que me gustaba. Ella me dijo que yo le gustaba. Le pregunté si alguna vez me había escrito una carta. Me dijo que nunca. Y no sé por que en ese preciso instante, el encanto se rompió. La dejé en su casa y nunca volví a visitarla. El tiempo pasó y dejé de esperar la carta con la dirección del remitente, y dejé de fijarme en la gente que se cruzaba conmigo... hasta que una noche en que llegué a mi cuarto, vino otra carta. La iba a abrir, pero esta vez tenía un hambre descomunal. Cogí la carta y me la tragué... Desde esa vez, nunca más volvió a llegarme cartas extrañas y anónimas. Sin embargo, noche a noche me sentía vigilado, y fastidiado por los zancudos...




San isidro, febrero del 2007

Tuesday, February 13, 2007

Una mañana fría y deliciosa

Desperté como nunca. Deseaba salir a la calle, contarle a la gente lo bien que me sentía, pero, me detuve y sentí el frío de la calle que venía a través de mi ventana. Voy a ponerme un poco de ropa, me dije. Fui hacia el ropero y vi mucha ropa. Me puse una camisa roja, un pantalón azul, zapatos blancos, medias negras, un sombrero azul y ropa blanca interior. Me miré al espejo y no me gustó la imagen que mostraba. Me iba a cambiar de ropa pero me dije que no, mejor salgo tal como me veo, total, soy como soy, y hoy me siento mejor que nunca. Bajé de mi cuarto y vi a mi hermana, madre, perro, sobrinas y la empleada. Hola, les dije. Ellos callaron, parecían estar preocupados. ¿Qué ocurre?, pregunté. Callaron, como si yo hubiese tirado una piedra al vacío y esperase que llegara a su fondo. Alcé los hombros y salí a la calle.

Ya en la acerca, busqué un auto que me llevara a mi centro de trabajo. Vi el auto y alce la mano para que este se detuviera. No se detuvo, siguió raudo. Me llamó la atención y me pregunté si todo esto no era más que un sueño, o aún no despertaba. Miré mi ropa y esta había cambiado de color, ahora todo era de color naranja. ¿Que me ha ocurrido?, pensaba y cuestionaba. De pronto, un auto se detuvo, era del mismo color de mi ropa. Miré al conductor y no pude reconocerlo. ¡Sube!, me dijo. No iba a hacerle caso, pero, me daba igual, hoy era un día esplendido para mí, había amanecido tan bien que no podría malograr aquel sentimiento. Subí.

Fue extraño pues en ningún momento quise mirar al conductor. Pero este hablaba y hablaba sin parar, y yo le respondía sí o no, nada más.

- ¿Por que no me miras los ojos, es que acaso te eres mentiroso?

- No

- ¿Eres tímido?

- Si

- Entiendo, eres un pobre tonto que gusta soñar y viajar en un día tan frío como hoy, y es seguro que crees que todo esto es un sueño, o una invención de tu imaginación, ¿no es verdad?

- Si

Seguimos viajando y vi que llegábamos a mi centro de labores. El tipo me dijo que baje. Le iba a pagar, pero este me dijo que no era necesario. Bajé y al frente estaba mi trabajo. Entré y saludé a todos mis compañeros. Ellos no me miraron ni respondieron mi saludo. Llegué a mi oficina y en mi escritorio había una nota con un sello que decía: Urgente. Lo leí, estaba despedido. Iba a preguntar al dueño de mi trabajo el porqué, pero, en verdad, era un día tan lindo, tan frío y tan especial que simplemente salí del trabajo y me fui a pasear por la calle. Adiós, les dije a todos mis excompañeros, pero estos no respondieron. Me dio igual, boté la carta al piso y seguí caminando hasta llegar a la salida.

Ya en la calle, no me dio la gana de subir a ningún auto. Quise caminar rumbo a un lindo parque que quedaba no muy lejos de donde me encontraba. Llegué al parque y vi muchos niños con sus madres. Me les acerqué y ellos rieron conmigo. Sus madres no dijeron nada. Era como si yo no existiera más que para esos niños de dos y cinco años. No me importó y seguí jugando y mirando a estos niños que me miraban con tanto amor que sentí que era un día muy especial. De pronto, el frío empezó a cambiar. El Sol salió poderosamente y todas las madres empezaron a sonreír. Que hermoso es ver a la gente feliz, me dije. Hubo tanto calor que quise quitarme la camisa y el pantalón, pero, ya mi ropa había vuelto a cambiar de color, ahora era blanca. De todas formas me quité la ropa hasta quedar en ropa interior. Y en ese instante, todas las madres me miraron y gritaron: Loco, loco, loco... Luego, cogieron a todos los niños y salieron corriendo del parque. Al poco rato llegó la policia y me llevaron a la fuerza, aunque no me resistí.

Ya frente al comisario, me preguntó el porqué estaba desnudo en la calle. Le dije que sentí mucho calor. Se rió y todos los otros policías también. Está bien, es usted un gracioso, pero, si quiere salir a la calle, por favor vístase, ¿ok? Si, le respondí. Salí de la comisaría y me fui hacia mi casa, pero recordé a mi madre, hermana, etc., y no quise entrar. Seguí de largo y alce la mano para ir de nuevo a mi centro laboral. Antes miré la ropa que vestía y era del mismo color de cuando me vestí por la mañana. El bus paró y entré. Toda la gente que me miraba, me saludaba. Yo les respondí con un gracias. Todo el viaje la pasé al lado de una anciana que me hablaba de sus nietas malcriadas y de sus hijos malagradecidos. Me hizo sentir mal. Pero ya estaba llegando a mi centro de trabajo y pedí disculpas a la anciana y bajé.

Iba a entrar pero dudé. Me paré frente a la entrada y vi que en ese momento salía el dueño de mi extrabajo. Me le acerqué y le saludé.

- Hola, ¿qué pasa, por que no ha entrado a su trabajo?

- Si

- Bueno, pues entre o, quiere que lo despida...

- Si

- ¿Qué le ocurre? ¿Se siente mal? Está con la cara de idiota, sonriente, qué le ocurre, ¿ha tomado porquerías?

- No

- Bueno, mejor vaya a su casa y descanse, se le ve muy extraño, y, mañana venga muy temprano, ¿ok?

- Si

Le vi alejarse y sentí que el mundo era muy extraño para mí. Me di media vuelta y fui de nuevo al parque. No había un solo niño, pero el frío era hermoso. Miré mi ropa y esta, estaba cambiando de color. Ahora era brillante, así como el Sol. Me sentí muy contento y me eché sobre el pasto a descansar. No quería despertar a otra realidad diferente... No, no deseaba despertar nunca mas, nunca mas....




San isidro, febrero de 2007