es extraño, cada día leo menos y escribo mucho menos... ha llegado el punto de que ni siquiera leo, tan solo vivo y vivo con mayor intensidad...
Sunday, August 27, 2006
Gente Normal
"Cuando vino la guerra, nuestros padres fueron apoltronados en un gueto de Polonia. Se estilaba separarles de sus hijos para que murieran de pena, o se suicidaran o fueran a los campos de limpieza. Somos hermanos, tan solo por parte de padre, diferente madre. La madre de mi esposo era polaca, y mi madre era judía-polaca. Nuestros tíos que nos tenían escondidos, nos miraron y nos vieron bastante grandes para nuestra edad. Nos casaron para salvar de llevarnos a los campos. Luego, de separarnos por un par de años, y ya cuando nuestros tíos hubieran sido llevados a los campos, ambos escapamos. Mostramos nuestros certificados de matrimonio y pudimos huir, juntos, a la América. Primero llegamos a Uruguay, allí, nació nuestro primer hijo. Yo tenía trece años, y mi esposo, catorce. La vida era difícil, para ambos. Nuestro hijo murió de pobreza y nos viajamos a Perú. Encontramos a unos paisanos, le ofrecieron a mi esposo trabajo en una joyería un nació nuestra primera hija, yo contaba con 16 años. Luego todo nos fue bien. Vivimos bien, pero con gran austeridad, pusimos un negocio de muebles por muchos años, tuvimos cuatro hijos más, y con el tiempo, ellos nos ayudaron en el negocio. La gente pensaba que todos éramos hermanos, pero, nunca mentimos. Son nuestros hijos, decaímos… Pasó el tiempo y una tarde, cuando ya teníamos cuarenta años de casados, vinieron de Polonia unos parientes. Nos buscaron y dijeron que ¿cómo nos había podido casar? Tuve que llamar a mi esposo y en su presencia les dije que nuestros antepasados lo quisieron de esa manera… querían vivir, y aún viven en nosotros, en nuestros recuerdos… Nos miraron y se pusieron a llorar. Los consolamos. Le llevamos a un hotel, les paseamos por todo Lima y al día siguiente, se marcharon. Antes de irse, nos dejaron algo que aún guardamos con gran devoción”.
La anciana tenía los ojos brillantes, se le vía bastante agotada por hablarme. Pidió que me acercara y me dijo que era nuestra partida de nacimiento, en donde estaban escritos nuestros nombres, y nuestras edades… Éramos, dos años menores. Les vi a ambos reírse como si hubieran cometido una travesura. Gracias, les dije. Se pararon y salieron de la tienda, dejándome un sentimiento de alegría al verlos andar, uno al lado del otro, como dos niños caídos del cielo…
Estaba por cerrar la tienda cuando entró un travestí. Hola, me dijo, préstame plata, o invítame un pastel, please... No, le dije. Se acercó al mostrador y susurró: ¿Quieres una chupadita? No, gracias, le dije, pero, me puso nervioso. Cómo te llamas, preguntó. Le dije mi nombre. Eres bueno, dijo. Le invité un pastel. Me lo agradeció y yo aproveché para preguntarle el cómo había llegado a ser lo que era. Nací así, me dijo.
“Recuerdo que desde que era un niñito, mi madre me ponía vestidos de mujer. Pintó todo mi cuarto de rosado y me llenó de muñecas. Pero mi padre era diferente. Militar. Le paraba pegando a mi madre hasta que se la llevaron a un manicomio. A mí, me puso en un colegio de puros hombre. Era un chiste. Muchos abusaron de mí, pero no como piensas. Me pegaban, insultaban y me hacían estar con una chica a la fuerza. En verdad traté de ser como todos, pero no pude. Todo empezó con un amigo de barrio. Este era peor que yo, es decir, le encantaba los chicos y los viejos. Una tarde me llevó a una fiesta en donde todos eran gente normal, es decir, todos mayores. Había parejas de casados, viejos ricachones, gordos inmensos, mujerzuelas casi desnudas, etc. Una fiesta de degenerados. Allí fui mujer. Fue hermoso. Figúrate hacer el amor con tres hombres al mismo tiempo. Me colgaron como Tupac Amaru, y luego, me llenaron el cuerpo de grasa. Vino un hombre con un pene precioso. Pinto, le decían. Ya te imaginas por qué. Tenía un lindo lunar en el glande. Estuve con él, luego con un gordo lleno de pelos, y por último, perdí la cuenta, jajajajaja… Recuerdo que salí de allí con un trabajo. Me llevaron a una boat y allí desfilaba en bikini. Ay, no te imaginas el mundo en que vivimos. Llegaban personaje ilustres, gente normal, pero, cuando les entraba la pasión, eran todas unas señoritas… Y allí, nos sodomizábamos. Ya tengo veinte tres años y pronto seré ya toda una señora. Tengo mi marido. Mi chiquillo, tengo todo, pero cuando se llevan toda mi plata… así me quedo, sin nada, sin un centavo, ni para comprarme una galletita… Por eso tengo que ganarme las calles…”
Le di unas galletas y le vi alejarse en la oscuridad de las calles. Nunca mas he vuelto a verle. Dicen que ya es una mujer. Y si es así, nunca más se ha aparecido. Debe de ser que ha conseguido lo que cualquier persona normal busca: la tranquilidad.
Ya estaba cerrando la tienda cuando llegó una señora que gustaba mucho cómo yo escribía poemas. Escríbame un poema joven. Es para mi hijo que mañana tiene examen y su padre no entiende de estas cosas. Sea buenito, por favor… Le iba decir que no, pero, puso sus bellos senos sobre mi hombro y me puso caliente. Le dije que esperara un momento. Cerré el negocio y le pedí que fuéramos a un café, que allí le escribiría el texto que me pide. Asintió. Subimos al auto y puse música romántica. Me puse cachondo. Le toqué la pierna. Estaba durita y tibia. Avancé debajo de la falda hasta el cruce de piernas. Ya estaba metiéndome en ella cuando sentí sus manitas en mi mano salvaje y le escuché que antes deseaba el poema. Me enfrió. Cogí un papel. Escribí mi sentir acerca de toda la gente normal que veía todos los días y se lo di. Gracias, me dijo. Pero yo estaba frío. Otro día mamita, le dije. Sonrió y bajó del auto. No arranqué el auto porque quería verla alejarse así como toda la gente que entraba y salía de mi tienda, como cualquier persona normal…
San isideo, agosto de 2006
Thursday, August 24, 2006
La hermandad
El sentimiento que cargaba se iba diluyendo a medida que me alejaba, paso a paso, del nudo de tareas sin terminar en el trabajo. Llegué a un café, y vi a lindas personas. Eso me relajó un poco. Vi a una chica y le di una tímida sonrisa, ella me devolvió su media luna... Me alegré. Pedí un café mientras abría uno de los libros que guardaba en mi mochila. Era Borges, una recopilación de sus clases de Historia de la Literatura Inglesa. Lo leí con entusiasmo, olvidándome de la chica de la media sonrisa, del café en mi mesa, de todo. En el libro hablaba de tanto que me sentí un enano en las fauces del sabio. Cuando leo concentrado, me inunda la emoción y salgo a tomar aire, un respiro, antes de ahogarme en el asombro. Pagué la cuenta y salí del café, mientras la chica me miraba de reojo. Muy joven para mí, pensé.
Caminaba por la calle con la mirada gacha. Me gusta mirar los cuadrados de la acera alumbrados por los faroles de las calles, no me gusta pisarlos, recordé la película: “Mejor Imposible”, con Jack Nickolson. Vi una moneda grande tirada en la acera. La pateé como una pelotilla. Brillaba. La seguí empujando hasta llegar al bus que me llevaría a casa. La cogí. La iba a mirar pero no, me dije que no era necesario. Era una moneda solitaria, perdida, sin uso ni dueño. No aguanté y la miré: Era bien antigua, pesada y, como yo, vieja y sin mucho uso. Decidí guardarla, cuidarla en mis manos. Subí al bus y cuando tuve que pagar sentí entregar la moneda, pero mis manos no la soltaban, ni ella quería dejarme... No le pagué al conductor y bajé del bus. Decidí caminar hasta casa. No era tan lejos. Caminé y caminé hasta llegar mientras la luna, las sombras y la acera jugaban con mi soledad.
Llegué a casa, entré. Saludé a mi madre, hermana, cuñado y sobrinas. Me senté en el comedor. Mientras cenaba les conté la historia de la moneda. Estás cada día más loco, dijo mamá, mi cuñado sonrió. En vez de estar juntando porquerías que guardadas en tu cuarto cochino, deberías dedicarte a buscar otro trabajo en vez de ese que no te alcanza ni para pagar el alquiler de casa, dijo mí hermana mientras mis sobrinas me miraban con sus ojos asombrados, esperando que algo respondiese. Tenían razón, callé. Me paré sin terminar mi cena y fui hacia mi cuarto. Ya solo, y sin prender la luz, saqué la moneda y le empecé a hablar. Estoy loco, pensé, pero la moneda parecía escuchar, brillaba a medida que le hablaba. Está viva, sentí. Prendí las luces de mi cuarto y empecé a limpiarla... Cuando terminé, estaba amaneciendo. La miré nuevamente y la puse junto a todas las otras cosillas que había encontrado en la calle, tan perdidas como la moneda, como yo... pero ahora, ya no mas. Vivíamos juntos, éramos una hermandad... Miré la moneda junto a una ruma ordenada de papeles, libros viejos, piedrecillas, maderitas, plantitas secas, fotos, etc, y vi que todas empezaban a brillar... Están contentas, pensé.
San isidro, agosto de 2006
Saturday, August 12, 2006
Siempre bien
San isidro, agosto de 2006
El Chango
San isidro, agosto de 2006
Monday, August 07, 2006
El primer beso
Al día siguiente le hice la guardia. Vi que sus padres y hermanos salían y la esperé. A eso de medio día la vi salir a regar el jardín. El corazón quería salírseme del pecho. Estaba fuera de mí. Todo mi ser quería ese cuerpo, plancharme en el suyo... Cada paso que daba era como si subiera a que me cuelguen, me crucifiquen, mi muerte, pero qué importaba si ella estaba allí, miándome a los ojos, a los labios, a mi cuerpo de un chico de quince años. Hola, le dije. Bajó la mirada. Noté que se sobaba las piernas. Sus ojos eran negros pero estaban llenos de luz... Estaba totalmente hipnotizado. Ya no era yo, era una mano de la pasión. Me acerqué por instinto animal. Escuché los latidos de su vida, los míos, los del universo... Abrí la boca, ella también. Di un paso mas cerca, ella alzó la cara. Nos miramos, sonreímos, y luego, me aspiró la vida a través de sus labios... y, me robó la vida, toda la vida. Luego, de una eternidad o un instante, me empujó y se metió en su casa. Y allí estaba, echado en la puerta de su casa, loco, enamorado, besado por la lujuria... Estaba lleno de pasión. Mi corazón me levantó del suelo y vio una de las ventanas del cuarto. Soy un león, me dije. Vi un árbol bastante cerca y la trepé. Era un león. Vi su cuarto con la terraza abierta y salté como un felino. Ya estaba dentro. Abrí la puerta. Podría estar su padre, su hermano, la empleada, su abuelo, cualquier persona, pero no había nadie más que ella mirándome a los ojos con el rostro totalmente rojo, dorado, con sus labios quemados por los míos. Me acerqué y ella se hizo un ovillo, un puntito en toda la casa, en un rincón. La levanté y le puse mis labios, que ya eran suyos, y fuimos bendecidos por la lujuria, la pasión, el amor hecho una sola carne... No recuerdo qué pasó después... Veía mi ropa salir de mi cuerpo, su ropa salir por el aire. Vi su cuerpo respirándome el mío. Y luego, nuestros labios hablaron en silencio. Se dijeron todo en un instante, en una eternidad... Nos penetramos, nos hicimos uno con el universo hasta que gemimos de éxtasis... Luego, vino la paz, la tranquilidad, hasta que sentí que alguien me cogía de los pelos y me daba patadas, puñetes, de todo... para salir volando por la ventana... Caí por suerte cerca del árbol, desnudo, pero luego vi mi ropa salir tras de mí... Volví a mi casa con un extraño y nuevo sentimiento. Había sido mi primer beso, pero no el último...
San isidro, agosto de 2006
La bienvenida
San isidro, agosto de 2006
Sunday, August 06, 2006
Mi lado oscuro
San isidro, Agosto 2006
La caída
San isidro, agosto 2006
Wednesday, August 02, 2006
Visitas
No tenía nada que contar cuando escuché en el pozo de mi inconciencia el nombre de mi padre, pronunciándose como el eco en un abismo... Cerré los ojos esperando ver su imagen cuando vi sombríos rostros moviendo los labios sin poderse detener y sin dejar escapar un sonido... Traté de entender pero fue imposible, inútil. Abrí los ojos y continué tratando escribir, de contarles algo... De pronto, escuché el ruido de unos pasos acercándose a mi puerta. La tocaron. Me acerqué hasta la puerta y vi a mi padre. La abrí y le recibí, bastante extrañado por cierto. Le dije qué milagro lo ha traído hasta aquí. Sonrió. Le invité a pasar, a tomar asiento, no quiso. Deseaba contarle la visión que tuve, pero él se dio la media vuelta y se alejó de mi presencia sin decirme adiós, nada. Cerré la puerta, me sentí raro. Cogí el teléfono y llamé curiosamente a su casa. Respondió su mujer, diciendo que este se hallaba muy enfermo... Va a morir muy pronto, dijo. Colgué, y salí corriendo tras la imagen de mi padre. Le vi no lejos, estaba caminando en medio del gentío por las viejas calles de la ciudad. Traté de acercármele pero hubo algo más fuerte y grande que yo, impidiéndomelo. Era como si tuviera plomo en el alma, en el cuerpo. Era como si mi padre fuera una montaña moviéndose y yo, aire… Estoy desvariando, pensé. Aún así, le seguí hasta llegar a su casa. Entró, y yo entré tras él. No había nadie en la casa cuando entré. Le vi subir las viejas escaleras hasta llegar a su cuarto de toda la vida. Subí y le vi. Había dos cuerpos de mi padre. Uno estaba echado en la cama, y el otro, nos miraba… Luego, miró al cuerpo echado y le dijo que se levantara. Este se paró y caminó hacia la imagen que fue a buscarme. Se abrazaron, y luego, se hicieron uno solo. Me miraron y sonrieron. Me dijeron que estaban contentos de que haya venido a despedirse. Volvió a sonreír y fue a echarse a su cama. Cerró los ojos y sentí que debía aproximarme. Me acerqué y me quedé sentado a su diestra, en silencio, esperando, esperando simplemente… y mientras veía como respiraba, no me percaté que toda su familia estaba en la puerta del cuarto, mirándonos, como si vieran un milagro. Les miré, sonreí. Ellos sonrieron en silencio. Miré a mi padre y le dije adiós. Respiraba, tenía los ojos cerrados y esbozó una tenue sonrisa. Me levanté, y me fui en silencio. Cuando llegué a mi casa sonó el teléfono, pero no contesté, ya sabía todo… Me acosté. Y apenas cerré los ojos volví a ver los rostros sombríos de mi padre que empezaron a crecer hasta aplastarme como a una cucaracha… ¿Dónde estoy?, me pregunté. No encontré respuesta. Por suerte desperté gracias al sonido del teléfono que no cesaba. Me paré, caminé hasta el teléfono y lo tiré por la ventana… Ya sabía de quien era la llamada…
San isidro, agosto de 2006