Sunday, January 01, 2006

Feliz Año Nuevo...

Poco antes de la media noche del treinta y uno de Diciembre mi estomago y cabeza habían estado haciendo estragos con mi existencia. Había planeado dormir largo y tendido hasta el día siguiente pero el exceso de comida y licor arrastraron mis planes hacia el retrete de lo imposible. Faltaban diez minutos para que el año nuevo llegue. Me paré y decidí darme una vuelta por las calles de mi barrio. Me puse un sobre todo y salí a la calle para olvidar todo el calvario que masticaba mi cuerpo cuando no lejos de mi casa vi que mi sobrina de diez años y su madre, (mi hermana) estaban junto a cinco familias cargando un muñeco relleno de paja y cartón... Me acerqué a ellos y les pregunté lo que harían con dicho muñeco. Lo vamos a quemar, me dijeron. Fue extraño. Allí estaban aquellas felices familias con sus nietos, hijos, perros, muñecos, maletas, uvas, etc., listos para recibir el año nuevo, mientras yo les imaginaba como inquisidoras personas sacrificando un objeto, una cosa, una representación, o algo por estilo, no sé, al fuego divino para limpiar, depurar sus propias creencias, suertes, sueños o pesadillas... Y allí estaba el muñeco friéndose como un cerdo, recordándome el albino grupo de los del ku-klux-can. De pronto, llegó la media noche y todas las familias empezaron a abrazarse y desearse un feliz año, una mejor suerte y otras cosas por el estilo. Yo, tan solo deseaba que se me pasara la terrible indigestión y el dolor de cabeza... Luego llegaron los fuegos artificiales, las llantas quemadas, los niños corriendo y reventando cuetecillos por toda las calles, cuando vi que uno de los perros de una de las familias salió disparado como una rata mojada, gimiendo como si fuera parte del muñeco sacrificado, luego, todos los perros de las demás familias actuaron de la misma manera, pero no corrieron en la misma dirección sino en otras. Vi como cada una de las familias fueron tras sus perros que parecían estar presos de un terror de supervivencia. Fue increíble, muy increíble este fin de año pues allí estaba yo, frente a un muñeco tamaño gigante, es decir, el doble de mi tamaño, chamuscándose sin ninguna expresión, con una humildad y entrega total. Veía sus brazos, pies y cabeza haciéndose cenizas, cayendo como hojas secas de un árbol… y yo allí con mis festivos dolores que, para mi sorpresa, empezaron a esfumarse como el humo de un fuego, a hacerse cenizas en un año extraño y lleno de aullidos y aullidos por los perros de las cinco familias que parecían estar ocultos en algún lugar del bosque que estaba cerca del barrio... Sonreí. Volví a mirar al muñeco, que ya no era eso, más bien era una cruz chamuscada… Le di las gracias y fui caminando hacia mi casa mientras escuchaba el llanto de los niños que llamaban y llamaban a sus perros sin poderlos encontrar, al menos durante la noche... Llegué a mi cuarto mas tranquilo, y cuando estaba por dormirme, aún escuchaba aullidos y los llantos de los niños. Apreté mis párpados, taponé mis orejas con algodoncitos y les deseé a todos los niños, perros y familias en general que tuvieran un feliz año y, sino encontraban lo que perdieron, un perro nuevo...

San isidro, diciembre del 2006

¡Desgracia!

Vinieron hacia mí una manada de personas de todas las edades, diciéndome: ¡Desgracia, desgracia, desgracia…! una y otra vez. Era extraño que vinieran hacia mí pues yo qué podría hacer por sus desgraciadas vidas... Aún así les pregunté qué es lo que les ocurría, y ellos voltearon sus fijas miradas en dirección opuesta en donde estaba yo, luego, apuntaron con sus brazos y manos, diciendo: ¡Desgracia!... Miré al lugar que estaban señalando y vi a un hombre tirado en mitad de la calle. Está muerto, pensé. Me abrí paso entre la muchedumbre y sentí el calor de sus cuerpos, sus intensas miradas y hasta uno que otro murmullo que brotaba de aquel amasijo de carnes. Y cuando estuve frente al cuerpo tirado me di cuenta que estaba manchado de sangre, como si fuera un globo rojo reventado... Volví la mirada hacia la muchedumbre y noté que todos retrocedieron como si al tocar al tipejo fuera a destapar una caja llena de seres terribles. Toqué al hombre, y de pronto este abrió los ojos de una manera terrible como si yo fuera un demonio. Asustado por esto, lo solté, y el tipo ante mi sorpresa se paró como si hubiera estado adormecido y empezó a retroceder... Se limpió sus desgajadas ropas y un brazo se le cayó del cuerpo, luego se le cayeron los ojos como si fueran dos canicas de vidrio, y de sus cuencos vacíos brotaron extraños gusanos de color amarillo. Sorprendentemente, el hombre cogió sus ojos con una de sus manos, los limpió con sus manchadas ropas de sangre y volvió a ponérselos en sus cuencos vacíos, luego, hizo lo mismo con su brazo, acomodándoselo como si fuera un muñeco desarmable. Me miró nuevamente a los ojos y noté que se alejaba con temor, diciendo: ¡Desgracia, desgracia, desgracia...! Lo vi marcharse hasta perderse en una de las esquinas de mi pueblo. Confundido por el suceso me volví hacia donde estaba la muchedumbre que me avisara de este incidente para que me explicaran este fenómeno, pero ya todos habían desparecido como si fueran de humo, o como si fueran fantasmas... Me sentí extraño, muy extraño, pensando en que quizás podría estar yo muerto, pero aún así, y sin pensar en nada mas, decidí irme a mi casa. Y cuando entré vi que todas las cosas de mi cuarto parecían estar observándome con frío pavor, como si vieran a un demonio, y les escuché murmurar: Desgracia, desgracia, desgracia,... Agotado de tanta chifladura fui hacia mi cama y me tiré a dormir para despertar de esta realidad llena de incoherencias, que parecía ser un sueño, pesadilla, o al revés...

San isidro, diciembre del 2005