Saturday, October 01, 2005

El camino perdido

Escuchaba los pequeños ruidos que morían en mitad de la noche mientras miraba desde la ventana de mi cuarto las casas con sus luces prendidas, las sombras en sus paredes en movimiento y el sonido de una melodía que animaba aquellas manchas. Apagué las luces de mi cuarto, me senté sobre un sillón, prendí la radio y con un cigarro encendido me puse a escuchar a Mahler. Me agrada la música clásica. Yo sé que es un gusto secreto y frecuentada por gente intelectual o de sensibilidad singular, pero yo no pertenezco a ningún grupo de esas personas, soy un tipo solitario así como la música clásica que es para uno y nadie más que uno.

No sé en que momento quedé dormido, tampoco recuerdo exactamente el sueño que tuve, pero si recuerdo haber visto y sentido a través del sueño, algo parecido al paraíso. Aquellas calles empedradas, el pasto tan verde y natural que parecía peinarse con las uñas de un suave viento, el cielo tan celeste, las nubes tan puras como el algodón, y el aire que respiraba era tan rico, dulce e inspirador que quise entrar en aquella visión pero no pude, traté pero fue imposible pues descubrí que yo no sabía lo que era… Sabía que estaba en un sueño, pero esto que estaba frente a mí era algo más real que la realidad, entendiendo al mismo tiempo la pregunta que me ataba a ser un espectador de aquel paraíso…

Desperté y por más que traté de dormir y entrar en el mismo sueño fue imposible. Salté de mi cama y observé que la radio aun continuaba funcionando, escuchaba a Prokofief, “Romeo y Julieta” para sonatas de piano, hermoso… pero aún así, mi momento estaba vacío. Me paré, prendí las luces y caminé hasta llegar a la ventana, aún continuaba la fiesta de los vecinos. Yo nunca fui de tirarme a la nada sin saber lo que me espera, pero desde aquel sueño algo ocurrió pues me vestí, salí de mi casa y fui directo al lugar en donde ocurría la fiesta. Toqué el timbre y salió una chica totalmente ebria, con una botella de cerveza y con los ojos que parecían querérsele salir de sus órbitas. Me preguntó quién era yo, y qué es lo que deseaba. Incómodo, ya estaba por darme la vuelta e irme cuando otra chica que estaba en el mismo estado, me cogió del brazo y le dijo a su amiga que yo era su amante. Todos rieron, menos yo que no sabía lo que hacía.

La seguí como un autómata hasta sentarnos en uno de los sillones. De pronto ella sacó otra botella con dos copas tal como esos magos caseros. Las llenó y me dio una de ellas mientras se embutía su copa para luego pararse y llenarla de nuevo e irse a bailar con otro fulano… Aquel espectáculo era tan feo que me dio ganas de vomitar, pero me contuve y en ese momento empecé a preguntarme lo que hacía en aquel lugar. Vacié mi copa, miré por la ventana de mi casa y vi que las luces estaban encendidas. Me paré y salí de aquella casa sin despedirme ni mirar a todo aquel grupo de gente.

Estaba caminando rumbo hacia mi casa cuando vi que en mi ventana había una sombra. Me acerqué un poco más y noté que aquella sombra era yo, mirando a la casa que yo acababa de salir. Me detuve y decidí no ir a mi casa jamás, pues estaba ocupada por una parte de mí, la otra, estaba aquí, a mi lado, libre como esas estrellas que se apagaban y encendían sin razón. De pronto, vi en la oscuridad de las calles un pasaje que parecía brillar un poco más que todos los otros caminos, y sentí muy adentro de mí que aquello era la entrada hacia todos mis sueños…

Lleno de alegría empecé a caminar, a correr y a medida que me acercaba a la vía luminosa, todo mi ser empezaba a respirar aires tan puros como si estuviera en el paraíso. De pronto, un impulso me hizo parar mi carrera, y sentí que debía voltear un instante para observar hacia atrás, y vi que la ventana de mi cuarto estaba con todas las luces apagadas…




San isidro, octubre del 2005