Wednesday, August 24, 2005

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Estaba muerto, totalmente muerto, y yo lo había matado. Era la primera vez que le veía, sin embargo, verlo así, echado como un pedazo de tronco seco me daba una extraña sensación de familiaridad... Me le acerqué cautelosamente pensando en que quizás todo fuera una broma, uno de esos juegos de simulacro, o de cine mal hecho, así que lo zarandeé, le di una patadita al cuerpo, luego otra y otra, pero nada, cada vez se ponía mas tieso y pálido. Está en verdad muerto, pensé.

Salí del departamento en que había lo había encontrado y regresé a mi casa, no sin antes tirar el arma homicida al río. Cuando llegué a mi cuarto aún permanecía el señor de rostro oscuro y bella sonrisa mirando la televisión, comiendo un par de salchichas y listo para salir e irse no sé hacia adonde. Apenas estuve frente a él me preguntó si ya lo había matado. Sí, le dije. Muy bien, ahora sí, ahora ya estás listo para despertar y comenzar una nueva vida... Pero, le dije, qué hago con el muerto, qué va a pasar cuando descubran que fui yo, bajo su pedido y consejo, quien lo mató. No te preocupes por él, me respondió, pues aquel hombre jamás ha existido, ahora, ya se ha esfumado, así como el humo, y tú, ya puedes empezar a vivir de nuevo... Se puso su saco blanco, cogió su maletín de cuero, me dio la mano con una sonrisa de oreja a oreja y salió de mi cuarto. A través de mi ventana lo vi alejarse, subir a un auto oscuro y perderse entre todas las luces artificiales de la noche...

Y ahora qué hago, pensé, qué voy hacer con mi conciencia, por qué le hice caso a aquel extraño señor que vino a mi cuarto como si siempre me hubiera conocido, por qué me dejé convencer por sus palabras cargadas de sabiduría, encanto y elocuencia... Quizás yo siempre fui un asesino y nunca lo supe hasta que él me aconsejó que matara, que matara a cualquier persona que se me ocurriera para desahogar el vacío que cargaba en mi existencia, quizás fue eso lo que me indujo a buscar a cualquier persona que jamás hubiera visto, y meterle cinco plomazos en el pecho, con una almohada para que no hiciera ruido... Estaba confundido, muy confundido y fue por eso que decidí ir a la policía y entregarme.

Entre en la oficina de la policía y me senté. Me preguntaron qué era lo que deseaba a estas horas de la noche y le dije que había matado a una persona. Me miraron como si yo estuviera drogado, loco, o idiota. Luego, empezaron a burlarse de mí. Tuve que pedirles que me acompañaran al lugar en donde encontré al señor y lo maté. Mientras caminábamos los policías me advirtieron que si bromeaba me iban a meter adentro por faltar el respeto a las autoridades.

Llegamos, subimos las escaleras, empujé la puerta y, antes de entrar les pedí que fueran ellos quienes entraran, yo, les seguiría. Luego de prender las luces y buscar por todos lados al muerto, no encontramos nada. Tocamos la puerta de unos vecinos y preguntamos si conocía a la persona que vivía al costado de ellos; y los vecinos respondieron que hacía años que aquel departamento está desocupado...

Estuve metido en la cárcel por una noche. Iba a quedarme por tres noches pero vino aquel extraño señor con la misma sonrisa, el mismo que me había pedido que matara a la primera persona que no conociera, para luego, pagar la fianza y sacarme de la cárcel. Mientras salíamos, él comenzó a cantar una bella melodía como si se tratara de un santo. Le pregunté el por qué estaba tan contento... No me respondió, pero me acompañó hasta mi cuarto y me dijo que no debería sentirme culpable por haber hecho lo que hice, que todo esto que vivía era como una ilusión, un juego, un enigma que yo debía descubrir si actuaba con simpleza, tal como un niño que juega siendo conciente mas que de su juego. Me dio la mano y se alejó nuevamente de mí, no sin antes decirme que debería volver a empezar otra nueva vida.

Ya estaba por llegar a mi cuarto cuando decidí no entrar, vaya a ser que encuentre a otro extraño señor y me pida otro tipo de cosas mas extrañas aún. Así que cogí todo el dinero que tenía en el bolsillo y me fui al puerto de buses más cercano. Compré un boleto y subí, esperando partir y alejarme de aquella ciudad en que viví desde que había nacido. Cuando el bus empezó a alejarse de la ciudad sentí como si un gran peso estuviera soltándome… Miré al señor que me acompañaba y vi, con sorpresa, que era la misma persona que yo había matado… Iba a bajarme pero recordé las palabras de señor de rostro oscuro y hermosa sonrisa: aquel señor, nunca ha existido. Extendí mi mano, y me presenté al señor que en algún extraño momento de mi otra vida le había metido cinco plomazos con una almohada para que no hiciera ruido.



San Isidro, agosto del 2005