Thursday, August 25, 2005

Exterminador de sueños

En cuanto a mi salud, estoy mucho mejor, espero que los dioses me den de sus gracias y bendiciones… Ahora tengo que salir al campo de batalla donde miles de hombres y mujeres del otro bando lucharán por sus tierras que son sus vidas… Y yo, y mis hombres lucharemos por expandir nuestra gloria y poder por los siglos de los siglos.

Hace ya cerca de veinte años que continúo luchando, hemos vencido a casi todos los pueblos del mundo, y estos, los que están al frente de nosotros son los últimos que quedan. Los puedo mirar a través de mi tienda que se halla en la parte más alta del campo de batalla, los puedo ver: hombres, mujeres, niños, ancianos cogidos de garrotes, cuchillos, palos, ollas… Son millones, y nosotros, somos el triple de ellos, sin embargo, cada momento antes de cada batalla me gusta observarlos, aún vivos, mirarlos a los ojos, sus cuerpos sanos o heridos, sus ropas, escuchar sus gritos por eso que llaman libertad…

¡Qué estupidez! Libertad, libertad, palabra estúpida, sueño de poetas, esperanza de hombres que no se conocen ni a sí mismos, de gente imberbe, que piensan en que una vez que nos venzan encontrarán el significado de aquella palabra, maldita palabra… La misma que me hizo ser lo que soy, un exterminador de los sueños, de la gente que cree en las palabras que existen en los libros… Insensatos, pero, es divertido verles después de cada victoria, ver sus cuerpos destrozados, sus ojos sin brillo, sus niños llorando sobre las montañas de carne sin vida… Todo es siempre lo mismo, y todo por la misma palabra: libertad, la misma que escuché a mi padre decirle a mi madre mientras le arrancaba el corazón con una daga para luego mostrármela en la palma de sus manos, y decirme mirándome a los ojos:

- Esta es la libertad, un corazón sin alas, sin vida…

Mis hombres se están alistando y un sabor en el alma me hace más fuerte, me siento un coloso y veo al mundo del color de la sangre del corazón de mi madre. Me agrada sentir que todo es así al principio para luego volverse todo cenizo, gris, seco como los ojos de un niño muerto con una bandera blanca ensangrentada en su pecho…

¡Qué estupidez! Libertad, libertad, libertad, libertad… mi sueño rojo, mi callejón sin final, que no terminará hasta que las fauces de la noche consuman toda mi salud y toda mi vida…

San isidro, agosto del 2005.