Thursday, April 20, 2006

ángeles

Estaba con ganas de comprarme un libro, aunque presentía que algo malo me iba a ocurrir. Llegué donde el librero y le compré un libro de cuentos. No me apasionaba en demasía, pero, por comprar algo, le compré este libro de cuentos llamado: "ángeles". Estaba firmado por el autor, eso lo hacía especial. Lo abrí y vi que tenía bellas imágenes a todo color, es decir, era una edición muy especial, y el precio era cómodo. Volví a abrirlo y, después de despedirme de mi amigo el librero, me fui hacia mi auto. Era un bello libro, no había vuelta que darle, y aunque los textos no eran muy interesantes, me gustó, y pensé que había hecho una buena adquisición. A uno, cuando le sale el día todo fantástico siente que todo en la vida es maravilloso, y que todo no podría irle mejor; así que mientras leía un poco las portadas exteriores del libro llegué hacia donde había dejado mi auto, pero, no lo encontré. Se lo habían robado. No sé cómo me sentí, era extraño aquel sentimiento de fría sorpresa. Me di media vuelta, hasta volver a ver a mi amigo el librero para saber si no estaba soñando, pero cuando llegué, allí estaba el viejo, preguntándome si no deseaba comprarle otro libro. Le dije que no, que todo estaba bien, que todo esto era un extraño sueño, así que, ante la desconcertada mirada del librero, salí a la calle pero aún no aparecía mi auto. Me lo han robado de verdad, y esto no es un sueño, pensé. Iba a gritar, coger al primer tipo que se cruzaba en mi camino, pero no, no lo hice, así que, como para darle la contra a la realidad, decidí tomar un taxi e irme hacia mi casa, y mientras viajaba le contaba al chofer si él estaba soñando ahora, o todo esto que nos rodeaba era real. El tipo me miró, así como el viejo librero, y empezó a torcer la jeta, a gruñir como si fuera una bestia del zoológico. No le dije nada mas... más bien vi en una de las calles de la ciudad, no lejos de donde vivía, un grupo de negros con pinta de ladrones. Alto, me quedo aquí, le dije al chofer. Le pagué y bajé del taxi. Caminé hacia los negros y les pregunté si ellos se habían robado mi auto. Me miraron, y luego, empezaron a burlarse de mí. Está loco, murmuraban entre ellos, pero todos continuaron riendo. Les miré nuevamente y no me moví. No me muevo hasta que me digan si estoy soñando que me han robado mi auto, o estoy despierto y nunca he tenido auto. Todos callaron, pero uno de ellos, el más feo y más grande de todos, se acercó hasta mí, y me tiró un empujón, diciéndome: estás en el cielo y nosotros somos tus ángeles... Luego, no recuerdo mas... tan solo que me llovían patadas, puñetes, escupitajos, las uñas amarillas y gruesas como leones, de esos negros, arrancándome todo el dinero que me quedaba... Perdí la conciencia ante aquella tempestad, producto de esta pesadilla, hasta quedar tirado, casi muerto, en aquel callejón. Cuando desperté, estaba con la cara que me dolía, era como si tuviera muelas picadas en cada parte del cerebro. Traté de levantarme y con la justa pude moverme. Mi libro, pensé, y, allí estaba, a mi lado: “los ángeles”, leí. Lo abrí, así tirado en la vereda y, a la luz de la luna, y luego, empecé a leerlo. Trataba de ángeles y demonios, de reyes, de magos, de seres extraños, me gustó. Estoy leyendo, me dije, y estoy bien, aunque el cuerpo lo tengo más tieso y ensangrentado que buey de camal... Continué leyendo el libro hasta quedarme nuevamente dormido. La luz del día me arrancó de aquella pesadilla, y, con el dolor en cada partecita del cuerpo, me levanté, era como si tuviera un remolcador automático en el alma. Caminé despacio, cargando todo el dolor en mi alma. Alcé la mano apenas vi un auto y cogí otro taxi. Llegué a mi casa e inexplicablemente, mi auto, aquel, aquel que yo pensaba que me lo había robado, estaba en la puerta de mi casa... Ha sido un sueño, un extraño sueño, pero sueño al fin, pensé. Aliviado, como quien la vida le sonríe, abrí la puerta de la casa, y, para mi gran asombro, vi echados por todo el interior de mi casa a puros ángeles de piel negra... Retrocedí y, sin despertarlos, escapé de aquella casa. Miré el auto y me hice la idea de que nunca había sido mío. Esto es el cielo, y no lo siento merecer, pensé... Miré mi libro por última vez. Volví a leer el título: “ángeles”. Luego, lo dejé bajo la puerta de la casa y me fui de puntillas, para siempre, aunque, en verdad, no sabía hacia adónde ir, pero, pensé que si despertaba de este sueño, podría volver a mi aburrida realidad…


San isidro, abril del 2006