Tuesday, September 04, 2007

Ritmo santo

Podría dejarlo todo, irme lejos de todo, estar sentado en una casita en las orillas de un mar calmo. Podría ser libre buscando y buscando lo inevitable. No. No. No es posible vivir si uno encorcetéa su vida en imágenes gratuitas, soñadas, inventadas por aquello que ha brotado de todo el bolsón de nuestra historia personal.

Leía a Borges y Sabato. Sus Diálogos. Dos hombres solitarios. Dos escritores grandes o pequeños que se escuchan en las librerías o centros de estudios. Hombres buscando lo mismo que tu y yo. La libertad. La paz. Mas que nada, entender el sentido de la vida... Y todo estaba dentro de ellos, aunque ya lo sabían, ya lo había leído, porque mas que escritores eran grandes lectores... Me asombraba de su gran cultura. Y ahora, aquí me encuentro, hablando de dos seres tan solitarios como yo... buscando y buscando y buscando...

Tendría no mas de veinte años cuando escuché por la primera vez acerca de la Paz. La leí y tuve un sueño, y con ese sueño, me uní al camino de los escritores, es decir, de los soñadores... Vi en ese lugar a un hombre de barbas hirsutas, negras y lacias. Su cabello largo, limpio y con ese toque de santidad que le da una sábana... Frente a este hombre vestido todo de blanco se encontraban muchos jóvenes de diferente edad y de sexos diferentes. Le vi mover las manos como si danzara con la vida de los jóvenes. Le escuché hablar con pocas palabras pero todas ciertas. Le vi pararse y acercarse hacia mí. Ya frente a mi, preguntó dos veces: ¿quieres conocer? Callé, no supe qué decir. Sonrió y se dio la vuelta hasta sentarse en una esterilla amarilla. Percibí que estaba en una especie de cabaña, cubierta por esteras. Los jóvenes le miraba, totalmente concentrados. Quise sentarme a sus lados y ver a este hombre santo. Me senté y me fijé en mis vecinos. Todos eran desconocidos, pero cada uno de ellos parecía bailar al ritmo del aliento del hombre santo. Yo también. Fue bello, muy bello estar meciéndose en ese vaivén... De pronto todo comenzó a deshacerse como si fuera arena entre las manos del sueño. Quise levantarme pero no pude. Me fijé en sus ojos y él se clavó en los míos... Luego, desperté y le vi nuevamente, parado frente a mi cama. ¿Quieres conocer?, preguntó. Sí, respondí, y en ese instante vi que su cuerpo empezaba a diluírse como el aire por el viento hasta volverse en una brisa que entraba por mi nariz y salía por mi boca... Desde aquel día, siempre que me veo en el espejo, veo en el fondo de mis retinas, los ojos de aquel hombre de barba hirsuta y negra como la noche...

Aquel día salí a la calle con mis libros en las manos. Tomé un auto hacia mi centro de estudios. Ya era la hora de mis clases y cuando entró en profesor, vi al hombre mirarme nuevamente a los ojos, diciéndome: ¿Quieres conocer?. Asentí, con la cabeza mientras el profesor hablaba y hablaba y hablaba pero yo tan solo sentía el ritmo de su aliento en mi propio aliento...


San Isidro, Septiembre del 2007

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