Saturday, August 27, 2005

Simulacros

Aun continúo con el cuerpo adolorido y siento que me demoro en curarme. Espero que muy pronto me cure. Hay tanto que contar como por ejemplo la niña que está frente a mí, pegada a su madre, comprando figuras, juguetes que quien sabe para qué servirán… Imagino que la madre está divorciada, viste de oscuro, se cubre con una chompa de franela de color verde perico, tiene el cabello parcialmente teñido de amarillo oro que deja escapar algún manojo de hebras oscuras, negras como el color de los ojos de ella y su hija. Las veo alejarse cruzando la pista cuando un auto que parece estar apurado llega a embestir a la niña que sale volando junto a todos sus juguetes que su madre de pelo mal pintado y de cara llena de marcas de cansancio, aburrimiento y mucha resignación, le había comprado quizás para su tarea de colegio de fin semana…

Veo a la madre gritar como una bestia herida a la cual le han partido, arrancado la mitad de su vida. Parece un ser endemoniado, arrancándose sus pelambres de oro mal pintado, alzando sus brazos al cielo como si quisiera romper la cortina fría de mi fantasía. La veo coger a la niña que tiene los ojos en blanco, el cráneo abierto mezclado con su cabello, mientras la madre trata de sujetar los sesos y la sangre que brota de aquella cabeza que parece una calabaza reventada, metiendo todo aquello adentro del cráneo de la niña como si fuera una caja de plástico. La madre coge a la niña y se la lleva apachurrada en sus brazos. Todos están en silencio, uno de esos que enfrían hasta la sangre. Todos tienen la boca dura y abierta como si quisieran probar el sabor del sentimiento de aquella mujer de pelo mal pintado de oro que no termina de expresar a través de cada uno de sus movimientos. Todos la cuelgan en sus mentes como un cuadro de la última cena, todos menos yo, que dejo lanzar un suspiro y termino de escribir esta mentira pensando en que todo vaya a ocurrir algún día mientras veo a la señora de cabello de oro mal pintado cruzando la pista junto a su hija que deja escapar una muñeca que un auto apurado aplasta su cabeza sin ningún gramo de piedad que no sea las ganas de roda y rodar por esta pista en donde me hallo yo sentado en un auto, sintiendo el cuerpo adolorido, demorándome en curarme, quizás porque ya sea el tiempo de los achaques de la carne, pero no de la imaginación y observación como para escribir una mentira fea, linda… no importa, con tal que sea algo que sale de mí mismo…

San isidro, agosto del 2005

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