Saturday, August 12, 2006

Siempre bien

Como salga la cosa, está bien, siempre bien... Le dije a la niña, y ella me dijo que no entendía. Me puse a su lado y le obsequié un libro mío. Gracias, me dijo. Me di media vuelta y me fui rumbo hacia mi hogar. Caminé durante todo el día, llegué a la puerta de mi casa, aún no oscurecía. Iba a entrar pero al ver mi casa solitaria, sin luz, sin vida, me di media vuelta y caminé sin rumbo, alejándome de mi casa... Todo estaba bien, siempre bien, bien, bien siempre. Llegué a un barrio bastante pobre, y vi una casa muy sucia y pequeña, escuché los gritos de niños y niñas, señores y señoras. Toqué la puerta y salió una vieja bastante andrajosa y de cara enfermiza. Tras de ella había niños y niños, no pude contarlos, pero eran bastantes, luego vi a hombres, ancianos y mujeres desnutridas apoyados en un lado de la pared de la casa. Y sentados en el suelo dos hombres, bastante grandes y gordos jugando a las cartas o algo por el estilo. Sonreí a la mujer y le dije si podía obsequiarle un libro. Me miró extrañada, como quien ve a un loco, y me dijo si estaba borracho, loco... Le dije que no, y luego, saqué un libro, pero antes de dárselo puse todo mi dinero dentro de sus páginas, y se lo ofrecí. La señora y los niños quedaron boquiabiertos, los hombres tirados en el suelo, también, los ancianos y mujeres empezaron acercarse a la puerta. Y escuché la voz de un niño decir: ¡Cuánta plata! Me di la vuelta y me fui caminando, ya estaba como media cuadra de distancia de la casa, cuando uno de los niños me alcanzó y me jaló de los pantalones. Me detuve y el niño me devolvió el libro pero sin el dinero. Lo vi partir corriendo hasta meterse en su casa. Y vi que en todas las ventanas estaban las caras de toda aquella familia, mirándome, como quien ve a un fantasma esfumarse, o a una sombra apagarse con la luz, o quizá a un ángel volando hacia el cielo... en verdad, allí estaban, mirándome como a nadie habían visto jamás. Sonreí y me di la vuelta y caminé hasta llegar a un parque lleno de vagos, ladrones que estaban quemando madera dentro de un cilindro. Me les acerqué y les ofrecí mi libro. Uno de ellos lo tomó y lo echó en el cilindro. Gracias, me dijo... Otro se me acercó y me dijo si podía regalarle mi saco, se lo di. Otro me pidió mis zapatos, también se lo di. Luego me hicieron una ronda y me arrancaron toda mi ropa, pero sin brusquedad, hasta dejarme en pelotas, temblando de frío. Por suerte me dieron un saco de papas vacío, y con ello pude cubrirme, pegarme al cilindro y no morirme congelado. Ya era la media noche y todos se echaron como en una ronda, juntando sus pies como un rayo de bicicleta, se taparon con un mantón y se acostaron. Me puse al lado de todos ellos, y quedé dormido, seco como una lechuga... A la mañana siguiente todos se levantaron y salieron a buscarse la vida. Yo temblaba de frío. Me levanté, estirándome como un perro y fui caminando hacia mi casa, y cuando llegué, la vi tan solitaria, tan sin vida que decidí no entrar. Me di media vuelta y me puse a caminar hasta perderme por las calles de la ciudad... sintiendo que todo estaba bien, siempre, bien siempre…


San isidro, agosto de 2006

El Chango

Si le vieran caminar con sus dos botellas bajo el brazo, con la cabeza casi balanceándose como un péndulo, vestido como un estibador, creerían que era un pobre imbécil, pero no era así, era el Chango, el más pendejo de todo aquel barrio, cargando sus dos botellas de leche de tigre que era para la resaqueada de la noche anterior, y no se vaya a pensar que era para él, no, no era así, sino era para vendérselas a sus amigos resaqueados, pues ya se había tomado la mitad, la otra la había cubierto con un poco de harina de chuño, para solapar, pe... Y bueno, el Chango caminaba por la madrugada cuando vio a dos tombos que frenaron el auto y fueron tras sus patas. El pendejo dejó a un costado las botellas, corrió como siempre, casi volando. Saltó una verja y cayó sobre un basural. Allí al costado había una montaña de mierda de perros, borrachos y gatos... El Chango no lo pensó más. Se tiró de cabeza y se metió en toda la mierda que pudo en la cabeza, como una peluca... Y así, se paró y salió del basural, campante, rumbo hacia los policías. Apenas le vieron, los tombos pensaron que el Chango había enrubiado, pero a medida que se le acercaba, llenaba todo el ambiente de un olor a huevos podridos. Luego, cuando descubrieron de lo que estaba cubierto, se dieron media vuelva y se largaron, lanzando maldiciones... El chango sonrió con su risa medio estúpida, volvió por sus botellas, y vio que se había rociado una poca. Se sacó el pincho y orinó un poquito adentro de las botellas, tan solo para cubrir el restante, y volvió su caminata hasta llegar a su casucha. Entró, se bañó, y salió rumbo a donde sus amigotes... Apenas lo vieron, le recibieron, le pagaron y el Chango sonrió, contento, se dio media vuelta no sin antes mirar a la novia de uno de ellos y pedirle una tarde de intimidad. Todo esto le dijo con sus ojos grandes y descolgados de idiota, y esa sonrisa de tonto vivo. El salió primero, y luego, ella... Fue todo un trancazo, una enredadera de serpientes que duró hasta noche... Agotado, el pendejo se vistió, y luego, mandó a la chica a tirar por la calle. La mitad chica ¿eh?, dijo el pendejo... Sí, la mitad, dijo ella... La vio salir mientras apretaba con sus manos, los billetes que le había arrebatado de su cartera…


San isidro, agosto de 2006