El tipo siguió hablando y es seguro que habrá pensado que tenía una suerte o un ángel con los amantes de las artes. O fue una gran casualidad. Debe de ser eso. Soy casado, tengo nueve hijos y dos autos mas que lo hago trabajar con los mayores de mis hijos, que son de mi cuarto matrimonio, dijo. Le pedí que me mirara y zas, allí está... Sonriente, preguntándose qué tan loco soy. Algo, algo, algo, le respondo en silencio...
Luego le tomé fotos a sus manos y vi ese muñequito gracioso. Le pregunté si era un regalo. Me respondió que era de su mujer. Que ella los elaboraba, que había un taller en su casa con su cuarta esposa. Les pregunté por las otras. Sonrió y no le dije mas. Hay veces el silencio es sinónimo de sensatez...
Llegamos cuando estábamos hablando de Gabo, de sus obras que no me gustan. Le dije que yo era un gran escritor pero nadie me conoce ni me conocerá. Sonrió y luego me dijo: llegamos. Le pagué y me despedí de este hombre de extraña y peligrosa sonrisa...
San Isidro, Septiembre del 2007
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