Ella venía de una familia muy numerosa así que desde niña siempre soñó con ser una mamá, tener muchos hijos y ser muy feliz con el hombre más bueno y bello del mundo. Así fue creciendo hasta que conoció a un bello muchacho con quien se casó y fue muy feliz hasta que supo que jamás podría tener hijos de ningún hombre sobre la tierra. Cuando supo esta verdad no supo si morir, o continuar con su vida, con su sueño de niña... pero continuó viviendo. Dejó al bueno muchacho y se volvió a casa con uno, luego con otro, pero con cada hombre sobre la tierra no pudo tener un solo hijo...
El tiempo pasaba y su sueño se apagaba así como el día y la noche... Miraba hacia el pasado y veía a todos los hombres que tuvo, a todos los hijos que pudo tener. Miró los ojos de toda su numerosa familia y sintió que la vida sin sueños no valía la pena vivirla, así que decidió buscar a dios por todos lados.
Viajo a todos los rincones de la tierra pero no lo encontró. Hasta que una noche de luna llena sintió que dios estaba mirándola. Subió al monte más alto y se puso a orar y orar por toda la noche, pidiéndole a dios una sola cosa: Un hijo. Agotada, sintió en su alma que debía volver a su casa después de su largo viaje a través de todos los rincones del mundo y cuando llegó a la puerta de su casa encontró a un hombre de más de noventa años, sucio, lleno de llagas, y con una pata de palo. La mujer le miró, preguntándose quién podría ser...
- He escuchado tus ruegos, mujer. Yo soy el hombre de tu vida... - le dijo el decrépito anciano, mostrando sus escasos y escariados dientes.
La mujer le miró y no supo qué hacer. Se tiró la suelo y lloró y lloró por horas y horas, sintiendo en su alma que esto no podría ser, que sería terrible... Y cuando levantó sus resignados ojos hacia arriba vio que el anciano mendigo había desparecido. Intrigada por todo entró en su solitaria casa, y cuando prendió la luz de su cuarto vio a un hermoso recién nacido sobre su cama que abría sus bracitos, manitas y mostraba una bella sonrisa a su soñadora mamá...
San isidro, noviembre del 2005
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