Sunday, August 27, 2006

Gente Normal

Llegaron a la tienda dos nonagenarios, casados, judíos y con esa sonrisa de niños que están mas en el cielo que en el suelo. Los hice pasar, les atendí como se atiende a este tipo de gente. Les obsequié unas galletas. Me compraron buena mercadería y cuando ya estaban por irse, le pregunté al esposo con quien solía tener cierta conversación... Cómo es posible que haya llegado a esta edad y con semejante salud, pregunté. Ah, hijo, respondió, las pastillas, las pastillas, hay pastillas para todo, para todo cholito. Me gustó su respuesta y le hice una segunda pregunta: ¿Desde cuando están casados? Bueno, que te lo cuente mi esposa, ya no recuerdo mucho, pero fue antes de la guerra, la segunda. Me acerqué a la anciana que era gordita, bajita, con lentes ahumados y con un bastón de mango plateado, y le pregunté lo mismo. Desde niños, me dijo. Siéntate, que te voy a contar...

"Cuando vino la guerra, nuestros padres fueron apoltronados en un gueto de Polonia. Se estilaba separarles de sus hijos para que murieran de pena, o se suicidaran o fueran a los campos de limpieza. Somos hermanos, tan solo por parte de padre, diferente madre. La madre de mi esposo era polaca, y mi madre era judía-polaca. Nuestros tíos que nos tenían escondidos, nos miraron y nos vieron bastante grandes para nuestra edad. Nos casaron para salvar de llevarnos a los campos. Luego, de separarnos por un par de años, y ya cuando nuestros tíos hubieran sido llevados a los campos, ambos escapamos. Mostramos nuestros certificados de matrimonio y pudimos huir, juntos, a la América. Primero llegamos a Uruguay, allí, nació nuestro primer hijo. Yo tenía trece años, y mi esposo, catorce. La vida era difícil, para ambos. Nuestro hijo murió de pobreza y nos viajamos a Perú. Encontramos a unos paisanos, le ofrecieron a mi esposo trabajo en una joyería un nació nuestra primera hija, yo contaba con 16 años. Luego todo nos fue bien. Vivimos bien, pero con gran austeridad, pusimos un negocio de muebles por muchos años, tuvimos cuatro hijos más, y con el tiempo, ellos nos ayudaron en el negocio. La gente pensaba que todos éramos hermanos, pero, nunca mentimos. Son nuestros hijos, decaímos… Pasó el tiempo y una tarde, cuando ya teníamos cuarenta años de casados, vinieron de Polonia unos parientes. Nos buscaron y dijeron que ¿cómo nos había podido casar? Tuve que llamar a mi esposo y en su presencia les dije que nuestros antepasados lo quisieron de esa manera… querían vivir, y aún viven en nosotros, en nuestros recuerdos… Nos miraron y se pusieron a llorar. Los consolamos. Le llevamos a un hotel, les paseamos por todo Lima y al día siguiente, se marcharon. Antes de irse, nos dejaron algo que aún guardamos con gran devoción”.

La anciana tenía los ojos brillantes, se le vía bastante agotada por hablarme. Pidió que me acercara y me dijo que era nuestra partida de nacimiento, en donde estaban escritos nuestros nombres, y nuestras edades… Éramos, dos años menores. Les vi a ambos reírse como si hubieran cometido una travesura. Gracias, les dije. Se pararon y salieron de la tienda, dejándome un sentimiento de alegría al verlos andar, uno al lado del otro, como dos niños caídos del cielo…

Estaba por cerrar la tienda cuando entró un travestí. Hola, me dijo, préstame plata, o invítame un pastel, please... No, le dije. Se acercó al mostrador y susurró: ¿Quieres una chupadita? No, gracias, le dije, pero, me puso nervioso. Cómo te llamas, preguntó. Le dije mi nombre. Eres bueno, dijo. Le invité un pastel. Me lo agradeció y yo aproveché para preguntarle el cómo había llegado a ser lo que era. Nací así, me dijo.

“Recuerdo que desde que era un niñito, mi madre me ponía vestidos de mujer. Pintó todo mi cuarto de rosado y me llenó de muñecas. Pero mi padre era diferente. Militar. Le paraba pegando a mi madre hasta que se la llevaron a un manicomio. A mí, me puso en un colegio de puros hombre. Era un chiste. Muchos abusaron de mí, pero no como piensas. Me pegaban, insultaban y me hacían estar con una chica a la fuerza. En verdad traté de ser como todos, pero no pude. Todo empezó con un amigo de barrio. Este era peor que yo, es decir, le encantaba los chicos y los viejos. Una tarde me llevó a una fiesta en donde todos eran gente normal, es decir, todos mayores. Había parejas de casados, viejos ricachones, gordos inmensos, mujerzuelas casi desnudas, etc. Una fiesta de degenerados. Allí fui mujer. Fue hermoso. Figúrate hacer el amor con tres hombres al mismo tiempo. Me colgaron como Tupac Amaru, y luego, me llenaron el cuerpo de grasa. Vino un hombre con un pene precioso. Pinto, le decían. Ya te imaginas por qué. Tenía un lindo lunar en el glande. Estuve con él, luego con un gordo lleno de pelos, y por último, perdí la cuenta, jajajajaja… Recuerdo que salí de allí con un trabajo. Me llevaron a una boat y allí desfilaba en bikini. Ay, no te imaginas el mundo en que vivimos. Llegaban personaje ilustres, gente normal, pero, cuando les entraba la pasión, eran todas unas señoritas… Y allí, nos sodomizábamos. Ya tengo veinte tres años y pronto seré ya toda una señora. Tengo mi marido. Mi chiquillo, tengo todo, pero cuando se llevan toda mi plata… así me quedo, sin nada, sin un centavo, ni para comprarme una galletita… Por eso tengo que ganarme las calles…”

Le di unas galletas y le vi alejarse en la oscuridad de las calles. Nunca mas he vuelto a verle. Dicen que ya es una mujer. Y si es así, nunca más se ha aparecido. Debe de ser que ha conseguido lo que cualquier persona normal busca: la tranquilidad.

Ya estaba cerrando la tienda cuando llegó una señora que gustaba mucho cómo yo escribía poemas. Escríbame un poema joven. Es para mi hijo que mañana tiene examen y su padre no entiende de estas cosas. Sea buenito, por favor… Le iba decir que no, pero, puso sus bellos senos sobre mi hombro y me puso caliente. Le dije que esperara un momento. Cerré el negocio y le pedí que fuéramos a un café, que allí le escribiría el texto que me pide. Asintió. Subimos al auto y puse música romántica. Me puse cachondo. Le toqué la pierna. Estaba durita y tibia. Avancé debajo de la falda hasta el cruce de piernas. Ya estaba metiéndome en ella cuando sentí sus manitas en mi mano salvaje y le escuché que antes deseaba el poema. Me enfrió. Cogí un papel. Escribí mi sentir acerca de toda la gente normal que veía todos los días y se lo di. Gracias, me dijo. Pero yo estaba frío. Otro día mamita, le dije. Sonrió y bajó del auto. No arranqué el auto porque quería verla alejarse así como toda la gente que entraba y salía de mi tienda, como cualquier persona normal…


San isideo, agosto de 2006

Thursday, August 24, 2006

La hermandad

El sentimiento que cargaba se iba diluyendo a medida que me alejaba, paso a paso, del nudo de tareas sin terminar en el trabajo. Llegué a un café, y vi a lindas personas. Eso me relajó un poco. Vi a una chica y le di una tímida sonrisa, ella me devolvió su media luna... Me alegré. Pedí un café mientras abría uno de los libros que guardaba en mi mochila. Era Borges, una recopilación de sus clases de Historia de la Literatura Inglesa. Lo leí con entusiasmo, olvidándome de la chica de la media sonrisa, del café en mi mesa, de todo. En el libro hablaba de tanto que me sentí un enano en las fauces del sabio. Cuando leo concentrado, me inunda la emoción y salgo a tomar aire, un respiro, antes de ahogarme en el asombro. Pagué la cuenta y salí del café, mientras la chica me miraba de reojo. Muy joven para mí, pensé.

Caminaba por la calle con la mirada gacha. Me gusta mirar los cuadrados de la acera alumbrados por los faroles de las calles, no me gusta pisarlos, recordé la película: “Mejor Imposible”, con Jack Nickolson. Vi una moneda grande tirada en la acera. La pateé como una pelotilla. Brillaba. La seguí empujando hasta llegar al bus que me llevaría a casa. La cogí. La iba a mirar pero no, me dije que no era necesario. Era una moneda solitaria, perdida, sin uso ni dueño. No aguanté y la miré: Era bien antigua, pesada y, como yo, vieja y sin mucho uso. Decidí guardarla, cuidarla en mis manos. Subí al bus y cuando tuve que pagar sentí entregar la moneda, pero mis manos no la soltaban, ni ella quería dejarme... No le pagué al conductor y bajé del bus. Decidí caminar hasta casa. No era tan lejos. Caminé y caminé hasta llegar mientras la luna, las sombras y la acera jugaban con mi soledad.

Llegué a casa, entré. Saludé a mi madre, hermana, cuñado y sobrinas. Me senté en el comedor. Mientras cenaba les conté la historia de la moneda. Estás cada día más loco, dijo mamá, mi cuñado sonrió. En vez de estar juntando porquerías que guardadas en tu cuarto cochino, deberías dedicarte a buscar otro trabajo en vez de ese que no te alcanza ni para pagar el alquiler de casa, dijo mí hermana mientras mis sobrinas me miraban con sus ojos asombrados, esperando que algo respondiese. Tenían razón, callé. Me paré sin terminar mi cena y fui hacia mi cuarto. Ya solo, y sin prender la luz, saqué la moneda y le empecé a hablar. Estoy loco, pensé, pero la moneda parecía escuchar, brillaba a medida que le hablaba. Está viva, sentí. Prendí las luces de mi cuarto y empecé a limpiarla... Cuando terminé, estaba amaneciendo. La miré nuevamente y la puse junto a todas las otras cosillas que había encontrado en la calle, tan perdidas como la moneda, como yo... pero ahora, ya no mas. Vivíamos juntos, éramos una hermandad... Miré la moneda junto a una ruma ordenada de papeles, libros viejos, piedrecillas, maderitas, plantitas secas, fotos, etc, y vi que todas empezaban a brillar... Están contentas, pensé.



San isidro, agosto de 2006

Saturday, August 12, 2006

Siempre bien

Como salga la cosa, está bien, siempre bien... Le dije a la niña, y ella me dijo que no entendía. Me puse a su lado y le obsequié un libro mío. Gracias, me dijo. Me di media vuelta y me fui rumbo hacia mi hogar. Caminé durante todo el día, llegué a la puerta de mi casa, aún no oscurecía. Iba a entrar pero al ver mi casa solitaria, sin luz, sin vida, me di media vuelta y caminé sin rumbo, alejándome de mi casa... Todo estaba bien, siempre bien, bien, bien siempre. Llegué a un barrio bastante pobre, y vi una casa muy sucia y pequeña, escuché los gritos de niños y niñas, señores y señoras. Toqué la puerta y salió una vieja bastante andrajosa y de cara enfermiza. Tras de ella había niños y niños, no pude contarlos, pero eran bastantes, luego vi a hombres, ancianos y mujeres desnutridas apoyados en un lado de la pared de la casa. Y sentados en el suelo dos hombres, bastante grandes y gordos jugando a las cartas o algo por el estilo. Sonreí a la mujer y le dije si podía obsequiarle un libro. Me miró extrañada, como quien ve a un loco, y me dijo si estaba borracho, loco... Le dije que no, y luego, saqué un libro, pero antes de dárselo puse todo mi dinero dentro de sus páginas, y se lo ofrecí. La señora y los niños quedaron boquiabiertos, los hombres tirados en el suelo, también, los ancianos y mujeres empezaron acercarse a la puerta. Y escuché la voz de un niño decir: ¡Cuánta plata! Me di la vuelta y me fui caminando, ya estaba como media cuadra de distancia de la casa, cuando uno de los niños me alcanzó y me jaló de los pantalones. Me detuve y el niño me devolvió el libro pero sin el dinero. Lo vi partir corriendo hasta meterse en su casa. Y vi que en todas las ventanas estaban las caras de toda aquella familia, mirándome, como quien ve a un fantasma esfumarse, o a una sombra apagarse con la luz, o quizá a un ángel volando hacia el cielo... en verdad, allí estaban, mirándome como a nadie habían visto jamás. Sonreí y me di la vuelta y caminé hasta llegar a un parque lleno de vagos, ladrones que estaban quemando madera dentro de un cilindro. Me les acerqué y les ofrecí mi libro. Uno de ellos lo tomó y lo echó en el cilindro. Gracias, me dijo... Otro se me acercó y me dijo si podía regalarle mi saco, se lo di. Otro me pidió mis zapatos, también se lo di. Luego me hicieron una ronda y me arrancaron toda mi ropa, pero sin brusquedad, hasta dejarme en pelotas, temblando de frío. Por suerte me dieron un saco de papas vacío, y con ello pude cubrirme, pegarme al cilindro y no morirme congelado. Ya era la media noche y todos se echaron como en una ronda, juntando sus pies como un rayo de bicicleta, se taparon con un mantón y se acostaron. Me puse al lado de todos ellos, y quedé dormido, seco como una lechuga... A la mañana siguiente todos se levantaron y salieron a buscarse la vida. Yo temblaba de frío. Me levanté, estirándome como un perro y fui caminando hacia mi casa, y cuando llegué, la vi tan solitaria, tan sin vida que decidí no entrar. Me di media vuelta y me puse a caminar hasta perderme por las calles de la ciudad... sintiendo que todo estaba bien, siempre, bien siempre…


San isidro, agosto de 2006

El Chango

Si le vieran caminar con sus dos botellas bajo el brazo, con la cabeza casi balanceándose como un péndulo, vestido como un estibador, creerían que era un pobre imbécil, pero no era así, era el Chango, el más pendejo de todo aquel barrio, cargando sus dos botellas de leche de tigre que era para la resaqueada de la noche anterior, y no se vaya a pensar que era para él, no, no era así, sino era para vendérselas a sus amigos resaqueados, pues ya se había tomado la mitad, la otra la había cubierto con un poco de harina de chuño, para solapar, pe... Y bueno, el Chango caminaba por la madrugada cuando vio a dos tombos que frenaron el auto y fueron tras sus patas. El pendejo dejó a un costado las botellas, corrió como siempre, casi volando. Saltó una verja y cayó sobre un basural. Allí al costado había una montaña de mierda de perros, borrachos y gatos... El Chango no lo pensó más. Se tiró de cabeza y se metió en toda la mierda que pudo en la cabeza, como una peluca... Y así, se paró y salió del basural, campante, rumbo hacia los policías. Apenas le vieron, los tombos pensaron que el Chango había enrubiado, pero a medida que se le acercaba, llenaba todo el ambiente de un olor a huevos podridos. Luego, cuando descubrieron de lo que estaba cubierto, se dieron media vuelva y se largaron, lanzando maldiciones... El chango sonrió con su risa medio estúpida, volvió por sus botellas, y vio que se había rociado una poca. Se sacó el pincho y orinó un poquito adentro de las botellas, tan solo para cubrir el restante, y volvió su caminata hasta llegar a su casucha. Entró, se bañó, y salió rumbo a donde sus amigotes... Apenas lo vieron, le recibieron, le pagaron y el Chango sonrió, contento, se dio media vuelta no sin antes mirar a la novia de uno de ellos y pedirle una tarde de intimidad. Todo esto le dijo con sus ojos grandes y descolgados de idiota, y esa sonrisa de tonto vivo. El salió primero, y luego, ella... Fue todo un trancazo, una enredadera de serpientes que duró hasta noche... Agotado, el pendejo se vistió, y luego, mandó a la chica a tirar por la calle. La mitad chica ¿eh?, dijo el pendejo... Sí, la mitad, dijo ella... La vio salir mientras apretaba con sus manos, los billetes que le había arrebatado de su cartera…


San isidro, agosto de 2006

Monday, August 07, 2006

El primer beso

Las veces en que veía besarse a una chica con su chico era en a televisión, o en cualquier esquina oscura de mi barrio. Me gustaba mirar cuando se besaban. Algo en mi se ponía erecto, a pesar que contaba con nueve años. Cada reunión con mis amigos de barrio trataba de cuantas chicas habíamos besado. La mayoría de todos decía que tenían no menos de diez novias al mismo tiempo. Yo, como ellos, mentía. Tengo cuatro, decía. Mi vida se lleno de esperma hasta llegar a los quince años cuando tuve la oportunidad de conocer a una linda chica con la cara más dulce que una manzana roja. Me le acerqué y le pregunté su nombre. Se puso roja, se dio la media vuelta y corrió hasta llegar a su casa. El demonio se metió en mis entrañas. Me puse como perro labrador apuntando la ventana de la chica sonrojada por mis palabras, y esperé a que saliera. No salió toda la noche, pero allí me quedé, sentado en la vereda, mirando la ventana de la casa de esta chica... que tan solo pude ver su sombra que se mostraba una y otra vez. Luego fueron varias sombras, hasta que alguien salió por la puerta. Era su padre. Se me acercó y me dijo con ojos enrojecidos que me largara de una vez. Me paré y no me detuve hasta llegar a mi cuarto.

Al día siguiente le hice la guardia. Vi que sus padres y hermanos salían y la esperé. A eso de medio día la vi salir a regar el jardín. El corazón quería salírseme del pecho. Estaba fuera de mí. Todo mi ser quería ese cuerpo, plancharme en el suyo... Cada paso que daba era como si subiera a que me cuelguen, me crucifiquen, mi muerte, pero qué importaba si ella estaba allí, miándome a los ojos, a los labios, a mi cuerpo de un chico de quince años. Hola, le dije. Bajó la mirada. Noté que se sobaba las piernas. Sus ojos eran negros pero estaban llenos de luz... Estaba totalmente hipnotizado. Ya no era yo, era una mano de la pasión. Me acerqué por instinto animal. Escuché los latidos de su vida, los míos, los del universo... Abrí la boca, ella también. Di un paso mas cerca, ella alzó la cara. Nos miramos, sonreímos, y luego, me aspiró la vida a través de sus labios... y, me robó la vida, toda la vida. Luego, de una eternidad o un instante, me empujó y se metió en su casa. Y allí estaba, echado en la puerta de su casa, loco, enamorado, besado por la lujuria... Estaba lleno de pasión. Mi corazón me levantó del suelo y vio una de las ventanas del cuarto. Soy un león, me dije. Vi un árbol bastante cerca y la trepé. Era un león. Vi su cuarto con la terraza abierta y salté como un felino. Ya estaba dentro. Abrí la puerta. Podría estar su padre, su hermano, la empleada, su abuelo, cualquier persona, pero no había nadie más que ella mirándome a los ojos con el rostro totalmente rojo, dorado, con sus labios quemados por los míos. Me acerqué y ella se hizo un ovillo, un puntito en toda la casa, en un rincón. La levanté y le puse mis labios, que ya eran suyos, y fuimos bendecidos por la lujuria, la pasión, el amor hecho una sola carne... No recuerdo qué pasó después... Veía mi ropa salir de mi cuerpo, su ropa salir por el aire. Vi su cuerpo respirándome el mío. Y luego, nuestros labios hablaron en silencio. Se dijeron todo en un instante, en una eternidad... Nos penetramos, nos hicimos uno con el universo hasta que gemimos de éxtasis... Luego, vino la paz, la tranquilidad, hasta que sentí que alguien me cogía de los pelos y me daba patadas, puñetes, de todo... para salir volando por la ventana... Caí por suerte cerca del árbol, desnudo, pero luego vi mi ropa salir tras de mí... Volví a mi casa con un extraño y nuevo sentimiento. Había sido mi primer beso, pero no el último...




San isidro, agosto de 2006

La bienvenida

Estoy parado frente a la puerta de casa pero no deseo entrar. De solo recordar que nadie más que yo vive adentro me hace sentir que es el último lugar donde quisiera estar. Pero aun así he sacado la llave del bolsillo y he ingresado. He prendido las luces y me he sentado a tocar piano. Siempre que lo hago, apago las luces y me dejo llevar por el sonido de la oscuridad. Me relajo cuando toco, y en eso diluía mi soledad cuando escuche voces, susurros, podría decir que deseaban que continuara tocando por favor, como rogándome... Continué hasta agotarme y no sé por qué, quizá porque era algo nuevo para mí, compañía, seres inasibles que apreciaban mis sentimientos bajo el timbre musical. Mi corazón latía sin armonía y mi cuerpo empezó a sudar frío. Era normal debido a esta singular experiencia. Prendí las luces del cuarto y nada, no había nadie... pero sentía presencias. Apagué las luces y a ciegas caminé hacia mí cuarto, prendí las luces y empecé a pintar, y mientras pintaba, una fuerza desbocaba mis manos, mi mente de colores, visiones extrañas. Llegó un momento en que me sentí preso por hilos, sentimientos líricos que empujaban mis creatividad. Solté el pincel porque no quise ser de nadie y todo se hizo paz, tranquilidad, hermoso... y en ese preciso momento el alborear de un día, penetró mis sentimientos... Me fui a bañar y luego me puse a descansar. Fue extraño, no soñé. Me levanté y, asombrado, vi personas que entraban y salían de mi cuarto... Vestían con ropa de otro tiempo. Quise hablar con cualquiera de ellos, exigiendo una explicación, pero nadie me hizo caso. Me vestí, levanté y fui a ver qué era lo que ocurría. Esta gente preparaba la llegada de alguien, como una fiesta sorpresa, una bienvenida... Estoy desvariando, pensé. Hacía frío delante de ellos y salí de la casa sin que nadie se diera cuenta de mi ausencia. Fui a visitar a unos amigos que se hallaban en el centro cultural y les conté lo que había ocurrido en mi casa, no creyeron nada. Trabajas demasiado, dijeron. Me paré y los reté. Acompáñenme, les dije. Se pararon y me siguieron los pasos en medio de burlas, risitas disimuladas. Llegamos, entramos a mi casa, y allí estaba el gentío que subían y bajaban las escaleras de la casa, parecía que ya estaba por terminar su labor... Qué les pasa, no pueden ver a toda esta gente.... Mis amigos se miraron unos a otros y dijeron que no, que no había nada. Estás mal, me dijeron. Se dieron media vuelta y se fueron. Salí tras de ellos pero no tenía una sola palabra que decirles. Me detuve y fui hacia el bar de un conocido. Me puse a beber bastante hasta muy tarde. Ya estaba mareado. El barman me dijo que podría pedirme un auto que me llevase a mi casa. No, no gracias puedo irme por mi cuenta, tal como vine. Salí a la calle, crucé la pista y no vi un auto pasar por mi lado, casi besó mi cara... Me asusté, se me pasó toda la resaqueada y apuré mis pasos. Llegué a mi casa y volví a detenerme en la puerta, no escuché un solo sonido, todo estaba tranquilo... Ya se han ido, pensé. Entré y de repente todas las luces se encendieron. Y todo el gentío gritó: ¡Bienvenido! Me gustaron sus amigables y alegres palabras y me puse a conversar, estaba en una fiesta. Bailé, grité, chillé, y continué tomando durante toda la noche hasta que llegó el día... Sonó la puerta y metieron debajo el periódico del día. Lo abrí y vi mi foto en primera plana con la noticia de que un auto me había atropellado en mitad de la noche, y que mi cuerpo estaba en la morgue... Miré a todo el gentío que estaba en casa y supe que ahora era uno de ellos. ¡Bienvenido! Volvieron a gritar...


San isidro, agosto de 2006

Sunday, August 06, 2006

Mi lado oscuro

Estoy sentado frente a la computadora y no me siento tan bien como quisiera. Hace poco estuve escribiéndome con un amigo, le digo que es amigo cuando en verdad deseo que se muera, se pudra en sus letras de una vez y se deje de vainas, que sea un hombre de negro así como cuenta. La verdad es así, soy un criminal, alguien que huye de todo lo inestable para sentarse en su PC y ponerse a escribir sueños irreales, mentiras de cartón. He visto hoy día a mi madre y le he deseado que se muera. Que muera mi hermana, mi hermano, mi perro, mi mejor amigo y mi peor enemigo. Les odio a todos, sin embargo, no puedo vivir sin ellas. Mucha gente no sabe cómo soy en verdad, pero si me vieran ahora, frente a un espejo se darían cuenta que soy un monstruo de muchas cabezas y cada una de ella tiene un nombre y todas dicen mentiras, terribles porquerías que me hacen cagarme de la risa. ¿Quién soy? No importa, ni nunca me interesó hasta que vino un idiota y me contó que existe una verdad y que esa verdad me hará libre como un pajarito. Qué mentira piadosa, que desodorante mas falso... Si todo es una mentira y quien dice verdades es quien pierde, pierde su vida pues ilumina la basura de toda la gente que se haya terminando, masticando sus mentiras hediondas, calcadas de los libros de historia, de los ojos de una madre a quien odio de veras, de mi padre que no veo desde que tengo dos ojos y boca. Odio y me odio desde ahora que estoy sentado en este sillón que me lo ha regalado mi madre, y que ahora se pasa la vida limpiando su casa cuando todos sus hijos quisieran verla bajo cinco metros de tierra abajo, lamidos por los gusanos y por las rojas hormigas... Ya sé que esto que digo no es verdad, es mentira así como tus letras que salen de tu sucia cabeza... Estoy hasta aquí de tanta verdad escrita y deseo la muerte de todo este mundo que apesta a muerte. ¿La vida? ¡Ja! Si ni siquiera la podemos tocar, pasa por nuestras narices y no la podemos oler... Vivimos caminando hacia atrás y miramos hacia adelante, pero no vemos en donde pisamos, pues sí lo hacemos estamos perdidos, así como esos niños que recién han salido del vientre de una madre, perdidos de eso tan suave que era el no haber nacido jamás... Y ya que estoy terminando de contar mi lado oscuro, sería genial que me cuentes tu manera de ver esta vida sin bordados ni colorete, cuéntame este camino que andas y dime si existe un camino sincero que no sea el de tu lado mas negro, pues, es sabido, que todo te lleva al abismo, y nadie que yo sepa, cuenta cómo les ha ido allá dentro... Tan solo se ve negro, así como este texto que sale de la parte más negra de mí...


San isidro, Agosto 2006

La caída

Toda la vida soñé que mi vida tuviera sentido. Tuve muchos maestros, personas a quien imitar, que seguir, tal como un payaso... Me he agotado de seguir caminos que tienen la medida de mis pies. Me he topado con un anillo que no le hace al dedo. Me he detenido y veo rostros sin gestos, ojos sin brillo. Tengo un camino frente a mí y me agrada, hay un nombre que resuene por el aire, se escucha muy dulce, se siente uno bien mientras camina y camina hacia allí, hacia el centro del nombre. Ya frente a frente me veo reflejado, y siento que pertenezco al nombre que resuena en cada piedra, aire, mar, fuego, en todos lados... Veo el abismo y salto como un niño hacia los brazos de un padre. Soy feliz mientras caigo y veo mi nombre reflejado en todas partes, todas partes, todas partes, todas partes...

San isidro, agosto 2006

Wednesday, August 02, 2006

Visitas

No tenía nada que contar cuando escuché en el pozo de mi inconciencia el nombre de mi padre, pronunciándose como el eco en un abismo... Cerré los ojos esperando ver su imagen cuando vi sombríos rostros moviendo los labios sin poderse detener y sin dejar escapar un sonido... Traté de entender pero fue imposible, inútil. Abrí los ojos y continué tratando escribir, de contarles algo... De pronto, escuché el ruido de unos pasos acercándose a mi puerta. La tocaron. Me acerqué hasta la puerta y vi a mi padre. La abrí y le recibí, bastante extrañado por cierto. Le dije qué milagro lo ha traído hasta aquí. Sonrió. Le invité a pasar, a tomar asiento, no quiso. Deseaba contarle la visión que tuve, pero él se dio la media vuelta y se alejó de mi presencia sin decirme adiós, nada. Cerré la puerta, me sentí raro. Cogí el teléfono y llamé curiosamente a su casa. Respondió su mujer, diciendo que este se hallaba muy enfermo... Va a morir muy pronto, dijo. Colgué, y salí corriendo tras la imagen de mi padre. Le vi no lejos, estaba caminando en medio del gentío por las viejas calles de la ciudad. Traté de acercármele pero hubo algo más fuerte y grande que yo, impidiéndomelo. Era como si tuviera plomo en el alma, en el cuerpo. Era como si mi padre fuera una montaña moviéndose y yo, aire… Estoy desvariando, pensé. Aún así, le seguí hasta llegar a su casa. Entró, y yo entré tras él. No había nadie en la casa cuando entré. Le vi subir las viejas escaleras hasta llegar a su cuarto de toda la vida. Subí y le vi. Había dos cuerpos de mi padre. Uno estaba echado en la cama, y el otro, nos miraba… Luego, miró al cuerpo echado y le dijo que se levantara. Este se paró y caminó hacia la imagen que fue a buscarme. Se abrazaron, y luego, se hicieron uno solo. Me miraron y sonrieron. Me dijeron que estaban contentos de que haya venido a despedirse. Volvió a sonreír y fue a echarse a su cama. Cerró los ojos y sentí que debía aproximarme. Me acerqué y me quedé sentado a su diestra, en silencio, esperando, esperando simplemente… y mientras veía como respiraba, no me percaté que toda su familia estaba en la puerta del cuarto, mirándonos, como si vieran un milagro. Les miré, sonreí. Ellos sonrieron en silencio. Miré a mi padre y le dije adiós. Respiraba, tenía los ojos cerrados y esbozó una tenue sonrisa. Me levanté, y me fui en silencio. Cuando llegué a mi casa sonó el teléfono, pero no contesté, ya sabía todo… Me acosté. Y apenas cerré los ojos volví a ver los rostros sombríos de mi padre que empezaron a crecer hasta aplastarme como a una cucaracha… ¿Dónde estoy?, me pregunté. No encontré respuesta. Por suerte desperté gracias al sonido del teléfono que no cesaba. Me paré, caminé hasta el teléfono y lo tiré por la ventana… Ya sabía de quien era la llamada…

San isidro, agosto de 2006