Sunday, October 19, 2025

EL CUERPO SIN ROSTRO

Bebido por tanta sensualidad, ante las fotos que tenía ante mis ojos, un sentimiento burbujeante como champaña agitada me recorrió por completo. Subía desde mis piernas hasta mi sexo, ese animal extraño y ansioso que habita entre mis muslos y que a veces solo busca su propio sosiego. Sé que todo nace en el cerebro, como dicen los curas o los moralistas del colegio, pero esa certeza se desvanece cuando tienes frente a ti imágenes así, sobre todo cuando son de una mujer sin rostro, la que más quieres, la que más deseas y con la que más sueñas.


Basta ver el resto de su cuerpo para intuir su belleza, incluso sin verle el rostro. Así sucede cuando la vida te coloca ante un espejismo de plenitud, como a mí, condenado a vivir encerrado en mis sueños, anhelando una felicidad que quizá no tenga que ver con la carne, pero que en momentos como este se confunde irremediablemente con ella.


Las fotos llegaron a mi casa por casualidad esta mañana, en un sobre bonito y perfumado, dirigido a otra persona. Pero la curiosidad pudo más que yo. Al abrirlo, sentí la presencia de cientos de ojos invisibles clavándose en mí, reprochándome un acto tan prohibido como aquella vez que le pateé la canilla a la directora del colegio, el día en que me jaloneó las orejas delante de la chica más linda de todo el salón. Esa mujer, que tenía las piernas más blancas y lisas del vecindario —incluso más que las de mi madre, a quien a veces espiaba desde un hueco en el techo cuando se cambiaba o bañaba— ahora me parece tan lejana.


Hoy no hay nadie en casa. Solo yo y estas fotos de una mujer a la que no veo el rostro, pero cuyo cuerpo se revela con una claridad que hiere, como el sol del mediodía cuando miras directamente y te duele la vista. No puedo evitar las erecciones, una y otra vez, aunque nada se compara con mi primera vez, con aquella amiga de mi prima, mayor que yo, que vino a buscar unas sillas para su fiesta.


Recuerdo sus piernas gruesas, fuertes, y cómo ese día le pidió permiso a mi madre para bañarse aquí antes de irse. Entré sin querer y la vi desnuda, restregándose esas partes llenas de vellosidades oscuras y misteriosas que hicieron arder mis ojos de deseo. Ella solo sonrió y me invitó a bañarme con ella. Hicimos el amor tantas veces que me quedé dormido en la tina, y cuando desperté, ya se había ido, dejándome solo con una sonrisa que parecía burlarse suavemente de mi inocencia.


Mis padres llegaron poco después, preguntándome por qué tenía la cara tan relajada y pálida, como si Drácula me hubiera visitado. Mi padre me miró con cierto sarcasmo, con esa complicidad que tienen los hombres que lo intuyen todo. Y ahora, yo también siento que lo sé todo, mientras contemplo estas fotos sin rostro, tan familiares, tan mías, que, aunque las haya quemado ya, permanecen vivas en mi mente.


Sigo aquí, solo, con esos ojos y esa voz que emergen de mi conciencia, repitiendo una y otra vez la imagen de un cuerpo lleno de vida, mientras el deseo y el recuerdo se funden en este silencio.

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