Friday, March 17, 2006

La picazón

Un dolor de cabeza me hizo pensar en un posible resfrío, algo de lo cual en estos momentos no me puedo dar el lujo. Podría aclarar que soy el único sostén de una familia de enfermos compuesta por mis dos ancianos padres, un hermano lisiado, una esposa gorda dedicada a cuidar a mis cinco hijos aún menores de once años... en fin, una de esas situaciones en que es un lujo pensar en uno mismo a propia voluntad.

Salí a la calle y llené mi bolsa llena de todos los caramelos que produje durante toda la noche. Herencia de mis padres, es decir, una fábrica artesanal de golosinas. Aún me dolía la cabeza cuando escuché que una persona me advertía que algo me iba a ocurrir, que voltease. Volteé y vi a dos negritos que parecían dos águilas, dos garras, listas a arrancarme mi pequeña bolsa de golosinas... Tuve mala suerte, me la arrancaron y como si el aire fuese una cortina, se esfumaron con el viento a través del filtro del gentío que no dejaba de observarme, como si fueran millones de ojos, estrellas, luces que por causa (quizá) de la fiebre me hizo sentir que empezaba a viajar a través de una oscuridad que empezaba a bañarme, luego, todo se hizo calma, calma así como si estuviera en la orilla de una isla desierta...

Cerré los ojos un instante y soñé muchas cosas... y en todas ellas las personas que se me acercaban me miraban, me tocaban la frente, y luego, me dejaban una golosina... de pronto, el sonido del chirriar de una trompa me sacó de aquel paraíso. El dolor se apoderó de todo mí ser y descubrí que estaba echado al lado de un parque. Traté de moverme pero mis manos no respondían, estaban rotas y un dolor increíble me ahoga toda mi existencia... pero, esos ojos, los ojos de toda la gente no dejaban de observarme... Cerré los ojos y caí en un sueño, un sopor, o en un abismo que no acababa...

Me cuentan que estuve inconsciente por cinco días en el hospital, que me había atropellado un auto luego de que unos rateritos me habían arrancado toda la mercancía, y que mi mujer había salido a buscar trabajo y lo había conseguido. Trabajaba en la casa de la señora que me había atropellado con su auto. Me contó que le pagaba muy bien, pero la mala noticia era que nunca más iba a volver a usar las manos, estaba mutilada... Al principio lo tomé suave, pero al día siguiente comencé a sentir como un escozor, y uno terrible como si tuviera millones de abejas pinchándome... Le conté al doctor pero me dijo que desvariaba...

He salido del hospital pero aún siento que las manos me pican. Me han puesto dos garfios como manos pero aún no llego a acostumbrarme. Cuando he llegado a mi casa me he dado con la sorpresa que mis padres han retomado el negocio de fabricar golosinas, y mis hijos mayores salen a la calle a venderlos... Parece que todos vivieran mejor sin mí. Me siento un inútil, y esta maldita picazón no me deja ni un segundo en paz...

Durante toda la noche sueño, y sueño en esos ojos de la gente, en las garras de esos negros y en muchas manos que no cesan de pellizcarme las manos... Creo que estoy enloqueciendo. Ante esta situación he decidido irme de mi casa, enterrarme lejos donde nadie me conozca. He dejado una carta a mis hijos, esposa y a mis padres y, antes de que amanezca he salido de la casa. He buscado el bus que me llevara a uno de esos pueblos olvidados y lo he encontrado... Increíblemente he visto que los dos negritos que asaltaron estaban en el mismo bus viajando de los mas alegres, como si no supieran que tras de ellos me encuentro yo, lleno de odio, lleno de angustia y con ganas de acabar con mi vida, pero antes, con las suyas...

Durante todo el viaje he planeado sus muertes, y luego de pensar y pensar, he encontrado la imagen. Uno por uno. Esperaré que salga el baño el primero, y luego, lo mataré con mis garfios clavándoselas en su cuello... Todo salió bien, allí están los dos maldecidos llenos de sangre. Aun esta oscuro y no se han dado cuenta de mi maldita acción. He pedido al chofer que detenga el bus un momento para orinar, y luego de que he bajado me he fugado a través de la oscuridad de la noche...

He corrido sin parar, y, extrañamente, aquella picazón ha dejado de molestarme. He mirado mis garfios y los he sentido como si tuvieran vida propia... He sonreído y cuando he mirado hacia la oscuridad de la noche he visto millones de ojos que no cesan de mirarme, con piedad, con temor, o con algo parecido a la locura, pero mis manos han dejado de picarme...




San isidro, marzo del 2006