Tuesday, October 18, 2005

Heridas profundas

Iba a abrir la puerta de mi casa cuando vi que todas las luces estaban prendidas. Me asusté, y me asusté porque sabía que nadie podría estar adentro, pues las llaves de la casa en donde vivía desde la muerte de mis padres las tenía en mis manos... Revisé mi maleta y saqué el revolver que era para casos como este, aunque no la había usado nunca y ni siquiera había hecho un solo disparo aún, a pesar que la tenía por más de dos meses.

Puse la llave en la puerta, la doble en sentido horario y la puerta se abrió apenas la empujé un poquito. Las luces se apagaron. Ratas, pensé. Entré como un gato con el arma en mi mano y cuando cerré la puerta escuché que una ruma de sombras salía por la ventana de la casa...

- ¡Alto! - grité, pero igual continuaron diluyéndose a través de todas las ventanas de la casa.

Prendí las luces y vi que la casa estaba intacta, como si nada hubiera ocurrido. Me acerqué a la ventana y estaba con seguro. Habré alucinado, pensé. Podría ser cierto pues acababa de salir de una reunión con mis empleados y habíamos tomado bastante licor antes de terminar con el próximo objetivo. Claro... el licor, me dije. Caminé hacia mi cuarto mientras dejaba regado por todo el piso mi saco, mi maleta, la pistola... hasta quedar en pantalón y camiseta. Llegué a mi cuarto y me tumbé en mi cama, luego, perdí la noción de todo...

No supe cuanto tiempo había dormido, pero cuando abrí los ojos, producto de que alguien había prendido las luces, vi que una media docena de muchachos y chicas estaban observándome, riéndose en silencio. Están drogados, pensé. Iba a moverme pero no pude, estaba atado como un gusano. Iba a hablar y me di cuenta que tenía un parche en la boca, mientras todos los chicos se reían en total silencio de mi. De pronto, noté que un sujeto un poco mayor que todos ellos, y que tenía algo en su mirada que se me hacía familiar, les dijo que ya era el momento. ¿Qué momento?, me pregunté. No tuve que esperar mucho para ver que unas bellas muchachitas, totalmente desnudas, se me acercaban con unas barras de acero al rojo vivo...

- ¡Quémenle las manos, el pecho y al final los ojos...! - dijo el muchacho un poco mayor que por su manera de mandar y de mirarme se me hacía tan familiar.

Por más que me rascaba la cabeza no supe de dónde lo había visto, pero de qué importaba saberlo si las malditas muchachas me iban a lacerar... Las vi acercarse hacia mí como en cámara lenta, con las barras al rojo vivo que parecía el umbral del infierno… y cuando las malditas estaban a punto de sancocharme las manos, grité con todas mis fuerzas. De pronto, me vi echado en mi cama con una lámpara del velador pegada a mi mano que empezaba a quemarme. Sí, fue un maldito sueño. Me paré y empecé a caminar por mi cuarto cuando en un rincón del cuarto vi una foto en donde estaba el maldito muchacho de mi pesadilla. Sí, era yo, era yo cuando contaba con quince años... Cogí la foto y la tiré al piso. Cogí el teléfono y llamé a uno de mis empleados preguntando si el trabajo estaba concluido. Me dijeron que sí, que el pobre viejo había firmado todos los documentos antes de que le sancocharan las manos... pero, igual le perforaron el pecho, pues, decían, valla el madito a contar lo que no debe... Colgaron, pero no pude volver a dormir desde aquella vez en que sentí que mis ojos, mis manos, y mi corazón estaban totalmente negros, carbonizados...





San isidro, octubre del 2005