Thursday, February 07, 2008

el último viaje


estaban tan ocupados que pensé que todos eran hormiguitas, marchando de un lado a otro, cargando, subiendo y bajando... en verdad estaban ocupados. les dije por qué no se ponían a descansar, mirar la TV, leer un poco, dormir, pero no, no, respondieron... ¡estamos muy ocupados!. les seguí mirando y me puse a escribir un poco, pero, ¡¿qué escribir?!¿de la gente que miraba? ¿de la TV? ¿de mi padre durmiendo en su cama, como un gusanito envuelto en una vieja frazada? ¿y la chica de mas de cincuenta años preguntándome acerca de si me caso o no? ¿del sueño o pesadilla que tengo todos los días acerca de la muerte?... puede ser, pero, es un tema tan usado literariamente, mejor dejarlo en los libros ya escritos, dormidos en estanterías o librerías, no sé y mejor no pensar en ello. mejor les cuento algo que empecé a escribir hace unos dos días pero que no pude terminar porque me había atrancado o, en el plano artístico, bloqueado... y bien, trata de un anciano sentando frente a un joven doctor, escuchando un negro diagnóstico, sintiendo lo que sienten todos nosotros, los que inevitablemente, moriremos. se para el anciano y el joven le sigue con sus ojos llenos de ilusión y esa realidad que emborracha a toda la humanidad d encontrar en el mañana un futuro mejor. cierra su escritorio y se prepara para irse. se quita la bata blanca y se pone su traje azul, y piensa en la bella chica con quien va acostarse toda la noche. sonríe y pone su mano en la billetera. sí, se dice, está gorda. sale de su consultorio y baja hacia el sótano en donde lo espera su bello carro del año. sube, lo enciende, pone un CD y escucha por un momento que la vida es bella con él, que los esfuerzos luego de toda una agobiante mañana, tarde y noche, valen la pena por un momento de placer que le espera a no menos de treinta minutos. coge su móvil y llama a la bella mujer. te espero, le dice la chica. sonríe y arranca el auto. sale de la playa de estacionamiento y sale a la calles cubiertas por luces de neón. vuelve a sonreír y se detiene en una bodega. baja y compra una botella de vino tinto. paga y sale a la calle. está cruzando la calle y ve su auto con las puertas abiertas... me han robado, piensa. es verdad. al auto le falta el equipo de música. ve un auto pasar rápidamente por su lado, hay chicos y chicas riendo, embriagados parecen, quizá por su juventud o por otros elementos. respira profundo y sube al auto. arranca y ve su reloj. recuerda a la chica y sabe que es de las que no esperan. sale como una bala y en pleno cruce se cruza con un bulto que sale volando como su fuera un globo de aire... detiene el auto. no hay nadie por la calle. baja y camina hacia el bulto. ya al lado del bulto se da cuenta que es un hombre de ochenta años por lo menos, tiene la cara destrozada pero aún vive, le escucha respirar. no sabe qué hacer, si subirse al auto y partir o llevar al anciano a un hospital de emergencia. es doctor, es un ser humano, sabe lo que tiene que hacer pero no lo hace. decide partir, se levante porque estaba en cuclillas y está por abandonar a su suerte al anciano. de pronto, ve que este abre los ojos y le mira... reconoce esa mirada, es el mismo anciano al que hacía media hora le había diagnosticado su muerte. ve al anciano pronunciar unas palabras. se le acerca y escucha: gracias doctor... no lo piensa, no sabe qué hacer... coge al anciano y lo sube a su auto. aun vive, piensa. arranca y parte no sabe adónde. ve una calle iluminada y entra por ella. mira al anciano y este aún vive. ¿qué estoy haciendo?, se pregunta el doctor. llega con su auto a la carretera principal y no se detiene.

ha pasado la noche, aun sigue hacia delante, aún vive el anciano. llegan a un descampado valle y se detiene. baja al anciano y lo lleva en brazos hacia el borde de un árbol. lo pone con suavidad en su regazo, y lo abraza, como queriendo darle la vida que le sobraba, pero el anciano, agonizaba... lloró y le miró a los ojos y supo que algún día llegaría su momento, y deseó que fuera igual. el anciano pareció escuchar su sentir y volvió a decir gracias, y con una sonrisa, murió... el doctor se paró, buscó una palana e hizo un hoyo. al cabo de unas horas, enterró al anciano, y antes de dejarle, miró el bulto de tierra y pareció escuchar de la tierra: gracias... volvió a sonreír y subió a su auto, de vuelta al hospital...

pasaron los años, pasaron muchos ancianos, hospitales, doctores, muertos y todo seguía igual, menos un montículo en las afueras de la ciudad. era un árbol lleno de flores de color amarillo y hojas verdes y largas, y cada persona que se posaba en su regazo, parecía escuchar de las hojas del árbol: gracias. todos sonreían, todos seguían viviendo, siguiendo el último viaje…


san isidro, febrero del 2008