Friday, February 24, 2006

La entrevista

Le vi sentado en una silla. No parecía ser Dios, pero al ver una larga cola, llena de santos, de los que aparecen en la Biblia o en las Iglesias, supe que era él. No tenía la imagen que yo me hacía de él, pues era bajito, joven, gordo de piel cobriza, de cabellos negros y muy cortos. Tenía toda la pinta de un gerente, un director de empresa, pues vestía de terno y corbata. Ante estas imágenes pensé que aún existía, que no estaba muerto, o en todo caso que estaba dentro del sueño de algún desconocido, pues todo me era extraño, inusual. Lo cierto fue que después, que atendiera a uno por uno por una cantidad incontable de tiempo, quedé totalmente anonadado, pues en vez que los santos le besaran las manos o los pies, se daban un apretón de manos y salían por una de las tantas puertas de aquel salón con pinta de soberbia oficina. De pronto, escuché su gerencial voz llamándome, con el tono de vos de esos gordos mofletudos, pidiéndome que ingresara a mi entrevista.

Entré y me senté en una silla al borde de su lujoso escritorio. Dios parecía muy ocupado pues no cesaba de anotar, firmar en varios papeles, mientras hablaba por un teléfono que tenía pegado en su oreja. Me sentí un poco raro, pues parecía estar frente a alguien que necesitaba de un empleado. De curioso, traté de observar lo que escribía, cuando de improviso paró. Me miró a los ojos, y dijo:

- ¿Sí?

No supe qué decir. Callé. Mi lengua se había enredado, o escondido como si fuera la cabeza de una tortuga escondiéndose en su caparazón. No podía articular una palabra, quedé congelado por su voz… Su mirada era dura, imperturbable. Sus labios oscuros eran firmes, serios. Sentí que importunaba. Sentí que me encogía hasta llegar al tamaño de una hormiguita. De pronto, sonrió, y eso hizo que la sangre volviera a circular por mí ser...

- ¿Qué quieres? - Volvió a preguntarme.

- Soy escritor... - le dije con gran timidez.

- ¿Y...?

Le comenté que deseba averiguar si estaba de acuerdo con que continuara escribiendo, si ello no sería una piedra en mi camino hacia la realización de la verdad, pues había leído a Sócrates decir a sus discípulos que el arte era la más grande y fuerte de todas las ilusiones. Iba a continuar explicándole pero Dios bajó la mirada, levantó su índice derecho y me dijo que no debiera preocuparme de hacer uso de ideas ajenas y lejanas al aquí y al ahora, que podría escribir en paz, si así lo sentía…

- Pero, - le dije, interrumpiéndole - ¿De qué voy a escribir?

Me volvió a mirar con esos ojos que se volvieron como si todo el universo cupiera en sus dos pupilas, y dijo:

- De nuestro amor...

Volvió a sonreír, y luego, tomando el teléfono inalámbrico se despidió de mí con un fuerte apretón de manos. Me paré dispuesto a salir de aquel espacioso y lujoso lugar, y cuando empezaba a marchar hacia una de las tantas salidas, sentí y escuché que me daba todas sus bendiciones. Iba a voltear para agradecerle pero observé que una muchedumbre de personas con los rostros llenos de ansiedad, de santos, ángeles, dioses mitológicos, hacían su cola para entrevistarse con Dios.

No recuerdo cómo salí de aquel lugar, y no sé si estuve en el sueño de algún desconocido, o si había despertado de alguna de las tantas muertes, o si simplemente continuaba existiendo... pero desde aquel momento no he dejado de sentir el impulso por escribir acerca de aquel amor, aquel sentimiento que se manifiesta desde que abro los ojos de toda conciencia hasta cerrarlos...




San isidro, febrero del 2005