Sunday, November 27, 2005

El último poema

Estaba frente a una señora muy vieja acompañada por su hijo de casi mi edad, o sea, de más de cincuenta años. La anciana me miró y me dijo si yo podría escribirle un poema; le dije que si, que para el día siguiente se lo entregaría. Pero ella me dijo que tendría que hacerlo ahora pues mañana se iría de viaje. La miré a los ojos. Miré los ojos de su hijo. Me decidí. Cogí un lápiz y un papel. El blanco papel me miró a los ojos con gran frialdad y no supe qué decir, qué escribir... "No puedo señora", le dije. La anciana exhaló profundamente, bajó la mirada y se alejó de mi casa del brazo de su hijo que casi tenía mi edad, robándose un pedazo de mi vida, no sabía con exactitud lo que era, pero mucho dolía... así que nuevamente miré el blanco papel y le rogué si podía darme una empujadita. Los ojos de la hoja se hicieron cálidos, y de pronto, casi sin esfuerzo, mi mano se deslizó con el lápiz a través de su blanca piel... Fue bello, hasta que hube terminado el bello poema. Iba a ir de inmediato pero decidí postergarlo para la mañana siguiente.

Al día siguiente fui a la casa de la anciana señora. Salió su hijo diciéndome que su madre acababa de partir. "¿Adónde se ha ido?", pregunté. Me miró a los ojos con metálica frialdad, y sentí como si yo fuera una hoja blanca de papel, y sus ojos fueran como un bisturí que me hería, contándome que su madre había fallecido... Luego, el hijo que casi tenía mi misma edad cerró la puerta de su casa sin decirme ni una palabra… y sentí que algo dentro de mí se había muerto con la vieja señora. Sin embargo, guardé un sentimiento, y en un sobre guardé el bello poema.

Tomé un auto hacia el cementerio en donde dormía la anciana señora y decidí dejarle mi último poema. Se lo puse sobre su blanca lápida y cuando retornaba hacia mi casa un sentimiento de liviandad recorrió toda mi alma. Todos sonreímos.


San isidro, noviembre del 2005

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