Saturday, February 25, 2006

Las plumas de un mago

En las tardes del verano los trajes de la gente se apretaban con el sudor de sus cuerpos. Las mujeres se veían más engañosas y sensuales que sirenas. Mis ojos asombrados no dejaban de observar y apreciar el extraño mundo como si fuera la primera vez. Me detuve y me dije si soñaba, escribía o pensaba… No tenía la certeza, así que, siempre contrariado, fui a buscar a un amigo que hacía mucho estaba muerto. Llegué al cementerio en donde reposaban sus restos y, ante su lápida llena de flores resecas le hice una pregunta: ¿Compañero, estoy vivo…? De pronto, una pluma cayó sobre mis pies como si fuera una palomita blanca, y luego, se elevó por los aires hasta llegar a la parte más alta de un árbol. Sentí un impulso y la seguí como un niño, y observé que se había estancado en una de las ramas. Escalé el viejo árbol hasta llegar a su parte más alta. La vi cerca de mis manos y toqué la pluma, me sentí contento, y antes de soltarla, la miré con ternura… Y, quién sabe si fui un tonto, le hice una pregunta: ¿Compañero, estoy vivo…? La pluma volvió a escaparse de mis manos y salió volando por los aires como un ave asustado.

Bajé del árbol, y mientras retornaba hacia mi casa vi que mucha gente caminaba apurada por llegar a sus sitios, hogares, reuniones, no sé, pero se notaba que el lugar hacia donde marchaban les daría lo que buscaban. Sentí nuevamente el impulso y seguí al azar a cualquiera de ellos, uno, cualquiera... Sin darse cuenta “mi compañero”, bajamos y subimos calles, muchas escaleras, y cuando llegamos a uno de los tantos callejones, el sujeto me miró de frente y preguntó ¿el por qué le seguía? No lo sé, le dije, no sé en verdad compañero, pero te he escogido a ti entre todos porque no tengo a nadie mas a quien seguir, hablar, ni decir nada de nada… ¿Deseas escucharme compañero? El tipo se acercó con una mirada amigable y comprensible. Era alto, vestía elegante, y tenía en las manos un bello maletín, esos de cuero negro brillante. Cuando estuvo frente a mí, sacó de su maletín un cuaderno, un lapicero y me lo dio. Le iba hacer mi pregunta, pero el tipo me dijo algo que nunca olvidaré: Escribe, compañero. Pero… ¿adónde y a quién…? No me dijo nada pero vi que del cielo caía una pluma que empezó a seguirle como si fuera una paloma…

Caminé hasta llegar a una banca y justo empezó a llover, pero eso no impidió que le escribiera. Le dije muchas cosas, y sin darme cuenta la mañana llegó. Aún estaba medio mojado, pero había escrito durante toda la noche, y el cuaderno estaba lleno de mis letras. Me paré, y vi durmiendo debajo de la banca en que yo escribí a un vagabundo cubierto de cartones y plásticos. Me agaché hasta llegar a sentir su respiración. Traté de despertarlo pues quería darle algo especial, algo que suponía le iba a encantar. No despertó. Estaba ebrio, pero aún así le dejé bajo uno de sus cartones mi cuaderno relleno de todos mis sentimientos escritos y metidos en la sombra del recuerdo de una noche lluviosa y colmada de magia.

Me alejé del vago y la banca, y mientras caminaba rumbo hacia cualquier lado, sentí un hambre feroz. Fui hacia una vieja frutera, y cuando estuve delante de ella le rogué que me regalara algo para comer, aunque sea fruta podrida. La señora sonrió de oreja a oreja y, para mi sorpresa, me obsequió una docena de bananas, ricas bananas de color amarillo así como el Sol del verano. Gracias, le dije. Me miró a los ojos como nadie lo había hecho antes, algo así como una diosa, al menos así me pareció. De pronto vi que una pluma de color blanco salía volando de sus canosos cabellos como si fuera una paloma. Sonreí pues supe que no soñaba, no pensaba, no escribía… No, nada de eso, nada de eso… Entonces, escuché la vieja voz de mi compañero saliendo de algún lugar dentro de mí, o de afuera, no tenía certeza. Me dijo que viva, que yo viva, y que viva porque había una razón, una magia en casa paso que daba por la vida.

Lince, febrero de 2006

Friday, February 24, 2006

La entrevista

Le vi sentado en una silla. No parecía ser Dios, pero al ver una larga cola, llena de santos, de los que aparecen en la Biblia o en las Iglesias, supe que era él. No tenía la imagen que yo me hacía de él, pues era bajito, joven, gordo de piel cobriza, de cabellos negros y muy cortos. Tenía toda la pinta de un gerente, un director de empresa, pues vestía de terno y corbata. Ante estas imágenes pensé que aún existía, que no estaba muerto, o en todo caso que estaba dentro del sueño de algún desconocido, pues todo me era extraño, inusual. Lo cierto fue que después, que atendiera a uno por uno por una cantidad incontable de tiempo, quedé totalmente anonadado, pues en vez que los santos le besaran las manos o los pies, se daban un apretón de manos y salían por una de las tantas puertas de aquel salón con pinta de soberbia oficina. De pronto, escuché su gerencial voz llamándome, con el tono de vos de esos gordos mofletudos, pidiéndome que ingresara a mi entrevista.

Entré y me senté en una silla al borde de su lujoso escritorio. Dios parecía muy ocupado pues no cesaba de anotar, firmar en varios papeles, mientras hablaba por un teléfono que tenía pegado en su oreja. Me sentí un poco raro, pues parecía estar frente a alguien que necesitaba de un empleado. De curioso, traté de observar lo que escribía, cuando de improviso paró. Me miró a los ojos, y dijo:

- ¿Sí?

No supe qué decir. Callé. Mi lengua se había enredado, o escondido como si fuera la cabeza de una tortuga escondiéndose en su caparazón. No podía articular una palabra, quedé congelado por su voz… Su mirada era dura, imperturbable. Sus labios oscuros eran firmes, serios. Sentí que importunaba. Sentí que me encogía hasta llegar al tamaño de una hormiguita. De pronto, sonrió, y eso hizo que la sangre volviera a circular por mí ser...

- ¿Qué quieres? - Volvió a preguntarme.

- Soy escritor... - le dije con gran timidez.

- ¿Y...?

Le comenté que deseba averiguar si estaba de acuerdo con que continuara escribiendo, si ello no sería una piedra en mi camino hacia la realización de la verdad, pues había leído a Sócrates decir a sus discípulos que el arte era la más grande y fuerte de todas las ilusiones. Iba a continuar explicándole pero Dios bajó la mirada, levantó su índice derecho y me dijo que no debiera preocuparme de hacer uso de ideas ajenas y lejanas al aquí y al ahora, que podría escribir en paz, si así lo sentía…

- Pero, - le dije, interrumpiéndole - ¿De qué voy a escribir?

Me volvió a mirar con esos ojos que se volvieron como si todo el universo cupiera en sus dos pupilas, y dijo:

- De nuestro amor...

Volvió a sonreír, y luego, tomando el teléfono inalámbrico se despidió de mí con un fuerte apretón de manos. Me paré dispuesto a salir de aquel espacioso y lujoso lugar, y cuando empezaba a marchar hacia una de las tantas salidas, sentí y escuché que me daba todas sus bendiciones. Iba a voltear para agradecerle pero observé que una muchedumbre de personas con los rostros llenos de ansiedad, de santos, ángeles, dioses mitológicos, hacían su cola para entrevistarse con Dios.

No recuerdo cómo salí de aquel lugar, y no sé si estuve en el sueño de algún desconocido, o si había despertado de alguna de las tantas muertes, o si simplemente continuaba existiendo... pero desde aquel momento no he dejado de sentir el impulso por escribir acerca de aquel amor, aquel sentimiento que se manifiesta desde que abro los ojos de toda conciencia hasta cerrarlos...




San isidro, febrero del 2005

Tuesday, February 21, 2006

Plegaria

Me sumí en un cuarto de carne y sangre porque ya no tenía mas adónde ir. Y en este sacro lugar le pedí ayuda, salvación al Señor. Mi vida estaba seca, vacía, terriblemente hambrienta de algo que no encontraba en ningún lugar ni persona... Entonces escuché el aliento del Señor y sentí sus pasos acercándose hacia mi cuarto de carne y sangre, y cuando estuvo frente a mí sentí una fuerza, una energía que me hizo inclinarme hasta tocar mi frente con la punta de sus pies... y allí encontré el descanso, el único descanso que mi alma anhelaba. Sentí la paz... Quise mirarle, decirle gracias, pero no pude, aquella energía luminosa no permitía que alzara mi rostro ni mi única faz... No podría decir cuanto tiempo pasó, pero cuando sentí que aquellos pies se alejaban de mí, pude levantar mi rostro, mi única faz… Abrí los ojos y salí del cuartillo de carne y sangre. Fue tan tierno que, a pesar que ya han pasado tantos años y mi vida se va a pagando, ahora que estoy en el umbral de la muerte, siento aquellos instantes como los más hermosos de toda mi vida... Quizá ahora que mi lámpara se apaga pueda venir nuevamente el Señor, y esta vez, ya sin rostro ni cuarto de carne y sangre, pueda verle cara a cara y decirle gracias, muchísimas gracias por este regalo, por esta vida que no es nada mas que una plegaria...


San isidro, febrero de 2006

Sunday, February 19, 2006

Puro ego

Me agrada parar, a pesar de todas las angustias provenientes de un mundo implacable de desorden o de relativo y arbitrario orden. Me agrada sobre todo escribir con la palma de mi mano y el corazón como fuente de impulso o fuerza al describir este sentimiento. Y este es el más puro de todos los amores que no tiene reparo en elegirse ni elegir a nada ni a nadie. Se da como este aliento que se da y se da y sólo parará cuando al creador le dé su real gana, su gana de manifestar una vez más su bondad vestida de dolor, para quienes no entiendan nada o poco acerca de la eternidad, pues ella es una señora agradable pero demasiado bella y hermanada como para tocarla, se halla en cada uno de nosotros, respirando con el vaivén del aliento pues se sabe su única naturaleza que pueda encerrarla. Me agrada cuando leo una obra literaria con paciencia sin mirar las hojas que me faltan y cuando siento ese aire puro que encierra el secreto de la hermosura sin forma ni carne ni color, tan solo sentimiento, el aroma que se abre, libre, libre como el viaje de un ave sobre los chorros de aire que todos respiramos...No deseo que nadie me crea, pero estoy vivo y acabo de morir y he vuelto a vivir como hacen los que entienden la riqueza de la muerte y la vida así como los dos lados de una moneda metálica... Izaré las velas de este ahora y ella navegará por este mar de momentos, accidentes, alegrías y, sobre todo, estas letras que sólo se dan cuando el amor brota cual perfume escondido del frasco del corazón universal...


Lince, febrero 2006

¿felicidad?

¿Eres tú?Aquella que me libera de todo cuanto he vivido, llorado, guardado ¿con leve temor?...¿Tienes sangre en las venas?¿El rostro maternal muy cerca?¿Cantarás las notas que hagan vibrar cada pétalo de mi existencia?¿Callas?¿Por qué callas?¿Eres humildemente poderosa y no deseas que nadie te vea, pero sí que te sientan?Tu mutis lo siento como ese silencio de este cielo que nunca se acaba...Mis manos no cesan de esperarte para encerrarte en la jaula del ahora...Y este grito escondido por los años perdidos guarda el puñal de esta y todas las otras existencias por haberte ocultado tan dentro de mí...Cierto. Te mataré. Seré tu amante, tu reina abeja, tu paladín con su espada de rayo... Te mataré para que puedas dormir bajo mis brazos.Callas. Temes. Observas todas mis sedes. Entiendo. Debo de esperar por otra eternidad... Eres así, y, aunque es así... Eternamente, vida tras vida te esperaré...


San isidro, febrero del 2006

Estilo

Eso del estilo me asusta mucho. Siempre tuve miedo a lo difícil. Recuerdo a mi profesora de ingles cuando contaba con cuatro años, ¡era buenísima!, pues a todos mis exámenes le ponía diez. Pero ella se casó y nunca más volví a verla como era... Aunque una vez sí la encontré, estaba más vieja, y yo tenía veinte años, estaba con su esposo y tres hijos. La quedé mirando por un rato y ella, con sus hermosos ojos azules, me miró con cierto rubor. Cierto, fue un amor imposible de un niño de cuatro años. La verdad es que no pude acercarme porque no tenía estilo, es decir, no sabía qué decirle, por ejemplo, ¿qué le diría?, ¡cómo está profesora! No, eso es algo que no podría hacer, jamás de los jamases. Eso del estilo también me asustó cuando fui a mi primera fiesta. Tenía catorce años y no sabía bailar, tenía el cuerpo de un chico de nueve años, era terrible. Salí, o mejor dicho me escapé de la fiesta y la pasé mirando a todos bailar por una de las ventanas de aquella casa que era de uno de mis parientes. Eso del estilo me asusta hasta ahora que tengo más de cincuenta años. No sé cómo decirle a un empleado que trabaja mal, o que trabaja regular, o bien, no lo sé. Si lo hago, siento que no lo he hecho como debiera hacerlo. Quizá por eso es que me he sumergido en esto de escribir y sentirme como esos escritores a quien nadie conoce más que sus familiares y amigos... y me asusta cuando una persona a quien no conozco habla acerca de mi prosa. ¡Sudo como si estuviera en los baños turcos! Quizá por ello es que me puse un alter ego, un pseudónimo, para que nadie sepa quien soy yo en verdad... Eso del estilo me asusta mucho, vuelvo a repetirlo como Thomas Bernard. Y pensar que ya he publicado más de veinte libros con el nombre de diferentes personas. Muchas veces escribo a nombre de otros amigos, también escribo cuentos para que otros concursen pues detesto concursar con mi nombre... Hay veces en que ganan y me siento contento, pero, siento que me engaño. Creo que soy una mentira, y una pequeña... y todo por culpa del estilo, el estilo para vivir, pensar, dormir, rezar, morir... etc. ¡Odio el estilo!... Y creo que ella me odia a mí.


Lince, febrero del 2006

Tuesday, February 07, 2006

La pollada

Soñó con su viejo que hubo conocido con apenas con dos años de edad. Muy poco tiempo para conocerlo, pero qué importaba el tiempo para un niño sin madre siquiera. Al menos tuvo padre reconocido, algo que pocos, en su pueblo y miseria tenían tamaña suerte. Claro que ahora el viejo debiera de estar hecho polvo, pues bajo cemento era muy difícil, el problema siempre fue la plata y la ignorancia del pueblo. El dinero era algo que escaseaba tanto como la suerte, algo que el viejo nunca gozó, sobre todo eso de morir en un retrete, cagando y cagando hasta hacerse mierda pura, quedando tan solo sus huesos y el pellejo, y, claro, sus harapos… Dicen que fue hechicería, puede ser, pues aquella zona estaba inundada de gente que no sabía morir en paz. Unos llegaban hasta más allá de los cien años, y eso porque se alimentaban de esa mierda de culebras, gusanos, hongos y ranas, y esas raras hierbas extrañas de los montes… Cierto, era un pueblo olvidado y maldito, pero uno que siempre vive por allí se acostumbra hasta a las desgracias en la vida.

Despertó asustado, pues sus sueños con su padre siempre fueron agradables, pero este último no lo fue… En el sueño se hallaba caminando por un parque de hojas plateadas sin un solo árbol, lleno de personas enfermas, sin brazos, sin ojos, medios locos, cuerpos desangrados y, en medio de ellos, su viejo calato, con tan solo un tapa rabos a lo Tarzán, acercándose como si flotara con un puñal en la mano, clavándosela una y otra vez en su estómago, para luego gritar y gritar, saliéndole chorros de mierda rojiza por su boca, y en sus manos las manchas de sangre de su hijo. De todo, creyó escuchar que muy pronto estarían muy juntos.

Se movió de su catre y vio a su mujer. Aún dormía como una cerda, ocupando el espacio de toda la cama. La vieja roncaba, balbuceaba, mentaba sonidos como lenguajes perdidos, no lo sabía ni entendía muy bien… Siempre pensó que su mujer era bruja. Le temía, pero la quería porque cocinaba como nadie en el pueblo. Suspiró de su suerte y se dispuso a sacudirse como los perros de la calle ante toda su pesadumbre y realidad. Saltó de la cama sin que se diera cuenta la gorda, y cuando estaba alejándose fuera del cuarto un dolor en el pecho le hizo doblarse como la caía de un viejo árbol cortado por un leñador… Se tapó la boca, pues no quiso hacer ruido, para qué, si a nadie le importaba su vida ni salud.

Sesenta años tenía, al menos eso es lo que aún recordaba, quizás fueran muchos mas, no estaba seguro, pero qué importaba. El dolor, se dijo, era constante y periódico. Recordó el sueño de su padre. Podría morir ahorita mismo si el diablo lo quisiera, pero guardaba un anhelo, quizá un sueño: el de ver por TV el último mundial de fútbol. Sabía que iba a morir. El doctor del pueblo le dijo lo del cáncer, que era fatal, maldito y que le quedaba poco tiempo de vida... Sonrió cuando recordó la pregunta que le hizo: ¿Doctor, el cáncer tiene que ver con la mierda…? No, le dijo. Salió del hospital y no le contó a nadie, excepto a su padre, su bendito padre que estaba hecho polvo… Era su único receptor y amigo, con quien dialogaba de día, tarde o de noche desde que el mundo lo escupiera a la soledad de los miserables. Por suerte el dolor se le fue así como picadura de muela que se agota cuando le da la gana. Respiró profundo y pensó en la receta que el doctor para el dolor y, si existían los milagros, para salvarle la vida…

Metió las manos en los bolsillos y vio que no tenía un solo mango. Que miseria, que miseria…, pensaba. Que desgracia, que desgracia, ni siquiera tengo dinero para adormecer mi dolor… Sí mi padre existiera. Si hubiera comprado la huerta, pero… mejor no soñar, jamás llegaré a ver el mundial. Salió a la calle con su ropa que le quedaba demasiado grande. Estoy flaco, parezco una momia, un deshecho de pellejo y hueso de pollo… ¡Qué desgracia dios mío, qué desgracia dios mío…! Caminó hacia una esquina del pueblo y vio a los muchachos que llegaban de una fiesta, borrachos, con las camisas en los brazos y los cabellos apelmazados como engrudo… Pobres, pensó, no saben lo que hacen con sus cuerpos, pronto lo sabrán…

Uno de ellos, a quien reconoció como su hijo, se le acercó, diciéndole que venía de la pollada. ¡¿Qué pollada?! El muchacho le explicó que el barrio se había juntado para hacer una pollada, y, con el resultado, es decir, con la ganancia, comprarse los uniformes de fútbol. ¿Y…? ¿Les alcanzó? ¡¡Nos sobró viejo, nos sobró!! Sino, ¿de dónde salieron las chelas?... Empezó a reírse como un títere y entró hacia el interior del callejón, hacia su casa.

Una pollada, pensaba, una pollada, pero… ¿con cuánto se puede hacer una pollada? La ganancia, la ganancia, eso de la ganancia me puede servir para comprarme la medicina, claro, puede ser… Para mí, con que la vida me alcance para ver el mundial. Una pollada, puede ser, puede ser… Ver el mundial antes que me junten con mi viejo, ¿qué más se puede pedir?

Regresó a su casa, cogió un pedazo de papel y se puso hace cálculos: ¿Cuántos pollos se necesita para una pollada? ¿Cuánta verdura, papa, ají, servilletas, salsa, cerveza, vasos descartables, platos de lo mismo… se necesita?, pensaba. Hizo sus cuentas y sumo, necesitaba bastante… Empezó a desilusionarse. De pronto se dio cuenta que podría vender tarjetas, vales por una porción de pollada. Su alma se iluminó. Todo comenzó a verse mas claro que una hoja en blanco.

Salió de la casa y fue donde su amigo que tenía una imprenta. Le dijo que necesitaba cien tarjetitas para hacer una pollada y que el dinero se lo devolvería cuando vendiera las tarjetas. ¡Ayúdame hermano! Necesito comprarme la medicina, le dijo a su amigo. Le mostró la receta, su amigo lo leyó y le dijo que bueno, que estaba bien y que confiaba en él, y que desde ya le separase una porción de la pollada.

Contento regreso a su casa para hablar con su gorda. Le explicó lo de la pollada, la manera en que buscaría la financiación, y que ella se encargaría de cocinar todos los pollos. Qué, y, ¿cuánto para mí?, le dijo su mujer. Toda la diferencia, toda, lo único que quiero es una poca de plata para comprarme unas cositas, ¿ya? Ta bueno flaco. Y así, una vez ordenado la preparación fue a conversar con toda la gente que conocía, hablándole acerca de la pollada que estaba haciendo su mujer y él. ¿Para qué?, le preguntaron. Para llegar al mundial, para eso nada más…

Al día siguiente ya estaban las tarjetas. Salió como un periodiquero a ofrecer uno por uno, y uno por uno le pagó su tarjeta. Juntó más de lo necesario. Compró los pollos y todo lo demás. Llevó todo a su casa y su mujer empezó a preparar la pollada. Llegó la noche. Puso un potente equipo de música y la gente empezó a entrar en su casa y en la plaza que había adaptado para colocar una pequeña mesita, llenesita de botellas de cerveza al polo que había conseguido en calidad de concesión a la tienda de la esquina del pueblo. Todo estaba bien. La gente estaba tomando, comiendo, bailando, hablando, riendo, chismeando cuando uno de ellos comenzó a doblarse de dolor. Fue corriendo hacia el baño y no salió… Se hizo un silencio. Apagaron el equipo de música y se acercaron hacia el baño… Horror de horror, el pobre hombre estaba bañado de mierda por todos lados. Recordó a su viejo, su sueño y, sin esperar ni un instante, salió corriendo hacia la salida del pueblo. Vio el bus que salía y sin dudar un instante subió. Pagó y se sentó al fondo como para que nadie lo reconociera. Cuando el bus empezó a rodar, sacó la cabeza un instante y vio a mucha gente doblándose de dolor… Extrañamente vio a su mujer mirando a través del callejón, media descubierta, media irónica, y pensó: Es una bruja, una bendita bruja. Metió sus manos en los bolsillos y sintió un manojo de papeles, papeles, verdes papelitos, dinero, dinero contante y sonante de la bendita pollada… Voy a llegar al mundial, sí, sí, claro que sí… Gracias viejo, gracias viejito, gracias…, pensaba mientras veía el dinero para comprarse la medicina...

Lince, febrero de 2006

Thursday, February 02, 2006

Algo importante que contar

Algo así como un bufido de toro me dijo el dueño de la imprenta cuando me entregó el presupuesto de mi libro que estaba por editar. Era mi primera novela. Leí el presupuesto y me asusté pensando en cómo diablos iba a conseguir el maldito dinero. Sorpresivamente le miré a los ojos al jefe de la imprenta, y le dije que empezara de una vez, y que no pensara nada más que en hacer la obra de su vida. Pero joven, ¿y el dinero para el papel?, me inquirió. Respiré una vez, luego dos, tres, cuatro y a la quinta le dije que esperara un instante, tan solo un momento. Salí a la calle hasta encontrar un teléfono público para llamar a mi única hermana. Le dije que necesitaba dinero. ¿Para qué?, preguntó. Le mentí, diciéndole que había contraído una deuda con el Banco y que se me había pasado el tiempo para la paga, porque estaba esperando el dinero de mis libros que ya estaban en las librerías de casi todo el país... No recuerdo cuánto más le dije pero al final de casi todas las historias, me creyó. Fui a su casa y recogí el dinero, pero antes me hizo firmar una letra en blanco. La firme con cierto temblor, pensando en que lo único que poseía de valor era mi computadora, nada más… ¡Ah!, y miles de libros.

Fui a la imprenta y le entregué el dinero al impresor, e instantáneamente se pusieron a trabajar. Era gracioso, casi de ensueño, ver mi cara en la portada de mi libro con unas notas que pude recoger de unos amigos escritores ya consagrados, luego vi lentamente mi novela, cada una de las páginas de los dos millares de libros. Me sentí tan contento de apreciar aquel milagro que me olvidé por completo del dinero que necesitaba para pagarles el saldo a los maquinistas y compaginadores... Luego de tres días de compaginación y encolado, el libro estuvo listo. Fue hermoso contemplarlo. Lindo, le dije al dueño de la imprenta. Si, muy lindo pero necesito que me pague la diferencia... No se preocupe, le dije, que vuelvo en un instante. Cogí diez de los libros, y salí a la calle desbordando alegría, éxtasis, o algo por estilo. Me puse en la plaza principal de la ciudad y empecé a vender los libros a toda la gente que pasaba por allí... Fue lindo, muy hermoso cuando me compraban, y al cabo de tres o cuatro horas terminé de venderlos.

Retorné a la imprenta y les di todo el dinero de la venta. Todos los operarios y el mismo dueño se rieron de mi locura, y mientras se burlaban, aproveché para sacar veinte libros mas, luego salí a las calles hecho un tornado. Y así la pasé durante los cinco o siete días posteriores, en donde pude vender cerca de cien de mis libros, con lo que pude pagar la mitad de todo el trabajo. El dueño al verme la cara me dijo que me llevara todo y que volviera con su dinero. Me alegré por su confianza.

Salí con todos los libros y al cabo de dos meses, parado en todas las esquinas por donde se detenían los autos, pude venderlos casi todos, por lo que pude pagarle a mi hermana y al impresor. Y con lo que me restó fui a la librería y compré una resma de hojas en blanco. Sin dudar un instante, fui hacia mi cuarto para escribir mi segunda novela... es que, tenía algo de mucha importancia que contar...



Lince, febrero del 2006